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VI El Milagro de San Antonio para Alicia de Sandra Sanz

Siempre se dijo que Alicia no tenía para cuando ser feliz, Con el rostro asimétrico y la mirada perdida, tuvo que aprender desde niña a ver con un solo ojo y entender que para personas como ella era un lujo sentir mariposas en el estómago.

Pero la vida siempre sorprende con lo inesperado. Lo vio un seis de marzo, aunque él ni siquiera se percató de su presencia. Ella sintió de inmediato la necesidad de tocarlo. Él, del departamento de contabilidad; Alicia, una auxiliar sin pretensiones.

Supo que su mujer se había ido con el dinero y los niños fuera del país. Pensaba en su historia triste, en que nadie lo esperaba en casa. Y eso la hacía sonreír.

Alicia recogía los papeles del suelo, miraba sus fotos y percibe los restos de su perfume. Se sentaba un par de minutos en su escritorio y dejaba volar su imaginación como un cohete sin control sobre los edificios.

Fue un martes cuando él la vio moviendo sus cosas. Extrañado, en vez de llamar a su jefe, empezaron a conversar. Se sentía bien que alguien escuche, pensaba Alicia, sobre todo un hombre estudiado, que poco sabe del que no tiene, del que no miran por feo o por raro, como si su sola existencia molestara.

Así comenzó el romance, bello y disparatado. Ya nada era tan importante como verlo y dejarse llevar por su cálido abrazo. Sus compañeras reían y lo llamaban “el milagro de San Antonio para Alicia”. Y ella contestaba enigmática: “todos tenemos derecho a ser felices”. Sin embargo, las dudas la hacían vacilar sobre sus planes. “Tendría que haberlo dejado así”, pensaba repetidamente. Pero el deseo que entró sin permiso en su cabeza fue más fuerte.

Para ella, él era magia pura y dolorosa, de energía enceguecedora que algunos seres no son capaces de soportar. Todos creían que Alicia era de esos seres. Pequeña y de espíritu frágil, con luz tenue y esquiva, siempre improvisando el diario vivir, pero con un lado oscuro que nadie conocía.

Cuando él le dijo que era un ser humano hermoso, casi desfallece, “¡qué manera tan linda de piropear!”, pensaba. Y continuaron así, por algún tiempo, encontrándose de manera furtiva. Él la abrazaba y el tiempo se detenía, no interesaba el silencio en casa o los comentarios maliciosos de sus amigas.

El día esperado llegó. Alicia cantaba, no podía ocultar su sonrisa y su mirada brillaba de manera desbordante y plena. No importaban las humillaciones, cuota habitual en su trabajo. “Hoy es el día”, pensaba. Era mucho su anhelo. Irían a comer y después a un lugar tranquilo a consumar la pasión, que a esa altura a ella le hacía daño soportar.

No recordaba cómo, pero ahí estaban, en casa de Alicia. Tomaron vino y empezaron a hablar, los nervios de Alicia y el alcohol la traicionaban a cada instante, y él sonreía, la música de Isabel Pantoja en el fondo y sin hablar comenzaron a bailar. El la abraza y sus cuerpos se mueven despacio en el pequeño cuarto. Ella sentía su boca en el cuello y oreja, un ir y venir de su lengua, la excitación en él es evidente, Alicia quiere ser atrevida y de manera torpe roza con sus caderas su pantalón. Con una botella de vino sin terminar y la música de fondo llegaron jadeantes al dormitorio. Alicia prende la luz y le dice que la espere. Él, sorprendido por la decoración. Tenía un espejo en el techo y las paredes rojas y doradas anunciaban una noche inolvidable. Alicia lo sorprende abrazándolo por la espalda. Sus manos entran en su pantalón, él quiere darse vuelta, pero ella le dice, todavía no. Le venda los ojos y él se deja. Primero fueron los labios; después, la ropa, le toma la mano y lo lleva a la cama, con el ansia en la mirada de Alicia deja que el succione sus pechos mientras toma sus manos y lo amarra a la cabecera. Alicia le saca pañuelo y él la observa transformada en otra persona con el látigo, el antifaz y la humedad entre las piernas. Cada latigazo y quejido es un orgasmo para Alicia. Morder su cuerpo y saciar su hambre. Él, amarrado, intenta gritar a través de la cinta adhesiva en su boca. Ella golpea y él se retuerce. Suplica en silencio, sus lágrimas Hacen que ella se detenga y con su lengua va saboreando cada una de ellas, para después continuar con más fiereza. Él se ha convertido en un objeto, sometido a la locura escondida de Alicia.

Después de esa noche, no lo volvieron a ver. Alguien dijo que había pedido un traslado. Hoy, con el corazón roto, su mente se llena de voces que repiten sin parar: “no debí golpearlo tan fuerte”. Pero él nunca le habló de su problema cardiaco.




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