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Foto del escritorAleida García

El Indio Araucano. ¿Un cantante olvidado o una leyenda viva?

Ni las rondas de Gabriela ni los versos de Neruda. No fue a través de la literatura sino de la música, mi primera referencia de Chile. Entre mis más lejanas vivencias, recuerdo a mi mamá cantando, mientras limpiaba la casa, canciones del Indio Araucano, cantante chileno que vivía en Cuba y gozaba de mucha popularidad. Se escuchaba mucho en la radio y aparecía con frecuencia en la televisión, con su peculiar indumentaria, el poncho andino, y la wincha sujetando sus largos cabellos, orgulloso de sus raíces indígenas. Cantaba temas latinoamericanos, entre los más conocidos, “Recuerdos de Ypacaraí”, “La Batelera”, “Soy marinero”, “Pájaro Chogüi”. También interpretaba canciones donde reflejaba el sufrimiento del pueblo mapuche después del despojo de su territorio ancestral por los estados de Chile y Argentina, como “Rito Araucano” y “Lamento mapuche”, su canción favorita, que cantó por primera vez en 1938 y siempre mantuvo en su repertorio.


Oswaldo Gómez, el Indio Araucano, nació el 13 de marzo de 1921, en Quintra Malai, muy cerca de Angol, en la Región de la Araucanía. El año pasado cumplió cien años. Una larga vida, no exenta de adversidades, que enfrentó con voluntad férrea. A los ocho años, el Cayupi, como le llamaban, perdió la vista. (La recuperaría muchos años después, en 1984, mediante un trasplante de córnea realizado en Estados Unidos). Solo tenía doce años cuando, ya huérfano de madre, inició su trayectoria musical. Según ha contado, unos turistas lo escucharon cantar mientras se bañaba en el rio. Impresionados por su talento, le aconsejaron que se presentara en Temuco. A los 13 años cantaba en una radio local de Los Ángeles. Aun adolescente, obtuvo el premio al mejor cantante de la ciudad, lo que le valió para presentarse en el Concurso “La Voz de Oro de Chile”, que ganó con diecisiete años, interpretando “El pregón de las flores”, del afamado compositor cubano Ernesto Lecuona. Ya convertido en El Indio Araucano, comenzó su carrera internacional en 1944, triunfando en Argentina, Colombia (donde obtuvo un Disco de Oro en 1948), Venezuela, Panamá, México, Republica Dominicana, Puerto Rico y Cuba, adonde llegó en 1955, permaneciendo 11 años, hasta que le fueron incautados todos sus bienes por el Gobierno Revolucionario. Al salir en 1966, rumbo a España, tuvo que comenzar de cero. Después, se estableció en Estados Unidos, presentándose con éxito en afamados centros nocturnos de Nueva York, junto a importantes cantantes latinos de la época. Con más de noventa años conservaba el timbre y la potencia de su voz, cantaba en el coro de su iglesia e impartía clases de canto.

Aun cuenta con muchos admiradores, sobre todo cubanos, puertorriqueños, dominicanos, que recuerdan con nostalgia sus canciones, y lo consideran una leyenda viva de la canción latinoamericana. Con motivo de su centenario, le organizaron un homenaje en Union City, Nueva Jersey, donde reside desde hace muchos años. Una vez más, subió al escenario y cantó.

Para mi sorpresa, cuando le pregunto a mis amistades chilenas por él, nadie sabe quién es, no solo los más jóvenes, lo que resulta comprensible, también es un desconocido para los que pasan de 60 años. En una entrevista que le realizó un periodista dominicano, cuando contaba noventa y siete años, todavía con plenas facultades mentales, respondió al comentario del entrevistador sobre el hecho de que ninguna institución de su país natal haya reconocido su valiosa contribución musical y artística a la cultura chilena, con esta frase: “Nadie es profeta en su tierra”.



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