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Fernando Sanhueza Olea

Integrante Centro Literario Ateneo de San Bernardo; Abrazo de Escritores y Artistas Hispanoamericanos, AEAH; Sociedad de Escritores de Chile, SECH y SADE, Sociedad Argentina de Escritores, filial Mendoza. Desde su exoneración de la Biblioteca Central de la Universidad Técnica del Estado, ha sido cesante, vendedor viajero, realiza tapices en lana, es artesano de cestería rustica y dirigente social.


Autor de:


Huellas Poéticas, Lima 1969


Perro Muerto, 2015 poemas


Escrito en tierra, 2016 poemas


Impedir que amanezca, 2017 poemas


Escritos de Guerra, 2017 relatos


Boris Calderón, 2020 antología


Lima Hora Zero,2019, novela


Naufragio del vapor Moraleda,2020 crónica


Los árboles borrachos, 2020 poemas


Biografía Imprescriptible, 2021 crónica


Poeta resucitado, 2023


Embrujo a mano hechiza, 2023 poemas


Nalgas de oro, 2023, novela


Dos veces ha recibido el Premio Municipal de Literatura de San Bernardo con las novelas: "LIMA HORA ZERO", Primer Lugar, 2020 y "NALGAS DE ORO, Segundo Lugar, 2023.

Cada día soy más árbol


Empecé a sentirme más árbol con el pasar de los días.

Caminando a recoger leña del bosque muerto y llevarla a mi fogón.

Sábado en la tarde, el nublado empieza a anunciar el aguacero.

En cuarentena, mis pies no bajan la loma roja y seca al pueblo de Curanipe.

Masco palabras para describir lo que veo, empiezo a sentirme más árbol viviente.

Siento su espíritu esencial en la llama, el humo y la ceniza.

Miro al fuego a sus ojos, escucho posibles temas a escribir al amanecer.

Respiro árbol, sangrando raíces, expirando aves y soñando plumas.

El hablar trashumante de quienes pisan montes, lomas y quebradas.

Con sus gritos característicos en la cacería o en la búsqueda de animales.

Entre gorjeos irrumpen las voces individuales y sus silbidos.

Comunicaciones entre las voces de los árboles y los instrumentos del viento.

El ronronear de las raíces comunicándose con las nubes y ladridos que pasan.

Más árbol, cuando el bicho que tiene tantos laboratorios padres

Con poderes de maldad que controlan el individual mundo del futuro.

De antifaces revolucionarias pasamos a mascarillas sanitarias.

Callan los millones que luchan en el mundo, los inmigrantes y los ecologistas.

¿Cuándo despertemos, cómo estará la vida universal y planetaria?

Leo Poemas de Primera Línea de Beatriz Villar, la escucho cantar sus sentimientos.

La lucha reciente quedó congelada en cuarentena universal y planetaria.

Respiro árbol, exhalo más árbol esperando la lluvia que me lava.

El halo de muerte que cubre el mundo no es un comic de guerra.

Las teclas hieden con tantas preguntas sin enunciar.

Hablando al fuego que me da plumas y voy sobre el sector.

He vuelto a donde estaban formados los árboles del bosque de pinos.

Campo de batalla, cabezas de troncos y cuerpos enredados por el suelo.

Árboles descuartizados, hechos lampazo, leña y piñas de pino al fuego.

Distantes los vecinos dicen, los pinos ya no se tomarán nuestra agua.

Queda la voz del fuego encendida contando narraciones.

Abrigándome a la espera de tiestos y teteras negras.

De esta soledad tolstoyana en cuarentena.

Y la barba me ha crecido como la de Walt Whitman.

Este poema, será mi trabajo que llevaré a la primera sesión del Ateneo.

Un ñirre fantasmal, describe los juegos florales de Maule 1919 con Neruda tercero.

Contar en una línea el suceso de juntar agua de lluvia para la subsistencia o cambiar agua por palabras.

Ni un tomo alcanzaría, dada mi admiración a Daniel Defoe y Alejandro Sherlick.

El cerro seco, a la segunda nubada queda hecho una gran greda.

