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Foto del escritorAleida García

El golpe bajo de la discriminación

Actualizado: 30 nov 2021

Coincidimos en el cumpleaños de un amigo común. Me asombró la habilidad conque se desplazaba ágilmente sobre sus muletas. Al notar mi admiración, el anfitrión nos presentó, comentando: “Ahí donde lo ves, este hombre, hace casi 40 años, fue noticia en todo el país. Pídele que te muestre los recortes de viejos periódicos que relatan su hazaña”. Ante mi interés, Ernesto Hidalgo me contó su historia.

Había nacido en la ciudad de Ovalle y contaba pocos meses cuando enfermó de poliomielitis, temible flagelo que hasta 1964 causó estragos, sobre todo en la población infantil, a nivel mundial. Como secuela, le quedó, de por vida, la incapacidad para caminar, por la parálisis y atrofia muscular de sus piernas. Solo recuerda, de sus primeros años, los largos períodos de hospitalización y las numerosas intervenciones quirúrgicas, hasta que al fin, a los 7 años, pudo movilizarse con la ayuda de sus inseparables muletas.

Agradece a su mamá, sabia mujer de pueblo, porque en una época donde los discapacitados generalmente permanecían recluidos en sus casas, ya que los familiares se avergonzaban de ellos o pensaban que era la mejor forma de protegerlos, en algunos casos, de la curiosidad, en otros, de las burlas ajenas, ella hizo todo lo contrario. Dotada de una inteligencia natural y aptitudes de sicóloga, con la frase “tú puedes también” le animó siempre a valerse por sí mismo, a ser independiente, a superarse, a no considerarse, jamás, inferior a nadie. Regañaba a sus hermanos cuando intentaban ayudarlo en cualquier tarea que le resultase trabajosa, reiterándoles que él era capaz de alcanzar las metas que se propusiese en cualquier actividad. Y así fue, incluso practicó futbol y junto a su equipo, logró clasificar para el mundial juvenil de los juegos para limitados físico motores que se celebraron en Brasil en aquel entonces.

El suceso al que se refería nuestro amigo y que se registra en las páginas amarillentas que guarda celosamente, ocurrió en 1982. Para promocionar la Teletón, que hacía pocos años se había iniciado y no gozaba de la divulgación conque hoy en día cuenta, decidió recorrer, auxiliado solamente de sus muletas, la distancia que separa a Ovalle de Santiago, en largas y agotadoras jornadas. A su paso por los distintos pueblos y ciudades era ovacionado por las multitudes y recibido por las autoridades locales. A su vez, la prensa de la época se encargó de dar a conocer los detalles.


Con su tesón y el apoyo familiar, pudo estudiar, trabajar, ser útil a la sociedad. En su trabajo se destaca por su eficiencia, responsabilidad y puntualidad. Es querido y respetado por todos. Formó una familia y tiene dos hijos universitarios que son su orgullo. No se queja de la vida que le tocó. Sin embargo, hay un hecho que, aun con los años transcurridos, no puede olvidar y aún lo hiere, lo lastima en lo más profundo de su sensibilidad.

Recién graduado de Programación, optó por una plaza vacante en una empresa. Envió sus documentos y fue aceptado, para gran felicidad de toda la familia. Allá se fue, lleno de ilusiones, el día señalado para iniciar sus labores, elegantemente ataviado con un terno que su hermano le había comprado para la ocasión. Al presentarse en la empresa, el jefe de personal lo observó de arriba abajo, preguntándole si le habían dicho que para acceder al lugar donde estaba situado su puesto de trabajo tenía que subir un escalón. Le respondió que sí, que ya lo había visto y que eso no era obstáculo para él. El directivo meneó la cabeza dubitativo y sin ambages declaró que no lo iba a contratar, porque no lo consideraba apto para desempeñar la plaza. Esas palabras fueron como una bofetada en pleno rostro para él. El mundo se le vino abajo. Con amargura e impotencia, sintió que a pesar de sus esfuerzos, la absurda discriminación le asestaba un golpe bajo. Y de allí se fue, frustrado, con sus sueños destrozados, sin decir una palabra. Sin argumentarle al estúpido personaje que para él, que practicaba deportes, que con sus muletas había recorrido durante un mes 480 kilómetros, un simple escalón no significaba nada. Reconoce que hoy en día hubiera rebatido las arcaicas ideas de aquel señor, pero en esos tiempos un jefe inspiraba tanto respeto que a nadie se le hubiera ocurrido alegar. Narrando los hechos, se conmueve. Sangra de nuevo la vieja herida.

Mientras le escucho, mi mente vuela hacia el discriminador. ¿Qué habrá sido de él? Si aún vive, será un anciano. ¿Experimentará en carne propia el menosprecio de los demás por alguna limitación física o mental? ¿Recordará alguna vez al muchacho al que sin miramientos, le negó, injustamente, una oportunidad?

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