En el paroxismo de la ruindad
ardieron los bosques primigenios,
el humus se hizo cenizas
la brisa olorosa de los piñones
se tornó lengua arenosa,
carenando los cristales de catedrales
Los ríos perdieron sus afluentes
Los drenes hirieron las cuencas
Succionó su avaricia
el agua que bañaba generosa
chilcas y zarzamoras,
pejerreyes y truchas
Donde nacen los ríos,
máquinas amarillas desviaron sus cauces
Los glaciares se cubrieron
de polvo de tronaduras
y, sin espejos, de calor, fueron muriendo
Lenguas ácidas se apilaron por los relaves
En cianuro residual dejó su huella
el mineral dorado
El modelo pervirtió lo que tocaba
El paisaje armonioso de cigarras y mirlos
se apagó como leña cenicienta
Las cabras enflaquecidas
se comieron las vides
A borbotones, el desierto partía las quebradas
El Diablo emigró
de pueblos ancestrales
Lo había derrotado en maldad,
el patronazgo
Se le vio, ermitaño y marginado,
añorar las leyendas de Urdemales
En medio de cementos, fue uno más,
sin número siquiera,
sin ficha e ignorado,
gente de calle, pordiosero
La perversidad del hombre
lo había superado
Hasta él, ángel rebelde,
se conmovió del descalabro,
sorprendido ante el mérito inusual
de sus pupilos
El estropicio, imbécil y suicida,
superaba los manuales del averno
Inéditas resultaban
la avaricia y la estupidez, aliadas
Entonces, el Diablo buscó asilo
Destruir la obra del Padre,
era demasiado
A tanto, él no se atrevía.
Por los paralelos mundos del meta verso,
Don Luci había caducado,
Era un viejo, un anticuado