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  • Foto del escritorPaulina Correa

Terapia

Anota en la esquina del block, yo sé que lo hace para que no se note su desagrado, no es profesional que emita juicios, sigo hablando, sus ojos celestes siguen fijos en la hoja, el sexo la incomoda, lo mismo el dinero, cada vez que llegamos a esos temas evade, su cuerpo se pone rígido, tenso.

La sesión es un juego de jockey, nos movemos ambas rápido, ella me quiere llevar a la infancia, no quiero, llevamos meses en esto y el primer día le detallé todo sobre ellos, no me gusta ni me interesa hablar de ese período, tomé la sesiones para solucionar temas de futuro, problemas de trabajo, afrontar este momento de mi vida, no para recodar que mis padres me abandonaron, que mi madre cuando estábamos juntas me maltrataba, total ya sé que era border line y ambos está muertos, ya no son y eso es bastante alivio.

Ella insiste, quizás porque en su formación todo tiene su raíz en la infancia, pero yo le hablo de mi pareja, de mi trabajo, de mis finanzas, de mis hijos, ahí su rostro se ilumina, y siente que volvemos a un campo que ella maneja.

Su foto de wasap no es muy neutra, sale con un marido y dos hijos, en una cocina tipo americana, con un refrigerador de dos puertas de fondo, todos muy perfectos, muy blancos, muy europeos.

Debo confesar que lo pensé varias veces antes de elegirla para la terapia, de entrada se vislumbraba que éramos de mundos lejanos, pero tenía algo en la mirada que transmitía que era correcta, empática, entonces hice click sobre su foto.

Sin hacer contacto visual me pregunta por mi pareja, yo sé que no le parece que sea menor que yo, ni que no sea un profesional con potencial de proveedor, entonces pienso en el tipo frente al refrigerador familiar y lo meticulosa que debió ser su elección, pero yo no soy así.

Nunca creí en la familia, quizás porque no tuve, me criaron parientes significativos me dice ella, pero eso no era una familia, la palabra si me parece que tiene mérito, mis abuelos le dieron sentido a lo poco que quedaba detrás de los escombros de mi infancia.

Sin embargo, las relaciones de pareja si me importan, son un cara a cara, un mano a mano, un duelo y una danza muy reales, pasión, ternura, sexo y juegos de poder, equilibrio y desconcierto, en eso si he invertido mucho en mi vida.

Fuimos a un motel, se lo cuento porque ocurrió anoche y la situación me da vueltas, habíamos tomado un café y al subir al auto pasamos de la ternura habitual a la pasión desbordada, nos miramos como adolescentes, si bien otras veces el auto había sido escenario de situaciones rápidas e impensadas, ahora nos cohibimos, quizás pusimos mucha cabeza, su casa con su madre anciana, la mía con mis hijos que no lo quieren.

Busqué en internet el más cercano, la dirección me recordó escenas de hace más de diez años, entonces era un encuentro casual con alguien que no merecía más que ese recuerdo.

Sigo hablando y de reojo veo que ella escucha aferrada a la hoja, temiendo que yo vaya a entrar en detalles, pero decido evitarle ese paso, solo digo que el lugar desencadenó un reflejo condicionado, no vamos a moteles, nunca, pero una vez que se cerró la puerta de la habitación nos comportamos con una vehemencia de quienes son amantes ocasionales, salimos de lo previsto para hacer lo que no se esperaba y entonces volver a empezar, con una urgencia de quiénes no saben si se verán mañana.

Salgo de mis recuerdos y veo que ella está roja, con un titubeo deja caer el lápiz, me dice que terminó la sesión y fija la nueva cita, yo salgo pensando aún en la noche anterior.

Llegué corriendo a la sesión de este martes, perdí unos minutos contestando mensajes de wasap de la oficina, venía cansada y con la mente aún en el trabajo, me preguntó por mi nuevo empleo, hace esfuerzos por entender lo que hago, pero tiene una serie de prejuicios, casi de comentarista de matinal, hay días que me da risa, pero hoy no, me trata de llevar al plano ético, me pregunto si eso es adecuado en una psicóloga, si ella puede cuestionar mi escala de valores, si es que yo tengo algo parecido, respiro y ella me mira con su grandes ojos transparentes, mi oficio es ser abogada, no agente celestial, bastante tengo con lidiar con mi sobrevivencia económica para además cuestionarme la moral de las situaciones.

