Sara Piña, como una pintora de paisajes, y exploradora de romántico espíritu en búsqueda de nuevas imágenes de entornos inspiradores, no puede sustraerse, una vez más, a los cambios que la tecnología trae respecto a la proliferación y tratamiento de las imágenes: en un mundo donde se vuelven escasos los territorios a conquistar por el ojo y la imaginación, Sara ha puesto su atención en la fuga de las experiencias humanas en dos direcciones totalmente opuestas: lo micro y lo macro, lo interior y lo exterior, haciendo convivir las imágenes de los satélites espaciales de exploración con las bellezas de las formas simples y los colores vivos de la investigación científica microscópica.
Lugares tan lejanos e inmensos, o lugares tan propios que incluso nos habitan a nosotros. A fines del siglo XIX, cuando los pintores dejan los salones de la academia para salir al aire libre, se produce una revolución técnica que lleva, por ejemplo, a aminorar la importancia del dibujo frente a la expresividad material y pictórica del pincel que irrumpe con carácter; asimismo
nuestra artista asume los desafíos técnicos que implica llevar a la tela, con los elementos tradicionales, imágenes sin precedentes en sus formas y colores, y el resultado es sencillamente sorprendente.
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