Y sus grietas nuevas son sus venas del agua que viene bajando de las cumbres.

Preparando la tierra para que entren las herramientas, las máquinas.

Sembrando las laderas que son su sustento, frutillas, avena, chícharos y papas.

Que producen con lo que les cae del cielo y de las manos entre la maleza y los terrones.

La lluvia correteó por la ladera la noche del viernes.

El domingo aparecen las primeras cabecitas y dedos verdes en la tierra.

A la piel seca del cerro, a sus corvas como si fuera el lomo de un gigantesco animal café.

Después de la noche mojada, lo rojizo está verdeando con la primera lluvia.

Acorralado y sólo en una imposible quebrada como un puño.

Contabilizo 75 años y más de doscientos días en los brazos de la leña.

No arranco de policía ni de jueces ni acreedores.

Arrancando de un virus culiado guerrero asesino internacional.

El primer contagiado de la zona es el “Pichiraja”, fue a entregar pescado a Santiago.

Vecino, estamos con el culo a dos manos y con el credo en la boca.

El hermoso fuego cruje y florece con botones amarillos.

Pétalos azules y rojos vivos aromáticos entre ramas de humo.

En el silencio, las voces salen del hervir de la tetera en la leña.

La fogata florece en la silente medianoche del cerro.

Mi voz desperfilada se pierde entre las sombras de los árboles ocultos y quietos.

La voz se pierde cuando leo en voz alta un poema de Neruda.

Cuando hablo por teléfono y con las pequeñas perritas me río.

Es la única voz que habla a esta hora a los árboles enteros y mutilados aquí.

Donde mi ventana es la puerta a la vía láctea.

Mi voz de árbol se pierde en los vericuetos de mis músculos y huesos.

Y de las ramas que tengo dentro de mi tronco.

Porque cada día me voy volviendo más árbol.

Y voy dejando mis palabras como hojas en el barro.

En los cauces transparentes que crecen en el camino sin transeúntes.

Mi voz se pierde en esta lluvia que se adueña de cielo y tierras.

Hoy que el lobo del hombre está matando al hombre.

Mi voz de árbol la traje para dejarla plantada y crezca como voqui al centro del bosque.

Mi voz de árbol que hable en el silencio la lengua de sus raíces.

La luna del primero de junio se lanza prepotente y helada de la montaña al mar.

La travesía en esta noche negra es en falucho o Caleuche alquitranado.

Hablo y sale el vapor de mis palabras gélidas y negras.

Ahora la luna se cubre de tremendas nubes alargadas.

Que la cruzan para allá y para acá.

Quiero subir a la sábana negra de la noche, parar arar y sembrar en las nubes bordadas de aguas negras.

Enterrar las varillas y hundir las semillas.

Que crezcan del cielo para abajo, en una buena liana y nos vamos por ahí para arriba.

Dejamos esta tierra roja maucha, que viene el virus y sus tropas.

El cielo está para ararlo esta fría noche.

Y al amanecer el cielo esté lleno de frutas, aves fragantes y peces.

Salí con mis hojas blancas y lápiz, a insertarme en el paisaje

Donde reina el gran mar sin fin.

Con dolor de madera intenta brotar una añosa parra de Paine.

Brujos emplumados con voces de viento enfrían el sol e impiden los leños ardan.



Noche negra maulina


No se ven los sombríos árboles mareados de viento norte.

No están pájaros y avecillas acurrucadas por ninguna parte.

Noche negra y ciega, carbonizada de furias climáticas y dolores digitales.

Oigo la voz entrecortada en sílabas oscuras del agua que baja iracunda entre mis latas

Que repiten conmigo las canciones que desenrollo en la hoja en movimiento.

Esta noche negra escribo a los pasos que no caminan

Que hunden huellas y deambulan en la ladera.

La noche ennegreció en cien fogatas extintas.

Pasan balas negras con las noticias de los que caen, de la gente que muere en octubre.

Mueren en el horizonte, en el mar y en las montañas.

