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Marcela Olivares Valdés

Marcela olivares Valdés terapeuta floral, viene de un linaje de mujeres diaguitas y está orgullosa de su cultura, actualmente vive en la herradura de Coquimbo, desde su casa ve como vuelan las palabras al ver la mar desde su ventana, hoy se dedica a escribir, autora de dos libros NOCHES EN TORMENTA y HOLA SOY FRANKIE, hace talleres para mujeres, les enseña a sahumar y a limpiar los espacios con sus copaleras hechas en la región, es una mujer valiente que fue cambiando su vida a plenamente feliz siempre honrando a la mamanchi.


CUANDO LOS CERROS ME HABLABAN:


Plasmaré mi sentir lo mejor que pueda en hojas verdaderas, total para cuando las lean ya no estaré.

nací en el año 1947 en un rincón de unas montañas rojizas por la greda desteñida, y el abundante mineral milenario imponente que por siempre estuvo ahí, entre colinas lejanas dónde casi nadie solía llegar, el viento silbaba tan fuerte que parecía que me hablaba, dónde el sol calentaba los huesos y el agua por las mañanas, estos cerros que al mirar a lo lejos se veían que ardían, estos impresionantes gigantescos del valle que era mi único hogar, el único que hasta hoy yo conocía.

En invierno, todos juntos al calor del fuego, mientras los cerros se cubrían de blanco con el nevazón, la neblina se hacía notar por las mañanas, eso lo recuerdo muy bien, porque me encantaba, este que era mi pueblito de pocas casas gastadas.

Siempre fue una tierra fértil, plantar y cosechar cualquier cosa que se pudiera ahí, todo crecía, la tierra fue generosa con nosotros, la tomábamos con las manos y era sentir su grandeza, mi familia y todos la respetamos como se debía, la verdad que por algún motivo me sentía señalada por ella y bendecida a la vez, en mi soledad y a mi corta edad yo le hablaba y creía que en los cerros me susurraba silenciosamente..


Amé siempre la tierra, la llevaba tan adentro de mí, que desde niña la cuidé, respeté como debe ser, ellos me enseñaron, los antiguos de mi cultura, vengo de un pueblo ancestral, marcado por las montañas alegres y coloridas Tengo un vago recuerdo que nos trasladábamos bastante, éramos nómades, era la forma ancestral de nuestros abuelos para tener más cerca el agua, alimentos y comida para los animales.


Yo tuve muchos hermanos, éramos 14, 7 mujeres 7 varones, sí, mi madre parió muchos hijos, debía haber muchas manos para trabajar la tierra, hoy al correr los años hay tres que fallecieron, una soy yo, me fui joven, me faltó un montón de cosas por entregar, por enseñar, mi partida se debió a un cáncer agresivo a los 63 años. Dios decidió otra cosa para mí, El me llamó y dejé solos a mis 4 hijos.

Dónde hoy me encuentro, los veo y trato de sonreír, cuando me recuerdan en lo más profundo de sus mentes, cuando esas mentes se quedan pegadas, mi alegre familia ya no es la misma, mis hijos me extrañan y yo ellos.

Cuando yo salí de mi tierra era solo una niña, tenía 6 años, mi corazón me dolía tanto al dejar atrás mis cerros dorados, llena de penurias en una carreta íbamos todos, mis padres y hermanos, llegamos a este lejano lugar donde por primera vez veía la mar, para mí era extraño llegar ahí. unos familiares de mi padre nos recibieron, era la tía de coquimbo que nunca había visto.

Esa noche dormimos todos arrimados en el suelo, en una ramada al aire libre, mi madre otra vez estaba preñada, así que nos preocupábamos por ella.

Muchas veces pasamos hambre, las tripas se hacían escuchar cuando no había mucho para comer, sabe Dios cuantas veces lo sentí, la pobreza se notaba en esos años, así fui creciendo rodeada de carencias, pero teníamos animales, gallinas, cabras, conejos, los burros que tanto quería mi padre, crecí rodeada de ellos, que sirvieron de alimentos en los años más críticos de esa época.

