Me decían el poeta y siempre cuando lograba zafarme de mi otro amigo poeta que me acompañaba siempre, yo aprovechaba de zambullirme en la en la primera línea junto a los cientos de jóvenes y jovencita que contenían a los opresores para que no desarmaran la marchas pacífica de los viernes. Un viernes los pacos cortaron la Alameda para que no llegáramos a la Plaza Dignidad y una jovencita muy valiente se acercó a insultar a los pacos por la represión que ejercían sobre lo que marchábamos. Fue entonces que tres pacos se abalanzaron sobre ella y a golpes la quisieron subir al carro. Nunca imaginé que esta vez no iba a quedar impune esa acción, así que nos fuimos encima de unos 20 pacos a arrebatarle a la chica a punta de puño limpio, recibíamos lumazos por todas partes pero hombres y mujeres con una rabia contenida no dejamos a la chica en las garras de estos cobardes. Fue entonces que cuando la chica estuvo a salvo, que empezamos a retroceder y sin darme cuenta que detrás de un Zorrillo sale un paco con una escopeta de bomba lacrimógena y más o menos a 20 metros disparó dos veces a mi cuerpo sin medir consecuencia. Quedé petrificado viendo cómo las bombas iban directo a mi cabeza, pero algo extraordinario pasó que nunca olvidaré, esas bombas doblaron hacia abajo y no a mi cabeza y recibí dos impactos en las piernas que me derribaron, fue un milagro que lo atribuí a mi Dios. Mis amigos de la primera línea me llevaron a un acopio y recibí atención por mis quemaduras. Aún tengo esas dos quemaduras en mis piernas que me recuerdan la pobreza y las injusticias de Chile.
Poeta facundo Miró
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