Nunca en mi vida había conocido un perrito tan miedoso y feo. Era, diría yo un barril con pata. Tenía unas orejas de murciélago, nariz de topo y ojos de pollo. Su gran timidez se debía al maltrato que había sufrido ya que tenía grandes cicatrices de golpes que había recibido de los humanos y no dejaba que nadie se le acercará. Los vecinos y yo le dejábamos agua y comida para que comiera pero sin acercarse a nosotros. Un día decidí ganarme su confianza. Su comida y agua estaba a uno 70 metros de mi casa y le puse buena comida acercándolo más y más a mi casa y de lejos le decía cosa cariñosa pero él huía. Así pasaron los meses hasta que la comida llegó a la puerta de mi hogar. Pero siempre huía cuando trataba de acercarme a él. En un día de lluvia abrí la puerta para ver si andaba por ahí y sin invitación de parte mía entró a mi comedor. Fue tan grande mi emoción que en forma instantánea le puse Viejo Alberto. Nos hicimos amigos y por primera vez se dejó acariciar por un humano. Me seguía a todos lados y lo más divertido que tenía, era su ladrido que era totalmente ridículo y la gente se reía cuando este ladraba. Lo disfrute un par de buenos años. Lo amé en lo más profundo de mi alma a mi Viejo Alberto, no sé por qué me identificaba con su dolor y desconfianza. Un día salió y no volvió a casa. Me asusté mucho y salí a buscarlo. A dos cuadras lo encontré muerto y envenenado... lloré sin disimulo, lo tomé y lo llevé en mis brazos a mi casa a enterrarlo a mi patio. Cuando finalicé mi íntimo funeral se apoderó de mí un odio profundo a la humanidad...El Viejo Alberto había venido a este mundo a saciar la maldad de los seres humanos. Poeta Facundo Miró copyright ©
MI AMADO VIEJO ALBERTO
Actualizado: 16 jun 2021
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