Ella estaba desnuda frente al espejo arreglándose el pelo con majestuosidad y yo en mi cama observándola con admiración poética. Estaba feliz y saciado en esa mañana hermosa. Sabía muy bien que no la volvería a tener entre mis brazos, arrebatándole cada minuto de sus gemidos que tanto trastornaba mis sentidos. Mientras observaba ese cuerpo y esa sonrisa que me regalaba con dulzura, sin que ella se diera cuenta cayeron un par de lágrimas en mi almohada. ¿Qué hace una chica tan joven de 36 años refugiándose en la dura vida de un hombre de casi 60 años? Quisiera haber tenido 60 años en un cuerpo de 30 o 40 años para haberla amarrado para siempre a mi vida. Ella sin embargo tenía 70 años de sabiduría en un cuerpo de 36. Sabiduría que siempre me enamoró, conversaciones interminables, risas interminables. Esa desnudez y ese cabellos suelto lo grabé en mi mente con fuego para que antes que mis ojos se cerrarán para siempre, fuera lo último en recordar.
60 años en un cuerpo de 30 o 40, era lo que necesitaba para no dejarla escapar. Pero ella tenía un inmenso futuro por delante, futuro que no estaba dispuesto a coartar, Yo en bajada y ella en subida. Yo ya había vivido y experimentado mil formas de vivir y mil formas de morir, ella aun le quedaba futuro por delante. Y así tomó el colectivo, para nunca más verla frente al espejo.
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