Alguna vez los caballos gritaron su nombre desde la libertad profunda del vientre; alguna vez rieron con nosotros. Hordas y caballadas; dos y cuatro son cinco; la segunda derivada no tiene sentido sin función primera. El resultado final de una ecuación no termina con las rayas paralelas; no quiero nombrar la palabra igual. Y los caballos perdieron su identidad, y las praderas se convirtieron en cuartuchos de hotel; mujer y hombre preocupados de macho y hembra. Y el lenguaje los domesticó a punta de palabras vacías en una onomatopeya que se perdió con Crátilo y Platón. Jamelgo la más terrible; un jamelgo no se vende, no se come, no se mata; se encierra, se ensilla, se estruja, se explota hasta explotar.
Alguna vez gritamos nuestro nombre.
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