Estaba muy pobre cuando comencé este negocio. Emigré cuando tenía 32 años. Mi amigo Luigi Pillineli había viajado por diferentes países de Latinoamérica, haciendo negocios fraudulentos. Estudió posibles negocios que se podían montar con facilidad. Además, me habló de cuán ingenuos eran los latinoamericanos y cuánto clasismo existía en aquellos territorios. Pregunté, entonces, cuál era el mejor país para comenzar. Me dijo Chile.
Allá fui a dar, con los pocos ahorros en euros que tenía. Me compré un terno barato y, sumado a mi aspecto (alto, rubio, ojos azules) además de un buen español, logré encajar perfectamente en la sociedad que mi amigo Luigi me había descrito.
Cuando arribé al aeropuerto, me recibieron como una estrella. Veía caras vislumbradas por mi aspecto. Gracias a que el euro vale más en Latinoamérica, mis ahorros se tradujeron en buen dinero y pude alojarme en excelentes hoteles y comer en restaurantes caros.
Tomaba un café en algún lugar caro, mientras pensaba en un negocio rentable, cuando divisé una carroza. Pasaba lentamente frente a la calle contigua, seguida de autos notoriamente lujosos. Allí miré caras afligidas. Algunos iban llorando. Otros en silencio. La mayoría cabizbajos en sus celulares.
-¡Muertos!- pensé. ¿Por qué no? Sacar provecho de los muertos y sus familias.
Pagué la cuenta lo más rápido que pude y me uní a la caravana de vehículos. Me mimeticé entre el gentío sollozante e identifiqué a la viuda, presentándome como Francesco Margarette. Comencé a hablarle de la importancia de mantener vivo el recuerdo de nuestros seres queridos. La viuda se sonaba fuertemente mientras asentía.
Le ofrecí un nicho con infraestructura victoriana, romana o griega. También, por el plan mortuorio eterno, tendría un nicho para ella junto a su amado. Si escogía el plan mortuorio eterno ilimitado, tendría wifi en la tumba para sus visitas. Y, por $50.000 más le harían una linda terraza con vista al mar. La mujer (evidentemente de clase alta), contrató todo el pack. Cómplice con el cementerio y sus sepultureros, comenzamos una red implícita de avisos. En cada funeral, aparecíamos para ofrecer dichos planes. Nos hicimos conocidos como los Buitres del Serengueti.
-¡Qué idiotas!- pensaba, mientras les daba el más ‘sentido’ pésame.
Comencé a juntar un capital considerablemente alto. Allí nació ‘Muertos Felices S.A.’
Acudían a mí, personas de todas las zonas de clase alta. Todos querían a sus muertos cómodos. En poco tiempo abrimos sucursales en todo el país. Dejé de pagar impuestos, ya que pronto me codeaba con empresarios de alto nivel. Me recomendaron donar un poco de dinero a algo llamado ‘teletón’ y obras sociales. De esa forma, no pagaría contribuciones ni impuestos.
Vendíamos planes de todo tipo. El más cotizado era el ‘Afterlife’. Estos amigos también me recomendaron poner palabras en inglés. Que la gente caía fácil cuando veía palabras in English. ¿Cómo le suena algo como: ¡Better times to the late men2!?
Este plan era perfecto. El muerto tendría vestimenta especial Gucci. Aseo a la tumba 3 veces a la semana. Wifi para visitas. Vista a la playa. Cambio de flores cada 5 días. Finalmente, un predio básico, intermedio o avanzado con metros cuadrados en el paraíso. La Iglesia Católica se vio cautivada con tan jugoso botín y conseguí un documento oficial del mismísimo obispado, apoyando mi negocio.
Nunca pensé que aparecería en la televisión nacional, en comerciales y marketing. Recuerdo que, en una entrevista, el gerente del canal, me recomendó darle énfasis a las pymes1. Y ahora entiendo. Casi todos los amigos que hice acá, estaban como pymes.
Lucrar con la muerte es bastante rentable aunque no lo parezca. Pero todo tiene su límite.
El día 8 de abril de 2019 cometí un error en las cuentas y me acusaron de cohecho y lavado de activos, además de otros cargos como fraude al Fisco. Sin embargo, los abogados apelaron a mi favor, ya que mi empresa no contaminaba el medio ambiente, y que básicamente, al ser un país laico, solo emprendí un negocio rentable con algo esotérico e intangible como la muerte. Que no había nada referente en el código penal.
Recordé a mi amigo Luigi, que ya me había comentado cuán fácil era comenzar un negocio en este país. Lo ingenuo de las personas sumado a lo maravilloso de las leyes, que poco y nada hacen. ¿Por qué? Pues, mi condena fue arraigo nacional, firma mensual y $500.000 de multa. Clases de ética una vez a la semana dictadas por un diputado designado desde una comisión investigadora, todos amigos míos, pues ayudé a financiar sus campañas. Esas clases las hacemos en un café de Las Condes, dónde llegan otros amigos míos, riéndose porque están igual que yo, con estas clases. ¿Qué, qué ocurrió con los afectados? Bueno, devolví el 10% de los nichos y coronas de flores de los planes que habían contratado.
De todos modos ‘Muertos Felices S.A.’ aún sigue funcionando. De hecho, aumentamos los megas del wifi en las tumbas…
1- PYME: pequeña y mediana empresa
2- BETTER TIMES TO THE LATE MEN: tiempos mejores para los difuntos.
DEL LIBRO: MUERTOS FELICES S.A. Y OTROS RELATOS
DIEGO BARRAZA ORREGO
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