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David Hevia

David Hevia (1971) es poeta, ensayista y responsable de un proceso creativo que registra, entre otros reconocimientos, el primer lugar en los premios Artecien (1990), Juegos Florales de Valparaíso (1991), Juegos Florales de Santiago (1992), Safo (2011) y Juegos Florales de Bruselas (2017), además de las medallas Bicentenario (2016) y Patrimonio Literario y Cultural (2022). Conductor desde 1992 de la sección literaria de la revista Paradigma, ha ejercido como editor de los diarios La Época, El Metropolitano y La Tercera. En la actualidad, es director de las gacetas Léucade y Alerce, rector de la Universidad Academia Libre y presidente de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Chile (SECH). En 2007 intervino en el Congreso Internacional de Semiótica con la ponencia Cómo muerde la poesía, donde aborda la dimensión antropológica del verso. En esa línea es posible hallar pistas para seguir la exploración que el autor propone en La belleza como demostración (2013) y Estética (2019), así como los poemas que, elogiados por Yevtushenko, Herberto Helder y Brenda Bauer, alzan la voz en Historia de la desnudez (2011), Anoche el día (2015) y La canción del amor (2018).




Cárcel de mujeres


Y tú me preguntas

Cómo es esto de venir

A enseñar en las celdas.

Yo te contesto de prisa,

antes que el guardia me vea,

pero sobre todo para que tú veas

que lo más triste aquí

no está

en el egoísmo

de la luz natural

ni de la luz artificial.

Tampoco en el disparo reumático

de las regaderas,

ni en los guantes de goma

haciendo su redada en las vaginas,

ni en el sarcasmo uniformado

apuntando a las vaginas,

ni en el gas pimienta

entrando en las vaginas,

ni en las monjas implorando

para que no existan las vaginas.

.

Hasta la soledad estuvo

antes de llegar aquí.

La pobreza estuvo

antes de llegar aquí.

La pobreza estuvo

con todos sus moretones.

La pobreza estuvo

con todos sus hijos,

aunque aquí

todo se reúne en un segundo

insoportablemente lento.

En un segundo

los dueños del mundo

arman su laboratorio,

su fábrica de la pobreza,

del porvenir de la pobreza,

tan moderna y masificada

que no necesita barrotes.

Y las compañeras

no tienen acá

cómo decirte,

cómo avisarte,

cómo explicarte

que en lugar

de conmiserarte con ellas

entiendas que lo triste

es cuánto se parece

la cárcel a la escuela

donde enseñas,

o al enorme templo votivo

donde se manipula

y se manufactura el futuro:

el cerco de púas

crece frondoso

en las grandes avenidas.

.

Acá ocurren otras cosas.

Acá llegan los cuchillos,

pero especialmente

-si acaso es distinto-

llegan funcionarios públicos

a inaugurar bibliotecas

con libros de autores

que no trabajan en la cárcel,

pero que en el fondo

comen de la cárcel.

Acá hay buenos libros;

todos sin leer,

igual que allá afuera,

solo que ese afuera

no está muy afuera

y cada vez es menos grande.

.

Entonces enseñar acá

es compartir

un secreto hermoso

que las compañeras

hacen crecer en las vaginas

para hacer estallar el mundo.

Acá no hay gente

mirando el techo.


Los parientes toman distancia.

La prensa toma fotografías.

El fiscal toma pruebas.

Las gendarmes toman represalias.

El médico toma medidas

para que las presas tomen calmantes.

El perito toma muestras

después de cada suicidio.

La contraloría toma razón

y tú todavía no tomas partido.



Valparaíso


Cierne su marcha un territorio

de tan sinuosa risa náutica,

que cada mañana el espejo

baja del cerro a perseguir

la nueva expresión de su rostro

y derrocar todo preámbulo

mordiendo el torso de la playa.

.

Viene el arco de insignia nómade

tensando un canto de gaviota

que posa en la marea alianzas

entre calles que ya anduvieron

la conjetura de los hombres

y botellas que, cuando beben,

terminan dando el cuerpo al puerto,

previendo desde qué ventana

contemplar a la noche amar.

.

La mesa ha puesto en la bahía

la escala ágil de ese atuendo

con que van a vestir los pueblos

el acceso a la madrugada.

.

Llegan a su fin los regresos

porque la lluvia merodea,

después de abandonar el cielo,

exigiendo ser invitada.

.

Valparaíso, asomo en fiesta.

Palpar ahí sombras y vientos,

la invicta argucia del rocío

donde se extravían los viajes

que la ola rompe contra el tiempo.






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