top of page
Buscar
Foto del escritorAleida García

El fantasma en mini falda

A la salida de la ciudad de Matanzas, en dirección al poblado de Corral Nuevo, por la carretera que atraviesa el valle del Yumurí, se encuentra la loma del Pocito. Debe su nombre a un pozo sellado situado en las inmediaciones. Originalmente ese tramo de la vía tenía muchas curvas, pero después se sustituyó por la empinada pendiente que existe en la actualidad. Tanto el pozo como la cercana vivienda se construyeron en el siglo XIX. La casona aún está habitada y conserva vestigios de su antigua belleza, rodeada de añejos pinos y grandes árboles frutales. Altas palmas reales bordean el sendero que va desde la casa hasta la antigua carretera que pasaba frente al pozo.

En ese entorno ocurrió, hace más de 150 años, un trágico suceso que aparece narrado, con lujo de detalles, en el libro “Siete leyendas matanceras”. De manera sucinta, referiré los hechos. La propiedad pertenecía a un español, que una noche, por celos infundados, asesinó a su esposa cubana, mucho más joven que él, arrojándola al pozo. Después lo selló con numerosas piedras que sus empleados habían acarreado hasta allí para delimitar la finca. A la mañana siguiente los obreros se encontraron con el pozo tapiado. El dueño ya había abandonado el lugar. Luego se supo que había embarcado para España y fallecido, en alta mar, de una dolencia pulmonar que padecía. A partir de entonces fueron muchas las personas que decían haber visto a una mujer junto al pozo o vagando por los alrededores. Con el correr de los años, asociaron esas apariciones con el hecho de que, a pesar de las peligrosas curvas, jamás hubiera un accidente de tránsito en la zona. Eso dio lugar a la leyenda de la Virgen del Pocito, a la que atribuían haber bendecido esa parte de la carretera. Mucho tiempo después, se construyó un terraplén para eliminar los recovecos, pero el mito subsiste, apoyado porque se mantiene la ausencia de accidentes fatales.


Yo vivía en las afueras, a la bajada de esa loma. En una ocasión me retrasé en la ciudad y como era en otoño, anocheció temprano. Ya habían pasado los vehículos en que habitualmente viajaba, así que no tuve otro remedio que emprender la caminata hasta mi hogar, distante a un par de kilómetros. Era una noche oscura e iba sola, pero no tenía miedo. A mitad de la pendiente pasó por mi lado un automóvil que bruscamente aceleró. Reconocí los asustados rostros de los viajeros. Se trataba de un matrimonio que visitaba con frecuencia a unos vecinos míos. Me extrañó la expresión de horror conque me miraron, pero no le di mayor importancia al asunto.


Terminé de bajar la cuesta y me adentré por el callejón que me llevaba a mi casa. Cuando me acerqué a la vivienda de mis vecinos, observé el auto aparcado y escuché las voces alteradas de la pareja que narraban a sus amigos el reciente encuentro que habían tenido con la Virgen del Pocito. Al cruzar por el rectángulo iluminado que salía por la puerta abierta, otra vez las caras de espanto, acompañadas de histéricas exclamaciones: “¡Mírala, ahí está!”, “¡Oh, nos siguió!”, “¡Esa es, con el mismo velo!”. Saludé y seguí mi camino, mientras oía a mis conocidos tratando de explicarles, entre carcajadas, que yo no tenía nada que ver con el más allá.

Lo que confundieron con un velo era un pañuelo de un azul muy tenue surcado por hilos plateados que quizás en la oscuridad contribuía a darme un aspecto fantasmagórico. No recuerdo la ropa que vestía, pero como era la época de pañuelos en la cabeza y minifaldas, y yo seguía fielmente la moda, seguramente llevaba una falda muy corta, algo bastante poco convencional para un ánima en pena.

Nada, que cualquiera puede, hasta en minifalda, convertirse en fantasma por un rato.



7 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page