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Foto del escritorAleida García

LA REVANCHA

“No te preocupes mi viejo, ya vas a salir de aquí, para que puedas morir en la casa, tranquilo, con los tuyos”. La doctora, que acababa de notificar el alta hospitalaria del anciano, quedó estupefacta con la salida de tono de la anciana, que, a pesar de la edad, se conservaba fuerte y enérgica. Menos aún entendió la hilaridad de los presentes ante la mueca de desagrado que provocó en el paciente el inoportuno comentario. Molesta, les reprochó por tan desconsiderada actitud y les recordó que el viejo, aunque delicado de salud, no estaba en sus últimos días ni mucho menos.

La más joven del grupo, entre risas, le explicó que solo era una simple revancha de su abuela, que treinta años atrás había estado muy enferma. En una complicada cirugía, le habían extraído un tumor del páncreas. Unos días después, el cirujano se reunió con los familiares para comunicarles que había llegado el resultado de la biopsia. Corroborando sus sospechas, se trataba de un tumor maligno, comúnmente conocido como tumor oculto del páncreas, en avanzado estado. Nada que hacer. Como ya estaba repuesta de la intervención quirúrgica, podían llevársela para la casa y allí, rodeada del afecto familiar, tratar de garantizarle la mayor calidad de vida en el poco tiempo que le quedaba, a lo sumo seis meses. Les advirtió que, además, como secuela de la operación en el páncreas, padecería de diabetes mientras viviera.

El esposo, trastornado con las palabras del médico, corrió al lado de la enferma, exclamando entre sollozos: “Ay, mi amor, lo tuyo es malo, te queda poco. Te llevaremos para la casa. No te preocupes, morirás tranquila, al lado de tu familia”. El corazón de la pobre señora, impactado por semejante noticia, sufrió un infarto. Después de varios días en extrema gravedad, logró sobrevivir y regresar a su hogar, resignada a esperar la muerte, con el cuidado y el cariño de sus parientes, que trataban de hacerle más llevadera la etapa final. Pero al pasar los meses, para asombro de todos, en lugar del deterioro físico pronosticado, la mujer mejoraba paulatinamente. No solo llegó viva al plazo fijado, sino que ya no quedaban rastros de la enfermedad, ni siquiera apareció nunca la anunciada diabetes. El oncólogo que la atendía estaba perplejo, así como sus colegas, que tampoco hallaban una explicación lógica. De hecho, durante años fue caso de estudio en la Facultad de Medicina.

Transcurrió el tiempo sin que volviera a enfermar. Arribó, saludable y activa, a la vejez, no así el marido, que se convirtió en un viejo achacoso, aquejado de varias dolencias. A menudo se descompensaba y había que hospitalizarlo. Ya estabilizado, en el momento de darle el alta médica, siempre la vivaracha anciana aprovechaba la ocasión para vengarse, repitiendo el consabido estribillo.



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