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Foto del escritorFacundo Miró

El fantasma de la cadena

Corría el año 1945 en el pueblito pesquero de Los Vilos. En aquel entonces existía allí uno de los muelles más importantes de la zona: barcos y buques iban y venían de diferentes partes del mundo. El pueblo se caracterizaba por su gente pacífica y trabajadora. Mi madre era conocida como “La Loca Fermi”, simplemente porque era muy liberal para esa época. Cuando quedó embarazada de mi hermano mayor, ella lo contó con mucho entusiasmo a casi todo el pueblo. Como era soltera, el cura y el alcalde del pueblo miraron el asunto con muy malos ojos, cosa que a mi madre no le importaba en lo absoluto, de ahí el que fuera tratada con ese apodo. Algunos años antes del embarazo, extraños acontecimientos conmocionaron el muelle. Muchas personas comentaban que estaban penando, que era el alma de un difunto que se había suicidado hacía algún tiempo y que su espíritu merodeaba en la penumbra de las noches, arrastrando una gran y pesada cadena. Pasó a llamarse “Fantasma de la Cadena” y sus apariciones eran plática obligada a la hora de la* choca de las familias del pueblo. En ese entonces, en mi familia eran todos pescadores, incluida mi madre. Mi abuelo y tatarabuelo trabajaban en la caleta del pueblo. Mientras fumaban y masticaban tabaco, comentaban las apariciones del Fantasma de la Cadena. Uno de esos días, mientras remendaban unas redes, los viejos apostaron si mi madre era capaz de quedarse toda una noche en el muelle. Mi abuelo apostó cierta suma a que la Loca Fermi sí sería capaz de lograrlo; el otro, lo contrario. Decididos, llamaron a mi madre y le expusieron la apuesta. Ella se burlaba de todo lo sobrenatural, creía en Dios, pero no era supersticiosa como la mayoría de la gente del pueblo; así que aceptó el reto de buena gana, con la sola condición de llevar como acompañante a su primo, que era tres veces más cobarde que la mayoría de los jóvenes del lugar, para no aburrirse. Era invierno. Esa noche fue la más oscura de todas, con fuertes vientos que auguraban un mal presagio según las habladurías de la gente. Cuando mi madre por fin convenció a su temeroso primo, ambos se apearon muy bien equipados para pasar una larga y oscura noche en el muelle. Los abuelos se aseguraron de que quedaran sin posibilidades de salir hasta la mañana siguiente, en la que irían personalmente a buscarlos. La Loca Fermi, advirtiendo que ya no había escapatoria, se burlaba a cada rato del pobre primo, que estaba verdaderamente aterrorizado y muy arrepentido de haber accedido a acompañar a mi madre en sus locuras. El muelle era muy largo, quizás de unos cien metros y no más de seis de ancho. Había varios containers agrupados y muchos tambores con productos de todos los países, algunos cubiertos por grandes y gruesas lonas para resguardarlos de la humedad. El lugar estaba completamente solitario, ya que nadie del pueblo aceptaba el trabajo de rondín de noche por el miedo al Fantasma de la Cadena. Esa noche, los protagonistas de la apuesta hicieron una pequeña fogata para hervir agua y calentar un poco sus cuerpos, mientras mi madre, para atemorizar más a su primo, le contaba cómo había sido el suicidio del personaje mencionado anteriormente, agregando elementos tenebrosos ajenos a la historia original. Llegada la hora de dormir, usaron una de las lonas para cubrirse del viento y el frío imperante. Cuando ya estaban dormitando, empezaron a escuchar sonidos muy extraños. Una voz lastimosa de ultratumba iba en aumento y el silbido del viento parecía un coro cómplice de su llanto y lamento. El primo empezó a lloriquear despacito, para que aquel espíritu no lo escuchara y descubriera donde estaban ocultos; la orina corría por las piernas del pobre muchacho. La Loca Fermi, por primera vez en su vida, supo lo que era “helarse la sangre” al escuchar no solamente los lamentos, sino también el sonido de la gruesa cadena arrastrada por aquellos pasillos. Mi madre sintió un fuerte escalofrío recorrer todo su cuerpo y se armó de valor para rebuscar entre todas las cosas que había llevado aquella noche, hasta encontrar un palo tipo bate. Muy nerviosa, levantó cautelosamente la lona y con un solo ojo observó un ser espeluznante envuelto en un largo poncho negro que arrastraba la gruesa cadena. En la oscuridad de aquella noche, daba la impresión de que el espectro que emitía los lastimosos llantos no tenía cuerpo por debajo del poncho.

La Loca Fermi estaba en el paroxismo del miedo, sin embargo, y ante ninguna explicación lógica, se levantó como una gacela por debajo de la lona y, abalanzándose contra el desprevenido Fantasma de la Cadena con el palo en las manos, le dio dos certeros golpes en la cabeza. El fantasma cayó al suelo dando alaridos de dolor y suplicando que por favor no lo golpearan más, ya que mi madre seguía dándole con el palo al poncho caído… Ella corrió a traer la lámpara de parafina y con mucho miedo se acercó al Fantasma de la Cadena, alumbrándolo. Se había sacado el poncho y se sobaba con mucho dolor la cabeza y el cuerpo. Mi madre reconoció a su tío Venancio, y todavía amenazante con el palo en la mano, le exigió una explicación. Esta era que la empresa del muelle quería detener a toda costa los robos que en él se producían y, con ese fin, contrataron al tío Venancio para crear al Fantasma de la Cadena y amedrentar a los ladrones del muelle. El abuelo ganó la apuesta y Venancio fue el hazmerreír del pueblo durante mucho, mucho tiempo.


*Choca:Hora de la merienda.



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