Por la negra noche junto al fogón, esquivando las patadas del viento

Llegan negras llamas y avisos que anuncian que mueren en Paine,

En Buin, mueren en San Bernardo, Rancagua, en Talca y en Maule.

Los muertos lejanos solitarios quedan en un espacio negro viral.

Avisan de los que parten de mi tierra, los que son números y otros conocidos.

Es una noche negra y amanece el día y sale un sol negro.

Escribo con tinta negra este poema de la noche negra de la loma maulina.

Comparto el vino negro con uña de gato con los árboles que gimen.

Navego mi falucho montañés y me ven los vecinos, montado en Caleuche.

Los inclinados árboles untaron sus hojas en mis secas lágrimas negras.

Formamos una nube negra recordando a los amigos que partieron

A los conocidos, Luis Sepúlveda y al curicano Efraín Barquero.

Tanta gente que muere, morirá, moriremos.

Esta perra noche negra que sueñan en mí los troncos derribados.

Por estos árboles ebrios que nadie ve a estas negras horas.

Mis pasos levitan por ahí entre los árboles que se fugan de la noche curura.



Quebrada del Cerro Redondo, lugar exacto de la ejecución de 17 campesinos de “El Escorial”.



Vine a escuchar el agua

Para que me diga cómo fue todo ese horror.

Están los pájaros sobre el agua como entonces

¡Son Ellos los que no están, son Ellos!

Está la gran piedra que permanece aterrada

Escuchando la antigua voz del agua que no cesa de contar.


Quiero dejar estas palabras en una recia piedra

Escogida del río Peuco para escribir sus nombres.

Fue con la complicidad de los cerros que callan tierra.

Con las hojas y aves lugareñas que no cantan a muerte.

Sangran las loicas sobre piedras mudas de sol:

Aquí recordamos a los 17 compañeros Mártires

Desde los más jóvenes trabajadores a los máximos dirigentes

Ejecutados un sanguinario octubre de 1973.


El agua que baja ha estado siguiéndome los pasos

Remedando este desacompasado respirar

Y me encuentra sentado en este rincón exacto

Frente a una sencilla cruz de palo con tres clavos:

"Para Juan Rosendo González Pérez

Asesinado el tres de octubre de 1973.

Justicia. Te recordamos. Tus primas".


Siempre la voz del agua en el silencio de las piedras.

Entre macizas rocas atoradas de espanto matinal.

En lo más "genital de lo terrestre" de Chada.

El 3 de octubre la quebrada estaba fragante y colorida de huilles.

La cruz inclinada y sola, a penas sostenida en la ladera.

Hablan el espino, el quillay, el palqui y el trebo.

Vine a escuchar el silencio y la voz del viento en el rostro.


De regreso en mis manos traigo algo de silencio

Este aire del solitario encuentro entre el lugar y yo

Entre el lugar y nosotros, entre los cerros y nuestras vidas.

Traigo en el bolsillo filudas piedras que presencian los asesinatos.

Unos venían del Campo de Prisioneros del Cerro Chena

Otros recién sacados de sus casas a las tres de la noche.


Cuesta de Chada, 26 de septiembre 2021.-


A la memoria de:


José Ángel Cabezas Bueno 21 años; Francisco Javier Calderón Nilo 19 años; Héctor Castro Sáez 18 años; Juan Guillermo Cuadra Espinoza 26 años; Domingo Octavio Galaz Salas 23 años; José Emilio González Espinoza 32 años; Juan Rosendo González Pérez 23 años; Aurelio Enrique Hidalgo Mella 22 años; Bernabé del Carmen López López 23 años ; Gustavo Hernán Martínez Vera 19 años; Juan Bautista Núñez Vargas 33 años; Carlos Manuel Ortiz Ortiz 18 años; Héctor Santiago Pinto Caroca 34 años; Pedro Hernán Pinto Caroca 42 años; Ignacio del Transito Santander Albornoz 17 años, Aliro del Carmen Valdivia Valdivia 39 años; Hugo Alfredo Vidal Arenas 17 años y Víctor Manuel Zamorano González 17 años".





 
 
 

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