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Foto del escritorAleida García

Soliloquio de perra vieja

Actualizado: 7 dic 2021


No me pregunten porqué aparecí, una noche fría y lluviosa, en aquel portal. Los perros de los vecinos, con sus ladridos, me delataron. La dueña de la casa se asomó intrigada, e inmediatamente la elegí como mi nueva ama. Ella se resistió, dijo que no quería más perros. No obstante, al verme tan flaquita y temblorosa, me dio de comer en un pozuelo que dejé vacío en un santiamén. Después me cubrió con una manta vieja para que pasara la noche abrigada. Un pariente opinó que mi llegada, precisamente ese 17 de diciembre, día de San Lázaro, patrono de los perros, tenía un significado oculto, pero ella declaró que no le interesaba. Si me había dado alimento y abrigo, era solo por piedad, pero sería solo por esa noche, no iba a hacerse cargo de mí, jamás me dejaría entrar a la casa. Eso pensaba ella…


Un rato después, alguien recordó que la semana anterior, una señora había estado averiguando, en la esquina, por una perrita salchicha, negra y carmelita, que se le había extraviado. Como la descripción coincidía, mi benefactora decidió poner un anuncio clasificado en un programa radial muy escuchado, para que la mujer supiera donde yo estaba y me recogiera. Mientras tanto, ella cuidaría de mí. Durante tres semanas estuvieron publicando mis datos y nadie vino. Mi nueva dueña, cansada de esperar, no tuvo más remedio que adoptarme. Me llevó al veterinario, que me examinó bien. Dijo que era una perrita vieja, me calculó 14 años, y que al menos una vez había parido. También le explicó que era sobreviviente del parvovirus, la extraña manía de dar vueltas tratando de morder mi rabo y cierto desequilibrio al caminar, eran secuelas que me habían quedado. Sabe mucho ese veterinario. Después me inyectó para prevenir parásitos y enfermedades, lo que no me gustó. Esa fue la primera visita de muchas otras.


No imaginaba yo que ese hombre sería tan importante en mi vida tiempo después.

Desde el primer momento, me siento a mis anchas, soy la dueña y señora del portal. Le ladro a los perros que cruzan frente a la casa y persigo con saña a los gatos. Mi ama me regaña, no entiende que mi naturaleza de perra me fuerza a odiarlos. Como soy chusma y escandalosa, me nombra Luz Marina, por la protagonista de la telenovela de turno, negrita y alocada igual que yo. Luego se queja porque no la obedezco. Dice que soy una perra bruta y recuerda a su querido Toqui, un perro que murió hace años y sabía tanto que solo le faltaba hablar. Pero, ¿a quién se le ocurre llamar así a una perra decente? Si ella me entendiera, yo le diría mi verdadero nombre, corto, bonito y musical. Con el paso de los días no lo encuentro tan ridículo y comienzo a acatar las órdenes de mi ama. Al fin, admite que soy bastante inteligente, por supuesto, sin llegar al nivel del susodicho Toqui, el non plus ultra de los perros. Eso sí, aun me critica porque soy testaruda. Seguramente ignora que, en otra época, los dachshund fuimos los favoritos en la corte real inglesa. También el káiser Guillermo de Prusia nos prefería. Hay que respetar nuestro temperamento, por algo nos seleccionaron como la primera mascota olímpica.


Generalmente me llevo bien con las personas, me encantan los niños. Dicen que soy muy graciosa y juguetona. Bueno, no todos opinan así. A un hombre grandote, que visita con frecuencia a mi ama, le caigo mal. Detesta a los perros y cuenta cómo botó a una perra, que había en su casa, porque se infectó de garrapatas. Mi dueña se indigna, le riñe, lo acusa de criminal. ¡Esa es mi ama, por eso la elegí! Pero después el hombre se queja de que apesto. Mi ama me defiende, dice que soy una perrita limpia, aunque termina cediendo, por experiencia propia sabe que los perros tenemos un olor característico, que desagrada a los olfatos no acostumbrados. Así que cada vez que el maltratador de perros viene, me confina al pasillo, sin hacer caso de mis ladridos. ¡Qué humillación! A través de la puerta cerrada escucho con amargura la animada conversación y las risas alegres. Me entran ganas de morder en la canilla al odioso sujeto, pero no me atrevo, mi ama se enfadaría, como la vez que me escapé en busca de sexo. Resulta que cada cierto tiempo entro en celo. Cuando mi ama se percata, me encierra. Los perros del vecindario hacen guardia en el portal, se fajan y hasta se orinan, lo que enfurece a mi ama. En una ocasión aproveché un descuido suyo y salí, urgida por mis impulsos. Advertida por los ladridos de la excitada jauría que me perseguía, mi ama partió en mi búsqueda. Me encontró al doblar la esquina, a punto de comenzar a satisfacer mis deseos con un hermoso perro blanco. El grito estentóreo de “Luz Marinaaa” me paralizó, pero al instante reaccioné y me escabullí por debajo del perro, huyendo velozmente. Ella fue detrás de mí. Lo ridícula que se veía, corriendo por las calles debajo de la sombrilla que la protegía del ardiente sol del mediodía. Cuando me cansé de mortificarla, volví a la casa. Mi ama, molestísima, me regañó duramente. Siempre que me alboroto, ella dice que soy una desvergonzada, tan vieja y tan lujuriosa. No sé por qué se asombra. No debería criticarme ..., mejor me callo.


