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Seducidos por la muerte

La muerte es una seductora irresistible y Gracia, acompañada de su hijo José, que por primera vez había cruzado el charco, no pudo resistirse a los llamados de los templos donde se la adora y emprendieron en su búsqueda, un recorrido por las calles y barrios de París.

Su primer objetivo fueron las Catacumbas de París, el cementerio más grande de Francia donde se encuentran seis millones de personas y que es objeto del deseo de muchos turistas por recorrer el kilómetro y medio de galerías con muros tapizados de huesos, especialmente tibias y calaveras. Las Catacumbas son también amadas por grupos de jóvenes que se hacen llamar catacumbistas, y que en forma sistemática entran a sus túneles, accediendo por alcantarillas y algunas estaciones de metro, a lo largo de los casi 300 kilómetros que se extienden bajo las calles de París para recorrerlos y organizar eventos tales como bailes de muertos, exhibición de películas y otros. La policía francesa tiene un duro trabajo fiscalizando a estos audaces aventureros del submundo parisino.

Gracia y su hijo José, decidieron iniciar en Las Catacumbas su recorrido por los templos de la muerte. Tuvieron que lidiar con el interés de muchos, lo que los obligó a permanecer en una fila durante casi tres horas, bajo una lluvia torrencial que se empeñaba en mojarlos, en un frío día de verano, para poder entrar en el osario descendiendo 130 escalones hacia las profundidades, al tenebroso laberinto de huesos donde cada cierto trecho inscripciones en latín o francés les indicaban la futilidad de la vida. José gozó tomando fotos (clandestinas, porque está prohibido) para poder compartirlas con sus amigos... Gracia respiró aliviada cuando pudo volver a la superficie, aunque el aguacero no hubiera cejado y continuaron su empapado recorrido por las casas de la muerte.


Así dirigieron sus pasos, mapa en mano a Montparnasse en busca de varios conocidos que habitaban entre sus muros. Les fue imposible encontrar la tumba de Simone Weil, fallecida pocos días atrás, pero hallaron rápidamente el lugar donde reposan unidos por la eternidad, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir y avanzando un poco entre las tumbas, salió al encuentro la de Charles Baudelaire, el amado de José, que no perdió tiempo en lanzarle besos (como muchos otros antes y que resplandecen pintados en la lápida) y exigir, cosa rara en él, foto especial para capturar el momento.


Tuvieron que andar y explorar mucho para encontrar a Julio Cortázar, expresamente oculto entre otros nichos muy ostentosos. Es bella la tumba de Cortázar. Estuvieron mucho tiempo junto a ella y Gracia osó sentarse en el borde de la tumba a conversar con su ídolo mientras José, nada de creyente, le enrostraba su falta de respeto y herejía... Trataron de mantener, eso sí, el silencio que exigió el escritor en su epitafio grabado en la lápida que cubre sus restos mortales y el de las dos mujeres que amó.

Y partieron más silenciosos, se pillaron hablando bajito, como si la emoción se hubiera hecho parte de ellos, rumbo a Pére Lachaise, para encontrar a otros ancestros, constructores de sus historias. La lluvia no cejaba y solo permitía pequeños claros hasta volver a quedar empapados. Al llegar al camposanto, el poeta Artaud fue el primero en saludarlos, severamente, pero en las proximidades Rossini agitaba sus manos sin quedarles claro si los saludaba o estaba dirigiendo una orquesta imaginaria. Se introdujeron por las avenidas y se encontraron brutalmente con la tumba de Jim Morrison que murió tan joven y pidió quedarse en París para siempre. Horrible lugar, está cubierto de flores y todo tipo de objetos de plástico con una fealdad kitchs que abruma... solo salvada por la imagen, quizás un fantasma, de la bella joven rubia que en silencio, con la mirada fija en la lápida dejaba rodar por sus mejillas lágrimas sin emitir sonido alguno. Se alejaron rápido con la sensación de haber interrumpido un ritual desconocido y dirigieron sus pasos en pos de Oscar Wilde, el ídolo, el amor, la obsesión de Gracia. La encontraron a poco andar, rodeada de cristales blindados para protegerlo de ataques de amor... y también de odio encendido. Los cristales lucen graffitis de todo tipo y entre ellos y la tumba que es coronada por una bella escultura, se ven todo tipo de flores secas que han sido arrojadas con amor ...y una pequeña botella de absenthia, su licor amado, que alguien en su delirio, dejó allí para el poeta. Gracia habría querido permanecer más tiempo junto a su amado, pero José exigió ir en busca de Chopin, su ídolo. Al encontrarlo, nuevamente exigió fotografías y algo así como una música los envolvió mientras miraban esas piedras. La fuerza y la seducción de la muerte había agotado sus cuerpos y embotado sus sentidos y partieron rumbo a la salida para volver a la vida de los vivos. En su ruta de salida, encontraron todavía a Saramago que los saludó entusiasmado y a la inolvidable Edith Piaff que les cantó No me arrepiento de nada.




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