Margarita Rodríguez
- entre parentesis
- 19 sept
- 7 Min. de lectura
Escritora, poeta, Gestora Cultural.
Nació en Pinto, Región de Ñuble, Chile
Fundadora y presidenta de la Fundación Cultural Odisea de las Artes.
Peñaflor, Región Metropolitana y Filial Valles de Pinto, Región de Ñuble
Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile-SECH.
Socia Fundadora Circulo de Escritores, Peñaflor
Socia Fundadora Sociedad de Escritores de Pinto
Ha publicado dieciocho libros y participado en más de cuarenta antologías (Chile y extranjero).
Ha publicado en la revista Poesis Abditus -Perú.
Artista plástica y artesana en lanigrafía (el arte de pintar con lanas).
RECONOCIMIENTOS:
Participación en Festival de Poesía International-Taiwan”, donde queda impreso uno de sus versos en una estación del metro de Tamsui-Taiwan, septiembre 2019.
Reconocimiento por su aporte al desarrollo cultural del pueblo, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Pinto, en su 160 aniversario, octubre 2020. y en su 161 aniversario, octubre 2021.
Reconocimiento Artista Destacado año 2021, por su contribución al desarrollo cultural de Peñaflor, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Peñaflor-Secretaría Regional Ministerial de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, noviembre 2021.
Invitada a participar con sus poemas en el proyecto “Arte y cultura en el territorio”. Organizado por la Ilustre Municipalidad de Peñaflor año 2022
Visitante distinguida en Chilecito-Argentina, Tarija y San Lorenzo-Bolivia, Guadalupe y Santiago de Chuco-Perú.
escritora y Poeta chilena.

POEMAS
DESPEDIDA
A las cuatro de la tarde,
a las cuatro en punto
lo esperaban
en el portal
de las espumas adormiladas
y empujaron su barca de juncos
hasta el insondable mar.
A su paso, el árbol desnudo de junio
ardía en frutos anaranjados,
apagándose luego,
la luz de las pedrerías del estero
y el verde ingenuo
donde cabían todos sus avatares
Ya nada era urgente,
ya nada coincidía,
todo estaba escrito
sin importar la húmeda esperanza,
ni el blanco de las orquídeas
veneradas por sus manos.

GOLONDRINAS
Dicen que las golondrinas
con sus ojos atados al sol
pintan primaveras, mares y trigales.
Que con delicadeza y vehemencia,
aliviaron el sufrimiento del Nazareno
quitando las espinas
de su corona.
Dicen que van recitando su linaje
sobre la mudez de las jirafas,
sobre la añoranza de las ballenas
buscando el Calipso de Cousteau.
Dicen que sus alas infinitas
son la conexión entre lo terrenal y lo sutil

DAMA DEL SOMBRERO
Tu nombre de pétalos
no necesita ser anunciado.
Tu voz pletórica de rocío,
es evolución, valentía.
Sobre tus hombros
bosteza la mañana
y en huellas de lluvia
encarna el otoño
con tantos abriles
atados a tu falda.
Tu impronta alada,
echada al viento, o a la lumbre
no pasa inadvertida.
En el eco de tu andar,
la calle se puebla de rumores,
de misticismo, de esencias.
En ti, dama del sombrero,
consciente de todo, de nada
lo que parece terminar,
es apenas el comienzo.

EN EL AZUL DE LAS GAVIOTAS
He dejado naufragar tu nombre
en el azul de las gaviotas,
en los cantares épicos
de aquel, que izo velas
y se marchó
Una y otra vez, las olas golpean las rocas,
como tu ausencia en mis pomares.
Mi aliento se triza
en la estela del velero que se aleja,
en el eco de ese adiós no dicho,
en las voces que se apagan,
que enmudecen
cuando más las necesitas.
Abrigada en tus ojos,
en tu sonrisa, en mis flores, en la fe que pedí́.
¿cómo imaginar que de un momento a otro,
tu ya no estarías,
que el sol dejaría de alumbrar al medio día?
El viento respira en mi hombro fracturado de temores.
Más, la belleza descarnada del paisaje,
evoca, redime,
como si el mar quisiera
no olvidarse de nada,
juntarlo todo en un mantra
de sanación,
en un salmo infinito
por quien amamos alguna vez
o amaremos por siempre.

