UN VIAJE EN BICICLETA (REPORTAJE BI-CICLITORIO)
- Subjetivo
- 23 abr 2021
- 6 Min. de lectura
Aclaración: Esta historia/anécdota ocurrió en 2017 cuando no había una pandemia, que bonitos tiempos aquellos. Sin embargo el texto fue escrito en 2021. Para evitar confusión léalo pensando que es 2018.
He pasado toda mi vida moviéndome de un lado a otro.
He tenido la buena y la mala fortuna de siempre vivir en la periferia, por lo que extensas jornadas de viaje de un sitio a otro eran algo muy frecuente en mí día a día
Nunca aprendí a manejar, ni auto, ni moto, ni camión. El transporte público era mi única opción, pero el metro no llega hasta mi casa y las micros nunca paran.
No obstante existía una alternativa que evitaba hasta ahora: La bicicleta
Yo aprendí bastante tarde a andar en bicicleta, como a los 12 o 13 años y fue casi como una presión social ya que todos los niños sabían andar excepto yo. Una vez que aprendí no me volví a subir en una bicicleta hasta 10 años después.
Eso que dicen que nunca se olvida andar en bicicleta es una absoluta mentira. Las pocas aptitudes que adquirí cuando niño las había perdido todas y más.
Debo reconocer que se me hace difícil andar en bicicleta. Tengo problemas de concentración, deficiencias motrices y una alarmante falta de equilibrio. Además de mi evidente mala suerte a la hora de andar por las calles, me han atropellado 3 veces, he chocado contra árboles o autos estacionados al menos 6 veces, caídas varias y un largo etc.
Pero estaba decidido a convertir a la bicicleta en mi medio de transporte. Para ello decidí darme a mí mismo un desafío, algo que probara mis habilidades y me llevara al límite.
Mi objetivo: viajar desde la periferia de Maipú hasta el metro Baquedano (en bicicleta, obvio).
Tomo mi mochila, el casco y me subo a la bici.
El comienzo es fácil, salgo por los pasajes a las calles principales, no hay ciclovías pero tampoco hay muchos autos. Primer hay que llegar a la Plaza de Maipú, pedaleo, vuelta a la izquierda, vuelta a la derecha, otra vez a la izquierda, calle sin salida, una micro en pana, vuelta a la izquierda, disminuye la velocidad, vuelta a la izquierda, me detengo, tomo aire, cuestiono este viaje, saco el celular y reviso que siga por el camino correcto, no tengo internet, vuelvo a pedalear, sigo a las micros, llego a la Plaza.
La plaza de Maipú es el primer triunfo de esta travesía, lástima que se haya convertido en un sitio inhóspito para los ciclistas. Por un lado la tremenda cantidad de gente moviéndose hacia todas direcciones, sumado al aumento de puestos ambulantes y el poco respeto y/o empatía de todo el mundo hace que tenga que bajarme de la bicicleta y a través de empujones abrirme paso.
Ir por la calle es peligroso en este punto, todas las micros tienen como punto de encuentro la plaza y la angostura de las calles hace difícil que un ciclista pueda pedalear seguro (claro está que esto no pasaría si tuviéramos una pizca de conciencia con el que está al lado, pero obviamente sería mucho pedir). Además el gremio de colectiveros ha establecido su mafia en algunos sectores estratégicos y a punta de amenazas de muerte expulsan a todo aquel que consideren intruso.
Entonces la única forma para poder continuar con mi viaje es usar la ciclovía.
Lástima que la ciclovía sea una vergüenza, fácilmente la peor ciclovía que yo haya visto. Comenzando con que es un camino zigzagueante con pequeñas subidas y bajadas sin sentido, una sola pista para ambos sentidos, postes de luz y arboles justo en el medio, sin terminar de pavimentar, puedes chocar fácilmente con los cables de luz sueltos, curvas mal implementadas y decenas de pequeños detalles que hace que andar en bicicleta sea 5 veces más difícil.
Dejando atrás todos los obstáculos llego hasta Pajaritos, cerca del metro Del Sol y aquí la cosa mejora.
Ciclovía hechas para ciclistas, por fin. Bien hechas, sin errores, con suficiente espacio, a mis costados pasto y árboles, un paisaje que da gusto de ver. Pocas sensaciones son más relajantes y calmantes que pedalear por esas ciclovías, un verdadero gusto.
