El último placer es el recuerdo. Estar, otra vez, en la oscuridad uterina, en la noche sin estrellas; cuerpo arrugado de viejo convertido en cuerpo arrugado de bebé. El anciano sobre la cama lucha por recordar. Todo viaje se alimenta del regreso: una casa familiar, un beso en la boca, el pezón que alimenta, la desnudez de tu cuerpo tocando mi piel, una risa infantil, el jardín florecido, la sombra en verano, el olor a pan, el jugo de la fruta madura corriendo por los labios: volver al lugar común.
Alucinar es cortar los cables del tiempo. El recuerdo alucina buscando el goce.
El placer deja huellas. Somos aquella parte de la escena que ya no está. Cada vez que vuelvo: sueño. Regresamos al lugar donde hemos sido felices. El anciano sobre la cama sonríe por un instante. Buscamos el momento de los latidos.
La música se siente mejor con los ojos cerrados, el pretérito también.
No existe el pasado ausente de nosotros. Buscamos un abrazo. Un te quiero. Pulso y respiro, repeticiones involuntarias. La voluntad encuentra el goce. El anciano sobre la cama se asoma al placer de la oscuridad.