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Galo y la sal

Había una vez un muñeco de sal. Después de peregrinar por tierras áridas llegó a descubrir el mar que nunca antes había visto y por eso no conseguía comprenderlo. El muñeco de sal le preguntó: «¿Tú quién eres?» Y el mar le respondió: «Soy el mar». El muñeco de sal volvió preguntar: «¿Pero qué es el mar?» Y el mar contesto: «Soy yo». «No entiendo», dijo el muñeco de sal, «pero me gustaría mucho entenderte. ¿Qué puedo hacer?» El mar simplemente le dijo: «Tócame». Entonces el muñeco de sal, tímidamente, tocó el mar con la punta de los dedos del pie y notó que aquello empezaba a ser comprensible, pero luego se dio cuenta de que habían desaparecido las puntas de los pies. «¡Uy, mar, mira lo que me hiciste!» Y el mar le respondió: «Tú me diste algo de ti y yo te di comprensión. Tienes que darte todo para comprenderme todo». Y el muñeco de sal comenzó a entrar lentamente mar adentro, despacio y solemne, como quien va a hacer la cosa más importante de su vida. A medida que iba entrando, iba también diluyéndose y comprendiendo cada vez más al mar. El muñeco de sal seguía preguntando: «Qué es el mar?». Hasta que una ola lo cubrió por entero. En el último momento, antes de diluirse en el mar, todavía pudo decir: «Soy yo». Se desapegó de todo y ganó todo: el verdadero yo.(historia narrada por los maestros espirituales antiguos y citada por Leonardo Boff


Como todas las mañanas desde que tenía recuerdos, Galo se desperezó en la cama lentamente, tomándose el tiempo necesario para tener la certeza que saldría de ella por el lado derecho de modo de partir el día con el pie adecuado.


Desde niño había sentido un temor reverencial por la posibilidad de iniciar la mañana con el pie izquierdo, señal clara de mala suerte para todo el día. De esta forma, cuando se casó con María, eligió el lado de la cama ubicada al costado derecho, de modo tal, que no existiera posibilidad siquiera de equivocarse y cualquier día, medio dormido, bajar del lecho por el lado equivocado. Los dioses no lo quisieran, quizás qué mal día enfrentaría, que horrores podría traer como consecuencia de un mal paso.


Por supuesto que esta no era la única manía o absurda creencia de Galo. Muchas otras supersticiones complicaban su vida diaria. Por mencionar algunas, las carteras en el suelo eran sinónimo de pobreza y las recogía rápidamente, un sombrero sobre la cama, señal clara de mala fortuna; pero su mayor problema tenía que ver con todo lo relacionado a la sal: estallaba de ira si alguien la desparramaba sobre la mesa, no aceptaba que le pasaran el salero en la mano.


Había que dejarlo sobre el mantel para que desde ahí lo cogiera. La sal le causaba un nivel tan grande de obsesión que temiendo que se botara un salero con algún grano perdido, los sacudía hasta que no se percibiera huella alguna, antes de arrojarlo al recipiente destinado al reciclaje. Creía a pie juntillas que el día que se desperdiciara algo de sal, la desgracia económica se cerniría sobre su casa y los suyos y que los eventuales problemas financieros que a veces tenía, eran culpa de algún derrochador de sal que se ocultaba en la familia.

La sal era su obsesión. Se dedicó a investigar su origen, lo valiosa que se consideraba en los inicios de los tiempos y cómo bajo el Imperio Romano se usó para remunerar parcialmente a los legionarios por sus servicios al ejército dando origen a la palabra salario que se utiliza hoy para describir el pago por los servicios prestados; averiguó que Salzburgo significa ciudad de la sal; que una de las principales rutas comerciales de los romanos se denominó Vía Salaria. Ahondaba en el tema contándole a sus hijos que derramar sal fue en un principio castigado y que probablemente esto dio origen a la creencia que derramar sal traía mala suerte, porque la gente era penada por hacerlo. Hoy podría compararse con arrojar dinero desde un edificio a la calle, agregaba. Mencionaba que Homero se refería a ella como una sustancia divina y que Platón decía que era muy apreciada por los dioses. No podía dejar de contar que la sal era la única piedra comestible y que producto de los ingresos logrados con su comercio, grandes obras, como la Gran Muralla China, pudieron ser construidas.