Si tuviera que decir algo malo de esta sección es la extraña decisión de cambiar el sentido de la ciclovía cada ciertos metros. Al principio vamos por la izquierda, llegamos al semáforo y cambiamos a la derecha, seguimos por la derecha hasta otro semáforo y volvemos a la izquierda. Este cambio de orientación hace que se pierda la fluidez que podría tener el trayecto, sería mucho más cómodo si fuera solo una línea recta (pero estamos en Chile y supongo que es lo mejor que pudieron hacer).
La felicidad que tenía termina al llegar a Las Rejas, todo lo bueno que tenía la sección anterior ya no existe para este punto. No hay pasto, no hay árboles, no hay espacio. Hay muchos autos, mucho ruido y para mi mucho cansancio.
No había mencionado hasta ahora que el 80% del recorrido que llevaba fue en subida, nada tan terrible pero que generaba un desgaste extra, en especial para mí que no estaba en las mejores condiciones físicas (si, estaba un poco gordo, de hecho sigo estándolo).
Pero ahora que había entrado en la Alameda se sentía como si estuviera subiendo una montaña. Cada pedaleo se volvía mas y mas pesado, yo me sentía mas y mas cansado y en lo único que pensaba era “quiero devolverme” o “ya no puedo mas”.
Pedaleaba, con fuerza, sin fuerza, sin animo, semáforo en rojo que alivio, respiro aire, semáforo en verde, pedaleaba con fuerza, con mas fuerza, con mucha más fuerza, con toda la fuerza que tengo, he recibido un segundo aire puedo con cualquier cosa, me quedo sin energías de nuevo, pedaleo sin fuerza, no puedo mas, no puedo mas, no puedo más.
Decido tomar un breve descanso al frente de la estación central y aprovecho a apreciar el paisaje. Basura, basura, mas basura, un lanzazo, basura, mucha gente, mucho ruido, mucha basura.
Continuo. Pedaleo, semáforo en rojo, subida muy pronunciada, curva imposible, semáforo que no es respetado, freno de golpe, auto que pasa a toda velocidad sonando la bocina, pedaleo, pienso en que hace 10 segundos casi muero, pedaleo, ya no puedo mas, ya no puedo mas.
De aquí en adelante el viaje sigue igual, yo con apenas energía avanzando a duras penas teniendo que sortear los obstáculos de un mal diseño en la ciclovía.
Mas o menos a la altura de la torre Entel ocurre algo que no esperaba. Ya no hay mas ciclovía, lo que significaba que tendría que seguir por la calle (en este punto yo dudaba si realmente podría llegar).
En este último tramo el espectáculo que yo daba era patético.
Yo pedaleando por la calle, apenas avanzando porque la subida estaba mas inclinada que nunca, me movía mas lento que los peatones, ya no podía pedalear derecho, me iba hacia los lados, los autos y las micras me tocaban la bocina, me gritaban cosas, que me moviera, que dejara pasar, yo no respuesta ni hacia nada porque no tenía energías para nada, solo pedaleaba, contando cada segundo y viendo como lentamente me acercaba a mi destino.
Pasé por la biblioteca nacional, pase por la Universidad Católica y finalmente llegué.
Estaba frente al metro Baquedano, no sabía de donde había conseguido las fuerzas para llegar, pero no me lo preguntaba. Estaba contento, estaba feliz.
Nunca había estado tan feliz en mi vida, siempre sufrí fracaso tras fracaso y este era un increíble logro. Me sentía la persona mas dichosa del mundo.
Me lancé al pasto y descansé. Mis manos estaban acalambradas, mi polera empapada de sudor y mis piernas me dolían como si se quemaran.
No recuerdo bien cuanto tiempo pasé tirado en el pasto sin moverme, quizá 4 horas, quizá 4 minutos, sea cual fuere el tiempo no era suficiente. El subido de adrenalina ya había disminuido y mi cuerpo comenzaba a sentir las consecuencias. En resumen me dolía todo.
Pero ya se estaba haciendo de noche y tenía que volver a mi hogar, eso significaba volver a recorrer todo el camino de vuelta en la bicicleta. Solo de pensarlo me cansaba pero no tenía otra opción.
Me subí a la bici, di la primera pedaleada con un dolor tremendo y lentamente seguí el camino en dirección a Maipú.
Lo que ocurrió en el viaje de vuelta lo contaré en otra ocasión.

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