El dinero no es importante, esa frase ridícula la ha dicho varias veces, no se si pararme y terminar la sesión o explicarle, ya le he dicho que no tengo familia ni redes, que me sustento sola y que sino tengo ingresos puedo volver al mismo contexto obrero precario en el que crecí, a una velocidad que ella no imagina.

Trato de entenderla, suponer que tiene problemas en ese mundo, afectos, quizás el rubio posando a su lado es un desastre, quizás tiene una angustia casi inconfesable pero que escapa de sus labios, apreta su mano en el sofá y me dice que no todo es dinero, que seguiremos la próxima sesión.

No hay sesión por dos semanas, estoy abrumada por el trabajo, no queda un minuto, a mi edad es un logro tener una posición, ganarse la vida, en realidad eso está detrás de la terapia, todos los fantasmas de la pobreza, el abandono, la decadencia detrás del desempleo, la contraté para acompañarme en los procesos de cambio de trabajo, hizo bien su papel, tanto que fui capaz de emprender nuevos desafíos como si tuviera veinte años menos, pero no los tengo y el cuerpo y la mente me lo recuerdan.

Estoy en un programa estricto de baja de peso, eso suma tensión a la escena, ha resultado, en el mercado se debe vender el envase y el contenido, el médico me pone en forma, la psicóloga me acompaña para no hacer tonterías o al menos medirlas, mientras pueda pagarlos hay que aprovechar.

No quiero ser una anciana con el pelo a medio pintar, con ropas ajadas y comiendo ofertas de comida rápida, haré lo que sea para evitarlo.

Hoy empezamos la hora de manera intensa, ella pregunto como había estado y me dieron ganas de llorar, no de manera estruendosa, algo lento y callado, le explique que siento ausencia de proyecto, de metas, no tengo idea del futuro, calculo que podría vivir como mis abuelos hasta lo ochenta y seis, pero no sé como me voy a sustentar, mi pensión será ridícula al lado de mis ingresos habituales, pasaré a la salud pública, es muy probable que deba vender mi casa. Mi hijo no se logra sustentar solo, una sucesión de malas elecciones, mi hija aún estudia,

La miro y ella calla, no tiene comentarios, sabe que lo que digo es verdad, tímidamente me sugiere ajustar mis finanzas, le digo que los gastos comunes son iguales a mi posible pensión, nos miramos, me paro y me voy, por hoy no hay nada que decir.

Esta vez dedicaremos la sesión a mi relación, contesto las preguntas y mi rostro se va poniendo triste, no es la diferencia de edad, es que él nunca dejará a su madre sola, quizás por eso somos funcionales, yo no dejo mis hijos, así los dos tenemos excusas para no vivir juntos, me pregunto si hubiera sido posible cuando yo estaba en el mejor momento profesional y me quedaban años casi ilimitados por delante, no, por primera vez le concedo a la psicóloga que no todo es dinero.

Lo amo, lo digo con firmeza, estoy segura, ella me pregunta qué significa, todo, respondo, entonces quizás tengamos un proyecto en el que pensar, quizás debería tomar acciones concretas y no dejar que esto pase si amarlo es todo para mí.

Ella me mira, no sé si apenada, debe ser tremendo ver a alguien como yo que no parece tener ni prejuicios ni limites, reducido a nada por amor, me dice que piensa que es bueno que tenga compromisos afectivos, le respondo que solo dije que lo amo.

Hoy llegué a la consulta, tuve que tocar el timbre varias veces, esperé y abrió la secretaria, tenía los ojos rojos de llanto, me hizo pasar, no sabía que decirme, la psicóloga, mi psicóloga, se había suicidado la noche anterior, la puerta de la consulta estaba abierta, entré y la caja de pañuelos estaba ahí al centro de la mesa, en el aire el aroma de su perfume, la luz en el sofá, ya no estaba su mano blanca, ya no había una voz que me pudiera contener, solo la ventana y el sonido de la calle que me invitaba a saltar.




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