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Cuento la vida: Martes 31 de Diciembre 2019

  • Writer: entre parentesis
    entre parentesis
  • Jul 12, 2021
  • 4 min read

Era la hora mágica cuando llegamos a Plaza Dignidad. ¡Y fue una verdadera y maravillosa sorpresa encontrar las calles sin ningún contingente policial!

Pasé a dejar estacionada mi bicicleta a donde la misma señora del otro día, que me recibió con su habitual amabilidad y con una sonrisa que no deja de brillar a pesar de la realidad que le toca vivir (situación de calle, en una casa hecha de pedazos de cartón, plásticos y frazadas). Aproveché de preguntarle qué cosas necesitaba para su casa. Mercadería, me dijo dulcemente.

Luego pasamos a dejar nuestros aportes alimenticios al puesto de olla común donde a veces participo y de ahí nos fuimos a caminar, a recorrer, a sentir, a observar.

La municipalidad esta vez no sólo no puso luz adicional, sino que la gran mayoría de los focos del alumbrado público nunca se encendieron. Pero no importó, la alameda estaba radiante, iluminada con el amor de un montón de mesas comunitarias donde se regalaba comida. Todo el mundo caminaba y se saludaban con la naturalidad de quienes se conocen desde siempre. El ambiente exudaba amor, compañerismo, fraternidad.

Caminamos en dirección al “GAM”. Llegamos a la esquina donde Mauricio Fredes, un hermanito de la “Primera Línea” murió hace pocos días a tras a manos de la represión policial. La esquina estaba decorada con flores, velas y carteles con mensajes de agradecimiento. En cuanto llegamos allí se me apretó la garganta. Miré hacia los lados… no era la única. Todos nos acercábamos en un estado de silencio interno y casi todos estábamos, a los pocos segundos, con los ojos llenos lágrimas.

De pronto alguien comenzó a tocar en flauta dulce “El derecho de vivir en paz”, y todos lo acompañamos con nuestras voces quebradas x el llanto.

Cuando nos disponíamos a continuar caminando, vimos que x una calle del frente, iba un guanaco mojando a la gente. Se sienten lacrimógenas. Se escuchan gritos, piedrazos. En eso, un grupo de 6 personas, voluntarios de salud, (con sus cascos, escudos, etc.), se dirigen hacia allá… para cuidar y dar apoyo a esa 1ra línea que estaba peleando contra los pacos, para que no pasaran hacia la alameda y así, reglarnos a todos los demás, la posibilidad de estar tranquilos y celebra nuestro despertar, recobrar fuerzas, unirnos y disfrutar. De nuevo se me llenaron los ojos de lágrimas, mezcla de agradecimiento infinito y tristeza.

La noche, -para la inmensa mayoría-, transcurrió serena, entre cantos y gritos que nos recordaban que al fin estamos despiertos ¡y más unidos que nunca!

Hablé con muchas personas distintas, conociendo un poco de sus vidas… Conocí hasta a un “barba azul”, ¡personaje digno de cuentos! Tenía 57 años y llevaba 20 en silla de ruedas producto de la amputación de una de sus piernas por la diabetes, y no se ha perdido ¡¡ninguna marcha!!

Conocí a otra chica, también en silla de ruedas, también con una pierna amputada, solo que ella no la perdió x diabetes, sino x que le cayó una bomba lacrimógena y la herida se le infectó tanto que no hubo más remedio que cortársela más arriba de la rodilla. No tenía más de 30 años. Y estaba ahí, ¡¡con los ojos llenos de luz!! ¡Y con una fuerza que ya quisiéramos muchos de nosotros tener!!

Cuando fueron las 12, comenzaron a estallar un montón de juegos artificiales, cosa que a todos nos requeté sorprendió. Entonces nos dimos un minuto de silencio en honor a todos los caídos, mutilados, violados, desaparecidos y encarcelados por este gobierno asesino.

Luego vinieron los abrazos, cargados de tanta, ¡¡tanta emoción!!

Con muchos nos abrazábamos y simplemente llorábamos. Sin decirnos nada. Solo un llanto profundo, mezcla de una intensa tristeza y de una intensa alegría

¡al mismo tiempo!

Agradecí tanto no tener que escuchar las típicas pelotudeces clichés de estas festividades. Las pocas palabras que hubieron fueron: ¡A continuar la lucha! ¡Vamos con todo! ¡Estamos unidos!

A mí, que me gusta tanto abrazar, me puse a recorrer la alameda, y anduve como media hora abrazando, abrazando y abrazando, pa´ que ese calorcito del cuerpo a cuerpo nos deje bien recargado el corazón de valentía y amor.

Agradecí también que no sonaran las típicas cumbias rancias que suenan, cual castigo divino, desde hace 50 años. Esta vez cantamos todos juntos “el baile de los que sobran”, -de los prisioneros-. Bailamos salsa, (con letras con sentido) y cuecas.

En uno de los paraderos de micro (que siempre se transforma en escenario) se hizo “micrófono abierto” y la gente fue pasando a leer poesía, (escrita x ellos mismos) o a decir algunas palabras, etc. Yo, aprovechando que andaba con mi tamborcito temazcalero (que ahora es también mi tamborcito guerrillero) me subí a cantar una canción porque es, - aparte del silencio-, la forma que más me gusta ocupar para levantar una oración.

A eso de las 5 de la madrugada tomamos nuestros autos (de dos ruedas) y nos fuimos rumbo a Plaza Ñuñoa. Y allí, sentados en el pasto, conversando alegremente con los vecinos, nos encontró el sol de la 1ra mañana de este nuevo año gregoriano.

Gracias a todos x volver a hacer de las calles nuestro hogar. Gracias x la comida compartida. Gracias x el coraje de llorar juntos, de consolarnos y animarnos a continuar.

¡¡Y gracias especialmente a la 1ra línea por sostener!!

Mi amor, respeto y admiración más profunda para ellos,

Hoy ¡y siempre!

Dic 31_2019



 
 
 

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