Si la Muerte me intima
a seguirla algún día,
yo la haré concubina
con cuatro anclas tendidas.
Esgrimiendo una rosa,
un poema y un lirio,
he de arar sus desiertos
escarbándole vida.
Y tras soles marchitos,
distraída en mi risa,
la veré derretirse,
desvirgada y rendida.
Mas, sabiendo que al cabo
ganará la partida,
procuraré que me extrañe
cuando vague perdida.
En su estero de luna,
solterona aterida,
de mi tacto insolente
quedará poseída.
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