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  • Foto del escritorLeonel Huerta

Treinta y nueve azotes

Actualizado: 5 oct 2021

El animal ya no podía más. El hombre debía hacer la entrega. Montado en la carreta, fustigaba al caballo; no se movía. Desesperado, bajó para hablar con él, acariciando su cabeza; mas un nuevo flagelo brotó de su látigo. Ambos miraban al cielo pidiendo explicaciones, como si Dios fuera el culpable de sus vidas. Amo y esclavo; ¿quién era quién? Un nuevo movimiento de manos y el cuero caía sobre el lomo del que fuera corcel. Le hizo promesa: Está será la última vez; luego podrás descansar, viejo amigo. El compañero seguía estático. Solo faltaban unos pocos kilómetros; de no cumplir con el contrato, lo perdería todo. La mancha blanca de su cabeza apuntaba al suelo; las siguientes agresiones con el rebenque, tampoco dieron resultado. El hombre sabía que ya estaba todo perdido; sin embargo, siguió torturando al jamelgo una y otra vez; con el golpe treinta y ocho, cayó agonizante. El carretón volcó: las calabazas rodaron por todas partes. No pudo controlar la turba que, embrutecida, tomaba los zapallos. Miró al animal casi muerto; su carro vacío. Con furia descomunal, un último azote mató al pinto.









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