Tampoco dejaba de referirse a la importancia de la sal para la conservación de los alimentos en épocas en que no existía la tecnología para mantenerla en frío y su relevancia en la conservación de los muertos embalsamados, entre muchas otras cosas.

Pero la cualidad más importante, indudablemente, era la propiedad comprobada de la sal para espantar demonios pues es bien sabido que éstos no toleran la sal.

De esta forma su obsesión fue creciendo y visitaba subrepticiamente la cocina para sorprender a su mujer o la cocinera en un posible abuso de la sal o, porque empezó a creer en su locura, que cuando salaban las comidas, derramaban sal ocasionando así pérdidas financieras. La sola idea de la sal derramada lo perseguía día y noche, obsesión que no le permitía ausentarse de casa mucho tiempo y menos durante el período de elaboración de las comidas. Cuando lograba hacerlo, permanecía en vilo, angustiado por lo que podría estar ocurriendo en la cocina de su hogar al que retornaba con presteza. La sal se le empezó a aparecer en sueños, causándole una angustia tremenda por lo que optó por llenar su casa con objetos como lámparas de sal y similares para exorcizar la mala suerte, espantar los demonios y atraer a los dioses protectores del lar.

Hasta que un día –como buen minero que era- tuvo que partir al norte a visitar una posible veta de cuarzo, un yacimiento importante según los pirquineros que lo informaban. Pero ellos siempre creían eso. Partió ilusionado, como tantas otras veces y se adentró en la pampa por caminos que no eran tales, sino apenas huellas marcadas por pequeños mineros, buscadores de fortuna, que lo habían precedido y, siguió pampa adentro a lugares casi vírgenes apenas tocados por los hombres. Y luego de días recorriendo el altiplano sin encontrar el cuarzo prometido, llegó a un valle ignoto en cuyo centro se destacaba un salar resplandeciente, sin registro conocido… un gran mar brillante que de inmediato trajo a su mente las imágenes del Salar de Uyuni en Bolivia, el más grande de todos los conocidos. Pero éste que se extendía frente a él, éste no figuraba en mapa alguno, ni jamás había oído referencia sobre su existencia. Se quedó mirándolo embelesado, sin saber qué pensar al respecto, mientras allá en el firmamento, bellas nubes algodonadas se desplazaban suavemente nimbando el valle de punta a punta y el embrujo del salar le subía por la espina dorsal, enamorando su piel y encandilando sus ojos. De a poco con reverencia, se acercó a la gran masa de cristal brillante, recordando la historia china del muñeco de sal y tocó levemente el borde de este luminoso mar. Nada pasó, pero él sintió inmediatamente una conexión con la sal. Volvió a adentrar un poco más el pie y lo introdujo totalmente hasta el talón sintiendo que los cristales lo acariciaban como si lo estuvieran esperando desde hace mucho tiempo. Sintió que la sal lo abrazaba y lo jalaba suavemente hacia ella y un profundo amor le brotó desde lo más profundo de su ser. Y empezó a comprender que la sal lo llamaba, que lo necesitaba que sabía cuán importante era ella para él, y siguió entrando y avanzando hasta que la sal lo cubrió más y más arriba, mientras el la sentía y comprendía hasta el momento en que fueron uno y nada más que uno en un amor perfecto sin tiempo ni espacio.

Días después unos turistas que recorrían el altiplano chileno boliviano, y que andaban conociendo la zona, se detuvieron extasiados a contemplar el salar creyendo ver al centro del mismo una figura que pensaron podría ser un hombre, pero no era más que una silueta formada por la sal que parecía llamarlos en medio de la inmensidad del altiplano.



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