Fue mi mejor amigo. Jamás ninguno como él para levantarme el ánimo en los días grises, para escuchar mis cuitas, para hacerme reír. Generalmente de buen humor, a su lado el tedio y el aburrimiento no tenían cabida. Cuanto me duele pensar que ahora es solo polvo en el viento. Era tan buena persona, generoso, solidario, siempre dispuesto a ayudar a los demás (aunque a veces no se lo agradecieran), cortés, afable, que yo, parafraseando a la ilustre Avellaneda, le llamaba “el más amable de los hombres y el más querido de los amigos”. Humano al fin, también tenía sus defectos. Muchos le criticaban por ser un empedernido mujeriego. Cuando lo conocí, ya con una edad en la que supuestamente debería haberse tranquilizado, aún mantenía, aparte de su matrimonio, una relación de larga data con otra mujer. Como eso no era de mi incumbencia, no lo juzgaba. Apreciaba sus virtudes y hasta me divertía con ese rasgo de su personalidad.
Excelente conversador, añoro las tardes de versos y anécdotas, acompañadas de limonadas frías para mitigar el calor tropical. Hablábamos de disímiles temas, pero mis favoritos eran sus historias de antiguos amores. Si todavía tenía éxito con las mujeres, porque sabía cómo tratarlas, imaginaba como sería en su juventud, allá en el recóndito valle donde había nacido y crecido. Atractivo, bien dotado físicamente, simpático, de verbo fácil, con el plus de ser poeta, ya que improvisaba con suma facilidad décimas campesinas, no es de extrañar que en todas las reuniones, lo mismo en fiestas, guateques, bodas, bautizos, cumpleaños, que en altares o velorios, cuando aparecía montado en su vistoso caballo, el mejor de la zona, fuera el preferido de todas las guajiritas y la envidia de los hombres, que no podían emular con sus dotes de seductor. No había jovencita que se le resistiera y siempre tenía varias novias a la vez, lo que en muchas ocasiones lo puso en aprietos, aunque se las ingeniaba para salir airoso. Yo disfrutaba escuchando sus aventuras.
Sin embargo, una tarde mi amigo no mostraba su acostumbrada alegría. Una sombra de tristeza opacaba su semblante y velaba su mirada. Supuse que un reciente viaje al terruño natal le habría avivado viejos recuerdos. El relato que me hizo ese día, con la condición de que nunca lo escribiera, no fue para nada divertido. Ahora que las cenizas de mi amigo vuelan quién sabe por dónde, ante la remota posibilidad de que afecte a nadie, por la lejanía en el tiempo y la distancia, rompo mi promesa.
Entre sus numerosas conquistas juveniles, había una muchacha que, sin ser de las más agraciadas, le atraía porque era desenvuelta, audaz, atrevida, sin los remilgos de las mojigatas señoritas de entonces. Pero llegó un momento en que la joven, cansada de escuchar falsas promesas, no quiso ser una más en el harén del sultán criollo y aceptó a otro pretendiente, con el que se casó y tuvo una hija. Eso no le mortificó en lo absoluto, ya que le sobraban mujeres para escoger. Y para demostrar su buena voluntad fue, en visita de cumplido, a conocer a la recién nacida y llevarle un regalito, siguiendo las costumbres del lugar.
Al ver de nuevo a su antigua enamorada, observó que estaba más voluptuosa, la maternidad la había embellecido. Cuando la joven madre le mostró la criatura, él, fiel a su espíritu donjuanesco, le susurró, con aire seductor: “Y pensar que esta niña pudo haber sido mía”, a lo que ella ripostó con desparpajo, sonriendo pícaramente: “Cuando quieras, podemos hacer otra”. Dicho y hecho. En la primera oportunidad, un mes después, se pusieron de acuerdo. Al día siguiente podrían verse. Ella dejaría entreabierto el portón trasero al anochecer, a esa hora estaría lavando los pañales en el patio. (Debo aclarar que en aquellos tiempos no existían los pañales desechables ni llegaba la electricidad a aquel apartado rincón de la geografía cubana).
Ni corto ni perezoso, acudió mi amigo a la cita. Entró con cautela por el portón. Las sombras de la noche de luna nueva ya invadían el patio, exceptuando la débil luz de un quinqué, que alumbraba la batea, los brazos y una parte del rostro, inclinado hacia delante, de la mujer. Avanzó sigiloso y la abrazó de espaldas. Ella, sin sorprenderse, le sonrió y con un gesto le recomendó silencio. Sin dejar de lavar, se acomodó, inclinándose más. Preparada para la ocasión, lo esperaba sin ropa interior debajo de la amplia falda. Él, sumamente excitado, la penetró a oscuras con relativa facilidad. De repente, un agudo llanto infantil lo paralizó. Al instante, retumbó una gruesa voz varonil: “Ándate, mujer, que la nena está hambrienta”. Aterrado, quiso retirarse, pero ella, sujetándole, lo conminó a seguir y sin abandonar su tarea, contestó muy calmada: “Ya voy, espera a que acabe”. La escena le parecía irreal. El llanto desesperado de la pequeña, los gritos enojados del marido: “Acaba de venir a darle la teta”, las respuestas serenas de la mujer, que seguía imperturbable moviendo las caderas al compás del agua que salpicaba en el balde: “Falta poco, estoy terminando”, le impedían concentrarse. Sentía lástima por la bebita, una mezcla de temor y vergüenza por el hombre que estaba siendo engañado a pocos metros y rabia hacia la loca, que con una osadía sin límites, lo había puesto en esa descabellada situación. No supo cómo, a duras penas, pudo llegar al clímax. Sin despedirse, huyó precipitadamente y nunca más regresó.
Volvió a saber de ella dos años más tarde, cuando una triste noticia recorrió todo el valle. La niña había fallecido en un trágico accidente. Se había ahorcado con las sogas de una rústica hamaca que colgaba de las ramas de un árbol cercano. La madre la había llevado hasta allí para que se entretuviera meciéndose, mientras ella lavaba la ropa.
Publicado en Junio 2019.
ME GUSTA. ES UN CUENTO CORTO, CON PALABRAS COTIDIANAS Y FACILES DE ENTENDER A CUALQUIER LECTOR. CON UNA NARRATIVA QUE TE VA LLEVANDO A REFLEXIONAR SOBRE UN HECHO DE LA VIDA., REAL O HIPOTETICO, RECLAMA TU INTERES HASTA EL FINAL. MUCHAS FELICIDADES A LA AUTORA.