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Foto del escritorentre parentesis

Jorge Calvo

Nace en Santiago de Chile en 1952, cuentista y novelista. Ha publicado los libros de cuentos No queda tiempo (1985), El emisario secreto, (2004), Fin de la inocencia (2003) y las novelas La partida, (1991) Ciudad de fin de los tiempos (2010), El viejo que subió un peldaño (2015) y el volumen de micro cuentos Miniaturas (Signo editorial 2017). Dos de sus libros han sido traducidos al idioma sueco y sus cuentos han aparecido en diversas revistas y han sido incluidos en más de veinte antologías tanto en Chile como en el extranjero: Destaca Las horas y las hordas: Antología del Cuento Latinoamericano del siglo XXI (2002) compilada por el Profesor de Literatura Julio Ortega.

Desde muy joven destaca como cuentista. En 1967, mientras cursa humanidades en el Liceo de Aplicación, obtiene el primer premio en el concurso de cuentos convocado para estudiantes de la provincia de Santiago por El Colegio La Maisonette, auspiciado por La Embajada de Francia y el Ministerio de Educación. Luego recibiría diversos galardones literarios tanto en Chile como en Suecia, país en el que ha residido quince años. A inicios de los ochenta se desempeña –por un lapso de cinco años- como editor de narrativa de la revista literaria Huelen y como editor de poesía en diversos proyectos literarios. Ha sido colaborador de la revista de literatura sueca Res-publica. Y durante dos años se desempeña como Editor de narrativa de la revista virtual AguaTinta.

Su cuento No queda tiempo forma parte del curso Spanish American Short Story del programa de Literatura de la Universidad estatal de West Georgia en USA.

Entre sus premios destacan en 1994 El Premio beca Klas de Vylder al mejor escritor extranjero residente en Suecia. En el 2000 recibe la Beca del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y, el volumen de cuentos Fin de la inocencia obtiene el Premio Municipal de Santiago de Chile, 2004.


Las piernas de la Virgen


Sucedió a mediados del siglo pasado, recién cumplía ocho años, y mis padres dispuestos a guiarme por el buen sendero me enviaron a ayudar en la misa de la parroquia San Ignacio. Un vetusto y hermoso recinto con un enorme atrio que todavía existe en la misma esquina, a una cuadra de la Alameda. Era noviembre y se celebraba el mes de María, en el lugar colmado de feligreses, no cabía un alfiler. Diez o doce monaguillos, vestidos con sotanas rojas, cargando un altar de madera, con la imagen de la virgen y encabezados por el señor cura, cantando kyrie eleison dábamos una larga vuelta por los pasillos. Cierta tarde nos encontrábamos en la sacristía a punto de iniciar la procesión y justo se me ocurre, no sé por qué, levantar los vestidos de María. En ese mismo instante ingresa el cura y, al verme inspeccionando las polleras de la virgen, farfullando palabras de ira, se abalanza sobre mí. Encolerizado, me desgarra la sotana y, llamándome maldito y hereje, procede a expulsarme de la comunidad religiosa, con prohibición estricta de regresar.


Bajo los vestidos solo había alambres.



A media tarde, con llovizna.


"No tengo que ponerme· anuncia. Por el celular llega el susurro de su voz: es un tintineo apremiante y presumo que podría quemar. "Prepárate", dice. Ella sabe que activa poderosas fuerzas en mí cuando habla de ese modo. "Voy como. nunca antes me has visto". Y, respirando como una niña traviesa, agrega "Con la piel teñida de azul y una boina negra". Puedo adivinar el movimiento de sus pechos. Preludian una vehemencia impetuosa. «Te ganas» susurra despacio, muy despacio: como si presionara el botón del elevador o como si fuéramos liliputienses o campanadas. La imagino con los labios pintados de un rojo-azabache mientras me describe que ahora todo será con movimientos densos y muy suaves. Lleva días extrañando el roce de mis dedos. No sé si miente o es auténtica. Jura que se portara bien, ni siquiera va a respirar y se quedara inmóvil mientras la pinto sobre la tela y las gotas de la lluvia arañan los cristales…





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