ESPÍRITU ANCESTRAL
(2 MARZO DE 2025)
¡Hijo mío!
¡Hijo de la Pachamama!
que asomas al mundo
fascinado y transido
entre mis hebras de plata,
que abrigas en mi rebozo
tus piececitos de niño mapuche
¡Escucha, escucha lo que te voy a contar!
Más al norte,
en el imperio del inca
todos los caminos conducen al Cusco,
florece la cantuta
y en racimos el capulí.
En los dominios de Janequeo,
entre miradas rotas
y voces ausentes,
la magia de kalfuray,
viste de azul
campos y quebradas.
Tras la memoria
del pehuén.
a veces, el río
desborda el valle
y la lejanía
puede ser cruel y despiadada.
Donde tus ojos no alcanzan,
existen abismos imposibles de ignorar,
un mundo por hacer,
una forja por cumplir.
Tu linaje se alza
sobre la roca fracturada por los siglos,
sobre las farolas que pernoctan en la ciudad dormida.
Sobre lo perverso que habita en el hombre y su ilimitada invidencia.
Sobre el molino que agita sus astas
ignorando la piedra y el grano.
¡No olvides hijo mío!,
que cada día es un viaje,
que tu esencia es parte
del viento que trepa la tormenta,
de la tierra que madura
generosa y febril,
del agua que se hace fresca y ligera en lo sabio del sendero.
¡No olvides tañí futúm!
La tradición oral que nos enlaza de generación en generación.
la visión cósmica de la machi,
el espíritu ancestral que mora en ti,
más acá́ o más allá́ de todo.

DULCE NIÑA
(20 DE FEBRERO DE 2025)
Dulce niña
que comienzas el viaje de la vida,
que te contemplas al espejo
con el alma
abstraída en un instante.
Dejadme, en mi congoja de poeta
invocar otroras primaveras, besar tu
aliento que alberga el universo
y esas manos que no alcanzó a coger con las mías.
Dejadme abrazar a la niña que fui,
a la niña que aún habita en mí.
Dejadme, en este manifiesto de aves y flores.
Contemplar tu espontaneidad,
la sonoridad de los trigales,
los instantes que valen más que una vida.
Dulce niña,
de hace mucho, de no hace tanto.
No temas, no temas
a la plegaria de la tarde.
A la lumbre de las farolas
yo saldré a tu encuentro.

CUENTOS
Dora
Ayer acompañé a Dora, a su chequeo anual. Su trabajo ha sido muy duro y sin descanso durante mucho tiempo. Era necesario que parara un rato, que me preocupara de su salud, ya que ella por sí misma no lo hace, ni lo va a hacer.
Últimamente, la noto cansada, irritable, rezongona.
No fue fácil convencerla, no le gusta salir, menos romper su rutina diaria. Estaba molesta, incómoda, cedió a última hora y a regañadientes.
Dora, es muy directa, me trató de exagerada, evitó mis ojos y no me dirigió la palabra durante todo el trayecto.
Definitivamente, cuando algo no le gusta pone el grito en el cielo.
Al llegar a la clínica, la habitación era sombría, desprovista de todo ornamento.
Un viento arrebolado la despojó del abrigo y Dora tratando de disipar sus temores me miró como diciendo
¬-¡Para estar aquí hace falta estar enferma!
Y ciertamente lo estaba.
Ella sabe que es mi brazo derecho, mi compañera, que la necesito como el arco a su violín, como Martín de Porres a su escoba, que nunca le haría daño.
Cuando la conocí su experiencia laboral era nula, pero por su carta de recomendaciones, supe que era lo que buscaba, que sería la asistente ideal, que venía para quedarse.
Dora, lleva años ayudándome en los quehaceres del hogar, es una más de la familia.
Siempre ha sido muy eficiente, servicial y madrugadora, una maniática de la limpieza. Va recogiendo todo detrás de los niños y mantiene rincones y muebles sin una partícula de polvo.
Su paciencia iguala a mi confianza.
Fiel a su estilo, los años no pasan por ella, aún se ve muy coqueta y graciosa con su delantal rojo, zapatos negros y cordones blancos.
Hoy amaneció muy pulcra y minuciosa. El piso de la casa se tiende a mi mirada como un valle fresco y soleado.
Por suerte, era cosa de apretar unos tornillos y comprar un par de accesorios para que Dora, mi aspiradora, quedara como nueva.

