Copromancia, de Rubem Fonseca. Desde niños hemos sido condicionados para apartar, no tocar, ver o mostrar nuestros excrementos. En este cuento, el narrador se pregunta: ¿por qué Dios nos destinó a defecar?, convirtiendo el acto en una metafísica, digna de filosofías. Así como Arúspice usó las entrañas, aquí las heces, con una semiótica adecuada, entregan información sobre el futuro. Fonseca menciona a Freud, a Kant y a Piero Manzoni, artista que en 1961 enlató 90 unidades con su excremento. Mierda de artista conservada en forma natural, es el nombre de la obra, de la cual vendió, hace algunos años, una lata en 275.000 euros. En una sociedad de consumo todo puede pasar. No es extraño que algunos lectores no puedan terminar el cuento, repelidos por una literatura que habla de impurezas, ni lidiar con un tema tan natural como respirar. Fonseca habla de elementos que constituyen el cuerpo humano y que han sido censurados por aquella literatura que privilegia el lado noble del ser, lo que el autor definió como “la pornografía de la vida”. Recién hemos comenzado a ver nuestros propios deshechos y ya no es necesaria una hermenéutica para ver el mañana en nuestros excrementos. Lo que antes fue despreciado, hoy representa la fuerza del destino, la hez con forma de ocho ya ha sido parida.
Leonel Huerta Sierra
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