Se conectan las miradas cómplices,
los pelos erizados,
la piel ardiendo y en la noche más eterna que cualquier otra,
las lágrimas no alcanzan a llegar al mar,
acaricio la luna y en el iris del viento navego,
aislados entre las telarañas y el polvo,
tratando de escondernos,
pero el corazón se vuelve de paja
y la araña comienza a crear su nido.
Un ojo, una pestaña, una uña y su dedo,
un grito desde infierno,
rompe el silencio,
ella persigue más que sueños, almas,
y la voz me llama, me arrastra,
ruedo por escaleras,
me oculto bajo la cama,
como cuando era niña
que huía de los desprecios
mi corazón está a punto de reventar,
es la muerte la que pronuncia mi nombre,
es la muerte que lleva tu rostro.
Escóndeme en el espejo,
estoy a punto de explotar,
todo se vuelve a la oscuridad,
el dolor revienta en un líquido espeso,
el veneno se esparce,
y tus gritos mientras la carne se abre paso,
el espejo se quiebra.
Las hojas secas hacen sombra,
se menea suavemente la silla,
y le damos cuerda a la danza de la muerte,
¿Quién quemo los panes del horno?,
no sigas jugando,
los jinetes cabalgan y solo queda el frío,
ese que te congela la espalda.
Las piedras del camino me llevan al cuarto rojo,
ese del minotauro,
las almas en pena acompañan mi peregrinación,
las penetraciones en el cerebro desatan al monstruo,
la habitación se vuelve roja, mi cuerpo desnudo y pálido.
Suena el teléfono, es una llamada vacía,
llena de desencanto,
las culpas esparcidas, como la lluvia,
desertamos de la humanidad,
somos las bestias de los jinetes,
nos hacen pedazos
y nos crucifican en el camino,
todos los caminos llevan a Roma,
todos los romanos eran humanos,
todos los humanos somos bestias.
El alma mutilada cae, muestra tripas y huesos,
balbucea palabras en el idioma olvidados de los humanos,
el monstruo gime y babea,
me persigue entre la lluvia y el rio,
quiere romperme como tus gritos,
como la culpa grabada en mi frente,
como mi sangre muerta,
tus ojos dilatados para siempre
y ella que vive conmigo
y no me deja ni a sol ni a sombra.
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