Me he convencido de lo importante que soy para mi ama. El pitbull del vecino entra al portal y yo le gruño, defendiendo mi espacio. Entonces me muerde en una de mis patas. Sujetándome con sus fuertes mandíbulas, me suspende y zarandea en el aire. Mi ama acude a mis chillidos y grita de espanto. Otras personas vienen en mi auxilio y a golpes lo obligan a soltarme. Estoy muy lastimada. Mi ama increpa al dueño del pitbull asesino, que ya mató a un perro y ha herido a varios. A la sazón llega el veterinario, que lo han llamado para que me atienda y apoya a mi ama. Me examina, dice que no hay fracturas y cura el colmillazo. Me duele mucho, no puedo caminar. Cuando me arrastro, a mi ama se le llenan de lágrimas los ojos y me acaricia. Está muy afligida, ahora sé que me quiere. Al quinto día ya estoy restablecida, más contenta y vivaracha que nunca. ¡Es tan grata la sensación de saberse amada! Nos entendemos de maravilla. Disfruto acompañándola en sus paseos. Cuando se sienta a leer o ver televisión, yo, echada a sus pies, reflexiono que soy una perra con suerte, tengo la vejez tranquila y dichosa a la que todo perro aspira. Dormito satisfecha, sin pensar en que la felicidad es efímera.


Mi ama está preocupada. Tiene que viajar y no sabe qué va a hacer conmigo. Habla con una señora que vive cerca y es dueña de un perro tan viejo como yo, piensa que quizás nos hagamos amigos. La vecina acepta, entusiasmada por la considerable suma que recibirá por cuidarme durante varios meses. Mi ama me lleva con mi colcha, mis pozuelos de comer y tomar agua, para que no extrañe nada. Le cuesta trabajo separarse de mí. Al día siguiente, llama para saber cómo he pasado la noche y la mujer le dice que vaya a buscarme, la tengo loca, nunca ha visto perra más insoportable. Agredí a su noble perro que escapó asustado, no he comido ni dormido y no ceso de ladrar. Cuando llega, me hago la indiferente, para que sepa que estoy ofendida. La vieja devuelve el dinero y nos vamos, con la colcha y los pozuelos. En silencio, sigo a mi ama, que va angustiada. Decide pedirle ayuda al veterinario que está de acuerdo en recibirme. Dice que el dinero le viene muy bien, yo soy una perrita buena y en su casa hay un patio grande con una casita para mí. Mi ama me prepara de despedida mi comida favorita, y ya no la veo más. Inicio una huelga de hambre, pero al tercer día, como no viene a buscarme, la rompo. Aunque estoy muy triste, me voy adaptando a la situación. El veterinario no es malo. Cuando llega del trabajo juega un rato conmigo y a veces me saca a pasear. La esposa sí es una pesada, protesta por todo. Él no le hace caso, me atiende bien y es cariñoso conmigo. No debería quejarme, pero extraño a mi ama.


El veterinario me estuvo revisando y he quedado muy adolorida. La molestia es insoportable y como han dejado la puerta abierta, huyo a refugiarme en casa de mi ama, necesito su compañía. Gimiendo desesperada, araño la puerta. La hermana de mi ama, que vive al lado, se apiada y me deja entrar. Busco por todas partes a la única que me puede consolar y no la encuentro, ¿Dónde estará? Llega el veterinario y le explica que me ha detectado un tumor en el recto, pudiera extirparlo, pero no cree que mi viejo y débil corazón resista la cirugía. Aconseja que se comunique con mi ama y le consulte su opinión. Ella le pide que me deje pasar la tarde allí. Recorro la casa silenciosa y ya más tranquila, me acuesto en el portal a recordar viejos tiempos. A la noche, me llevan adonde ahora vivo. Voy resignada, sé que no volveré nunca más al lugar donde fui feliz.


Ya no quiero comer, estoy sin fuerzas, muy flaquita y encorvada. El veterinario a diario me inyecta para aliviar los dolores. Me alimenta e hidrata a través de sueros. Mi ama le ha mandado a decir que haga lo que estime más conveniente para mí, pero que por todos los medios trate de evitarme sufrimientos. A menudo viene a verme una amiga suya que la mantiene informada de mi estado.


Como hace dos días que solo respiro, con los ojos cerrados, no me muevo ni me quejo, piensan que estoy inconsciente, pero no es así. Escucho al veterinario hablando con la amiga de mi ama, que le pregunta por mí. Le responde que estoy en las últimas, es solo cuestión de horas. No siento dolor, me quedo dormida. Sueño que voy caminando con mi ama en un recorrido que muchas veces hicimos juntas. Yo me adelanto, pero de vez en cuando miro hacia atrás para cerciorarme de que mi ama no se ha ido. Me sigue, vamos felices.

Ahora, desde el cielo de los perros, veo a mi ama, que llora desconsolada, allá muy lejos, casi en el fin del mundo.



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