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Antioquía en la ventana Cristina Wormull


Desde marzo 2020, los días se han vuelto extraños para Antioquía y supone que es el confinamiento que vive desde entonces. Cien días ya. A veces se sienta en las mañanas a mirar por la ventana los jardines que se extienden por la calle hacia la cordillera y le parece que la nieve se aproxima, se introduce a través de los cristales y la envuelve, la abraza y congela sus pensamientos que ya no pueden percibir si el día es día o la noche aún permanece estática, amenazante sobre ella. Vuelve a la realidad cuando coronando la montaña, la luz comienza a invadir el cielo anunciando que tras los arreboles y la niebla, viene el sol a iluminar la vida. De la penumbra pasa a una claridad abrumadora que encandila sus ojos y la coloca en pleno amanecer. Antioquía piensa que casi todas las jornadas se inician de la misma forma y ya no sabe diferenciar un lunes de un jueves, ni un miércoles de un domingo. De alguna forma se han borrado las diferencias entre fechas laborales y fines de semana. Cada día es igual al otro y el trabajo se sucede de lunes a domingo, sin cesar, invadiendo todos los espacios de su existencia. Es raro pensar que alguna vez la vida fue de otra forma, que hubo una época en que los rostros que ahora ve en las pantallas tenían cuerpo, emitían calor y se los podía tocar. A veces Antioquía cae en la tentación de abrazarse y juega frente al espejo pensando que es otro el que la estrecha, que ese calor que siente deslizarse por su cuerpo es la comunión con él y evita mirar de frente al cristal para no perder la ilusión del abrazo. Antioquía siente que todo es extraño porque ahora parece que su creatividad es mayor que antes y que, pese a que no puede abrazar a nadie, cada vez hay más personas cerca de ella que conversan y la estrechan a través de las redes. Hay muchas a las que nunca ha visto en persona... quizás ni siquiera existan en la realidad, pero están muy presentes en la virtualidad. Antioquía vive cada día como si no existiera otro, pero cumple religiosamente una rutina que le permite mantener a salvo su mente. Le han dicho que eso es necesario, que de esa forma podrá sortear la peste y volver a una nueva normalidad que no será como aquella que vivió por tantos años, sino una entelequia que no termina de aceptar. Antioquía hoy despertó, pero ya no estaba la cordillera ni la nieve entrando por sus cristales.


Quizás no es cierto que despertó. Todo es confuso. De pronto ya no ve lo que veía ayer y al bajar de la cama, el parqué se volvió musgo suave donde cada paso produce un chapoteo misterioso y la cálida humedad se prende a su cuerpo acariciando la piel que se entrega al placer de ser mimada y se pierde entre lianas e iguanas, navega sobre una piragua hacia el bosque misterioso que la llama, que la atrapa entre el verde de los helechos y el susurro de pájaros ignotos de extravagante y colorido plumaje que cual ninfas translúcidas, acarician su cuerpo .



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