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DE CHILOÉ AL BAKER

Conmovida, con un suspiro de satisfacción abandono la lectura. Acabo de leer un libro de cuentos notables: “De Chiloé al Baker”, cuyo autor, Felipe Soto Barría, fue compañero en los cursos de humanidades del liceo Manuel de Salas, callado y tranquilo, un portento para las matemáticas (nunca tuve el coraje de sentarme a su lado y pedirle que me soplara en el examen de fin de año). En los últimos dos años él ingresó al grupo envidiable de los matemáticos y yo, que siempre fui de letras, me integré a los biólogos.

Libro publicado bajo el alero de Laboratorio Editorial Imaginistas, en el mes de agosto de 2021, libro de memorias, según reconoce el autor.

Primer impacto: Felipe (Ingeniero Civil Industrial) logra, en pocas páginas, cuentos de excelencia. Qué manera de disfrutar su lectura. Al comenzarlos se me vino a la memoria de inmediato la escritura de Manuel Rojas, por la sensibilidad y sabiduría innata de sus personajes, el hombre sencillo, del campo chileno, muchas veces no saben escribir ni leer. pero poseen la sabiduría de la vida y con ello logran maravillarnos.

En este libro de relatos y vivencias, Felipe Soto nos presenta situaciones y anécdotas narrativas extraordinarias. Aprendemos de la sabiduría del ser humano con estos hombres silenciosos, hoscos y duros, siempre escasos de palabras.

“Llevo el sur dentro y lo necesito hasta hoy”, escribió una vez Francisco Coloane. Pareciera que lo mismo le sucede al escritor Felipe Soto. El encantamiento de la tierra sureña lo sedujo de niño, aún lo mantiene adherido a la existencia en ella.

En uno de sus cuentos confiesa, refiriéndose a esos hombres: “se reparte lo que es escaso, el mate, tortas fritas, un trozo de asado, un trago de vino en bota, un cigarrillo” Se juega amistosamente al Truco y a la Taba, sin embargo, a veces sale a relucir el cuchillo, peleas limpias, de hombres fuertes, con sus propias reglas.

Argentina está más cerca, agrega, por eso la boina, el facón, el pañuelo al cuello, el che. Felipe Soto, fue dueño de dos estancias en la zona del Baker. Y allí aprendió la vida que no conoció en los libros ni en las grandes ciudades.




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