Lidia Mansilla Valenzuela (Arauco, Chile, 1954), poeta, narradora, antologadora y gestora cultural. Es diplomada en Gerontología Social y Cultura Mapuche en la Universidad de Concepción. Su trabajo creativo ha sido reconocido en varios concursos literarios, tanto en poesía como narrativa, destacando, entre otros, el 1er Premio del Concurso Nacional de Cuentos Rurales en 2004 y la Mención Honrosa en el XII Concurso Nacional de Poesía Stella Corvalán, organizado por la Municipalidad de Talca y la Corporación de Cultura de Talca en 2009. Su labor como gestora cultural ha dejado huella en Cañete, Hualpén y, en especial, Talcahuano, comuna donde ha realizado un importante aporte a la cultura local como fundadora del Centro de Amigos de la Biblioteca Municipal y desarrollando, desde hace más de 20 años, la tertulia de los viernes, entre otras diversas actividades que incluyen intervenciones y lecturas poéticas, monitora de talleres literarios dirigidos a niños, jóvenes, mujeres y tercera edad. Por esta trayectoria la ciudad la reconoció en 2015 con el Premio Municipal de Artes y Letras. De igual manera, ese mismo año, fue honrada con el Premio al Mérito Literario y nombrada Personalidad Ilustre en Vista Alegre, Argentina. Como antologadora ha publicado, entre otros, La palabra viaja por los años niños (2008), En la cresta de la ola (2016) y Oficio cotidiano (2020). En tanto, como autora, ha publicado más de 30 libros, entre los cuales se encuentran: Primavera en invierno (1989), Navegante azul (1991), De la primera edad (1993), Juegos de Primavera en Otoño, Niño de silencio (1999), Bajo llave (2002), Enumerando páginas (2003), Dos vertientes de un mismo río (2004), Helsinki (2006), De tu siembra en mis surcos (2008), Profundamente humanas (2013), Transeúnte de otoño (2015), El último alarido (2016), Por un estrecho sendero de lingues y boldos (2016), Memoria andariega (2018) y Sideral (2019). ENTRE OTROS
KUSHE PAPAI
(Abuelita)
Desde que dijiste
que veníamos del azul
una vez hace ya tanto tiempo
se me subió el corazón a flor de boca
y para besar tu corazón
no tengo más deseo
que comparar mi piel
con la piel de mis ancestros.
Cuando veo el canelo y los lagueñes
se me viene el tacto a mis voces interiores
y palpitan las hebras silenciosas
de los vestidos tejidos
en la añoranza de bosque y vertientes
recordando sus ensayos
de sus nuevas canciones.
Caminas palpando cada vértebra
que suena bajo la lluvia a legado
se me vienen los pájaros agoreros
que de inexploradas cimas
sobrevuelan mi aposento
Llegas con tu esqueleto a cuestas
a llenar el cuerpo de la historia
y vengo naciendo
desde tu inmensidad desnuda
desde tu neblina cobijada
sólo con la bandada oscura de tus manos
tengo de ti la flecha y el trigo en la mirada.
Abuela mía la neblina en la mañana.
tenue me cubre, me inunda,
y un rayo de sol se posa en mi cabeza
y un trozo de luna y plata
brincan en la sonrisa del amanecer
Al mediodía me sueño con vestido largo
hecho en los chubascos de diciembre
y no he de deshonrarlo.
floto perenne, para no mancharlo.
EN LA RIVERA DE TALCAHUANO
Un barco descansa junto a la rivera
del mar de Talcahuano,
donde las gaviotas revolean al sol
donde un día se mojaba,
los pies la Olivia, mirando
los brazos del Popeye que parecían alas.
Parece abatido por los ecos
perdido en la distancia de los sueños
le da el dorso al mar
y con la vejez se bate a duelo,
como un dibujo salido de historietas
la Olivia y Popeye se besaban a su alero.
Sus máquinas fueron el maestro donde
el viejo marino aprendiera
el valor del trabajo y el apoyo solidario
en peligro y la tragedia.
Olivia recuerda las tardes
en que anclado el RAM Poderoso esperaba,
ella retozaba en los brazos
de su siempre amado
hoy que lo ve tan solitario y cabizbajo
recuerda el comienzo de su romance
al murmullo del mar y el olor de las máquinas
ve como el tiempo ha pasado
dejando huellas en sus resquebrajadas maderas.
Estrella de marineros,
en oleajes incontrolables.
el aguacero y las trombas
terminaron por mellar sus fuerzas,
como su viejo marinero es cierto
que ya no la besa como en esas lejanas tardes
Olivia halaga los escalones del viejo barco
sus caricias huelen a menta y manzanilla
quisiera curarlo,
darle nuevos bríos
que los niños sepan de su osadía.
A la tierra lo subiría piensa
mientras besa los brazos de Popeye
lo convertiría en biblioteca
un museo al trabajo marítimo
puede que lo convierta en un barco pirata
donde sus nietos escuchen las hazañas
de Popeye, quizás
le llevaré río arriba, lo anclaré
junto al Lanalhue, y vendrá la Pincoya
el Trauco, el Colocolo, los seres míticos
y haremos un nguillatún
para calmar sus deseos de navegar
Popeye abrazado a Olivia murmura
….. amor, ojala que la vida no nos olvide
y que a este barco tan querido
el Puerto le dé alas.
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