Recuerdo las noches estrelladas, dormíamos en camas de cueros y paja, nuestra casa era pequeña, hecha de piedras y barro, pero el palqui en forma de cruz no podía faltar, estaba ubicada en una ladera a la orilla de un caudaloso rio, donde el agua fluía armoniosamente con su sonido por el cerro aquel, hoy no pasa agua por ahí, todo está completamente seco. Yo me encuentro así, estoy dormida en su sueño largo mirando lo que queda de todo aquello.

A pesar de todo, para mi fueron los mejores días de mi niñez, las cintas rosas que una vez al año mi padre en navidad nos traía, recuerdo los sacos gangochos que servían de trineos para la nieve, recuerdo el frio en mis pies, los zapatos eran escasos teníamos sacos gruesos amarrados con pitas, era esperar que mi padre nos hiciera nuestras ojotas hasta el próximo verano, cómo esos ricos helados en la batea con azúcar y canela hechos por mi madre que jamás olvidé.

fui mujer diaguita hasta mis últimos días, mis entrañas lo gritan con orgullo, cuando fui adolescente algo despertó en mí, como un ave al caer los frutos maduros de los árboles. Me desperté con el movimiento del agua clara al caer la lluvia haciendo sus charcos, o con esa delicadeza de unas pisadas haciendo el sonido del crujido de las hojas secas, soy diaguita mujer de ojos brillantes y memorias antiguas, amo los sonidos del tambor y la flauta, con mi jarro pato que me hace cantar, voy pintado los colores de la tierra seca, en mis manos mi mate mañanero, por las tardes con el charqui voy machacando.

fui la número 6 de mis hermanos, me llamaron Asirí ¡que significa sonriente, por qué, a un no sé, de donde habrán sacado mis padres ese nombre, tal vez de alguna comadrita de mi madre que nunca conocí.

Yo una mujer diaguita de cuerpo y alma, Lo dice el color de mi piel, mis largos cabellos oscuro y algo desaliñados, con rasgos hermosos, y de pequeña estatura.

Nunca encajé en la escuela, los chicos de mi clase eran crueles, porqué iba con ropas humildes, jamás llevé un cuaderno y lápiz, no teníamos dinero, así que mucho no aprendí, luego de un tiempo me quedé en casa ayudar y a cuidar a mis hermanos, fue así que los años pasaron para mí, crecí y me casé joven dejando mi vida inconclusa en los estudios, a los 14 años tuve mi primera hija y así fueron naciendo los demás.


Ahora les contaré de mi madre, fue una mujer muy sabia y amable, ella si sabía de medicina, las hierbas las conocía muy bien, fue una meica, mujer sanadora, lo traía de sus antepasados además de los ungüentos, mi madre hacia toda clases de sanación a la manera indígena, ella luego de parir se levantaba cantaba, cocinaba, y seguía criando, amadora de sus hijos fue una mujer extraordinaria de verdad, con los cabellos muy largos de color azabache, hasta su cintura con caderas anchas una mujer con una total belleza, criada a la manera antigua algo salvaje, humeante mujer, que yo con orgullo heredé, también soy mujer de humo y fuego, fui amante de mi casa con una conexión y armonía con la naturaleza , Ver sonreír a mi madre fue un regalo, veía como fabricaba sus velas, y su arte textil era algo maravilloso, me quedaba por horas viendo lo que algún día sería una rica herencia para todos nosotros, ella años más tarde murió a los 89 años.

Al pasar los años nuevamente volví a ese lugar, mi hija mayor y mi nieto me llevaron, me enviado la nostalgia, y los recuerdos afloraron de inmediato, mi pesar es que aún viven muchas familias diaguitas ahí, viven sin agua, donde antes corrían los ríos y Manantiales con abundante vegetación, donde quema el sol y las aguas {yaku ] ya no fluyen libremente en estos tiempos , las aguas gritan ,la tierra suplica, las montañas y viento nos llenan de sus memorias, mis cerros nos siguen entregando su bondad, esperando que las nuevas generaciones de los pueblos indígenas sigan en la lucha del cuidado a nuestra madre tierra .

Aún tengo la esperanza, confió que todos los sitios arqueológicos sean resguardados en los años venideros para que sean las nuevas generaciones puedan conocer nuestra rica cultura ancestral.

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