El niño y su tesoro
Entre los perfumados juncos de la ribera, Pedrito lloraba sin consuelo.
Las aguas cual sierpes vítreas, le habían arrebatado su tesoro. Por más que corrió y corrió, no pudo alcanzarlo.
Las horas pasaron de largo, el cielo se ahogó en su mirada.
“Y las lágrimas seguían saliendo, como un río salado y amargo” mientras su barquito de papel, sin remordimiento, navegaba rumbo al mar.
Sáquenme de aquí
¡Sáquenme de aquí! Repetía una y otra vez aquel hombre atrapado entre blanquecinos muros que asfixiaban su furor.
"Había en su voz una súplica, un tono a la vez persuasivo e imperativo", pero a nadie parecía importarle. Luego de unos minutos, lejos del mundanal ruido, la dosis inyectada hizo efecto y la camisa de fuerza ya no le incomodaba.
Una Navidad diferente
Nunca olvido ese día en que tú llegaste a casa envuelto en esa manta celeste tejida a ganchillo por la abuela.
Mamá se inclinó lo suficiente para que viera tu rostro, mientras decía sonriente que eras nuestro bebé, que tenía que ayudar a cuidarte.
Me causó curiosidad tu piel amarillenta, tus ojos hinchados y tus orejas dobladas.
Será un marciano pensé, pero no me atreví a decirlo en voz alta.
Yo te había imaginado tan hermoso como la imagen del niño Jesús.
En ese momento, aunque ilusionado y feliz por tu arribo al hogar, ya no estaba tan seguro de que pedir un hermanito hubiese sido una buena idea.
Muy pronto, con tus balbuceos y sonrisas lograste captar la atención de nuestros padres, mientras yo sin éxito ponía todo mi empeño por diferenciarme de ti.
Desde entonces dejé de ser la gracia, el hijo único, el regalón de la familia y no me quedó más remedio que acostumbrarme a tus llantos, a tus rabietas, que a veces me parecían insoportables.
Los días pasaron y no sé, como ni cuando, aprendimos a compartir los juguetes, la atención, el amor y nos volvimos inseparables.
¿Recuerdas esa Navidad en que hicimos una lista gigante de regalos para el viejo pascuero y pedimos al abuelo que la enviara al Polo Norte?
Total, en pedir no hay engaño, nos había dicho la tía Pepa.
Un día antes de esa fecha, como de costumbre, salimos a jugar a la pelota con nuestros vecinos.
De pronto tú te sentiste mal, te dolía mucho alrededor del ombligo.
Te llevaron de urgencia al hospital. Quise acompañarte, pero no me dejaron.
Qué injusticia fue todo aquello, si ya tenía diez años y además era tu hermano mayor.
A pesar de tu ausencia llegó la noche buena, la ciudad estaba engalanada de luces y estrellas.
Papá Noel como siempre, nos dejó muchos regalos al pie del árbol de navidad, pero no abrí ninguno.
Te extrañaba tanto, tenía miedo.
Sin ti, nada tenía sentido.
En ese momento aprendí que las cosas no son lo más importante, sino las personas.
Tú volviste tres días después de una cirugía de apéndice.
Ese año tu regreso a casa fue mi mejor regalo de Navidad.
Y siempre lo será.

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