Con tus pinceles de fuego, con el dolor de Guernica, con los resabios del exilio, con los dolores de España en el corazón, estuviste de cumpleaños 90 y París te homenajeaba. Habías testimoniado al mundo los valores de la República española asediada, el horror de la guerra civil. Además de romper las escuelas pictóricas con gran osadía, habías mantenido tu militancia comunista desde fines de la segunda guerra mundial.
Era octubre de 1971, el Louvre rendía homenaje en vida a Pablo Picasso y en ese teatro impresionante, Palais des Sports de París, estuvimos conmovidos. Cantaba Paco Ibáñez, el gran trovador español. Pablo Neruda andaba por Estocolmo recibiendo su premio Nobel.
Éramos tres embajadores juveniles del gobierno popular chileno que concurríamos a un Congreso donde nuestros anfitriones eran protagonistas recientes del París de Mayo de 1968. Habíamos sido recibidos como voceros apasionados de una experiencia libertaria en el sur del mundo, nuestras voces eran de paz, pregoneros de la vía democrática al socialismo que se abría en Chile.
Por eso fuimos Invitados a tu cumpleaños noventa, Pablo Picasso.
Pacifista, comunista, Pablo Ruiz Picasso había sido nombrado director del Museo del Prado, por el gobierno republicano. En medio de la guerra civil, en 1937 pintó uno de sus cuadros más famosos, el Guernica, un alegato contra la guerra y el terror infligido a la población civil durante el bombardeo aéreo alemán sobre Guernica, obra que expresa la angustia frente a las máquinas de muerte inauguradas por el nazismo.
Y vivimos la celebración masiva rebasados de asombro. Con las manos llenas de racimos, sin poder llevar con nosotros sino parte, apenas una pizca, de esa emoción indeleble. Sin alcanzar a dimensionar que estábamos en una conjunción del planeta, con dos Pablos libertarios mostrando caminos de humanidad. De conocerte, desde mi precario saber, para aprenderlo todo y estar, simplemente estar y aplaudirte. Y comentarte para los nietos que entonces ni siquiera imaginábamos. Y recordar por siempre tu pintura que remecía tiranías, con sus grises atrevidos cual alaridos de impotencia, con su fuerza testimonial.
Y nuestras almas, saboreando la libertad en ése tu cumpleaños noventa, en París, como un mosaico de sueños que quedaron desvencijados en un diario de vida, inmolado en la hora cero. Justo antes que empezaran nuestra propia historia y nuestros propios exilios.
Hernán Narbona Véliz
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