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Foto del escritorLeonel Huerta

Actualizado: 30 nov 2021

El que golpea es un viejo con sombrero de película de los años cincuenta, de esas en blanco y negro. Mamá no dice nada, simplemente abre la puerta. El hombre se detiene por un momento en el dintel de entrada, sus ojos cavernosos examinan cada rincón de la habitación, su mirada se clava en el mueble de las fotografías por un largo rato. Mamá entra en la cocina, yo le sigo. No hables, no preguntes: me dice. Él ya está sentado en el sofá, enciende el televisor. Mamá le lleva un té, él no da las gracias, ella no espera respuesta. Hasta ahora no se han dicho nada. El viejo sin sacarse el sombrero se queda dormido con el control remoto en la mano. Mamá sale a la calle, la espera la vecina, se abrazan y luego caminan.

Algunas canas se dejan ver, su cara arrugada, dedos deformes, uñas negras, pelos que escapan de la nariz y las orejas. La ropa que usa es anticuada, pantalones oscuros con finas líneas blancas, una chaqueta de solapa desgastada y una camisa blanca de cuello opaco. Zapatos negros, sin lustrar, cordones deshilachados. Emana un olor a humedad, a humo, a pan con cebolla; a pobreza. Mientras duerme abre la boca, no tiene muelas, solo algunos dientes. Un lunar asoma en su cuello.

Mamá vuelve, yo la sigo, comienza a cocinar. No me mira. Ajena a mi presencia, saca las compras de una manera tan lenta que parece no tener ganas de hacer aquel trabajo. Abre cajones, toma ollas y prepara la comida. Enrepollado, es la cena para hoy, una combinación de repollo cocido, papas, carne y tocino. Es la primera vez que lo hace. Saca el mantel y servicio que solo usamos en Navidad. El Viejo, no es cualquier viejo. Está servido, dice ella. Él se pone de pie, todavía con sombrero. Camina al parecer con algo de dolor, porque a pesar de los pocos pasos que hay desde el sofá a la mesa, se toca varias veces la espalda. Sentarse también se torna un suplicio. Toma aire y huele, un gesto epifánico pasa por su rostro. El levanta la cabeza para mirarla, ella le quita la vista, pero al rato también lo observa.

Ambos sin quitarse los ojos de encima acercan la mano a la cuchara, como los vaqueros en un duelo. El viejo parpadea, mamá aún lo mira, mamá ha ganado. No entiendo nada. Le dice que puede quedarse en mi pieza, que yo dormiré con ella. Espero que no agarre mis libros, nadie los puede tomar. Es la primera vez que el viejo me mira, sus mirada solo indica cansancio. En la cama, mamá me toma la mano, me acaricia y luego me abraza. Solo ella puede tocarme, a los demás no les dejo.

Me levanto, ella aún duerme. En el cuello también tiene un lunar. Sobre la mesa hay un montón de billetes. Cerca de las fotografías, el sombrero, en blanco y negro.


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Foto del escritorLeonel Huerta

Hoy

No me lavé las manos: las tenía limpias de la semana pasada. Usé la misma camisa de ayer; los calcetines me los cambié. No pensé en ahorcarme en la mañana; decidí dejarlo para después. El almuerzo me dio sueño, pero no dormí. Los MYM estaban dulces y solo me dieron de un color. Fui al baño y no usé papel; se dieron cuenta y casi me dio lo mismo.

Hoy

Los calcetines eran de distinto diseño, ¿cómo pasó?, magia. Pensé en las venas abiertas, pero el rojo no lo soporto. Ahora me dieron MYM antes de almuerzo. La camisa era nueva; me felicitaron, me sentí bien, pero mi camisa vieja lloró. ¿Por qué siempre es hoy?, a veces quiero que sea mañana o ayer, pero siempre es hoy; es muy desagradable estar siempre donde mismo.

Hoy

Pasé el peine del perro por mi pelo y salí sonriendo del baño; tanta alegría por un peinado. Me gustan los MYM, pero están saliendo ácidos. No pensé en la muerte; solo en mañana.

Ayer

Hoy parece ayer. Debe ser por tanto MYM.


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Foto del escritorLeonel Huerta

Actualizado: 1 feb 2022

Llevo tiempo deseando dejar este mundo; este cuerpo que no responde. Recordando lo que fue una vida; un futuro que no será. Llevo años, sin hablar, sin mover un dedo, sin que me entiendan, humillada día tras día. El joven de la mañana levanta las sábanas, saca mis porquerías y luego me limpia. Pasa un paño por aquellos labios donde antes hubo dedos, bocas y manos que me enloquecían. ¡Manos, manos ¿dónde están mis manos?! No puedo gritar; ¿acaso perdí mi voz? Por la noche viene una señorita. Ella me mira, acaricia mi mejilla y luego llora; siempre llora. Yo no sé qué hacer con usted, señora, ayúdeme a resolver este problema. Si le hablo, solo tengo una pregunta por hacer, señora. Las lágrimas son por mí o por ella; no la entiendo, pero cómo hacerlo si nunca me ha dicho una palabra. El joven de la mañana no para de parlotear, pero ella sin decir nada está más cerca de mis pensamientos; ¿acaso tendremos la misma idea? No le hablo porque no me atrevo a preguntar; a preguntar lo que usted, señora, no podrá responder. Sé lo que quiere, señora, y estoy dispuesta a hacerlo. Cada vez que la veo en su cama acostada en una posición que no eligió, me pregunto cuánto extraña su libertad. Señora, esclava de la muerte, dígame si quiere ser libre. Hoy no ha venido nadie. Estoy en un jardín, hay un jardín.


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