Paulina Correa
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Paulina Correa, gestora cultural egresada de la Facultad de Arte de la Universidad de Chile, escritora, se dedica principalmente a la narrativa, ha hecho poesía y teatro. Formada por Pía Barros,Camilo Marks y Jorge Calvo. Escribió dos obra de teatro, poesía y cuento.
Cursa el programa de doctorado en Pensamiento y Cultura del Instituto IDEA de la Universidad de Santiago, y cuenta con un mágister en la Universidad Católica de Lovaina,Bélgica en Políticas Públicas. Se ha comprometido con la labor gremial y ha sido Secretaria General de la Sociedad de Escritores de Chile y actualmente es parte del Directorio de PEN Chile.

Libros
Paraísos perdidos, 2020, Editorial Signo.
Para la memoria de todas, 2019, Opalina Cartonera.
Gente en tránsito,2018, Editorial Opalina Cartonera.
Signo de los tiempos,2018, Marciano Ediciones.
Historia marítima para dos, 2017, Editorial Opalina Cartonera.
Cuentos Incorrectos,2017, Editorial Isi Cartonera.
Cuentos para familias normales, 2017, Editorial Opalina Cartonera.
Cuentos de locura urbana, 2017, Editorial Opalina Cartonera.
Historias de hombres demasiado comunes, 2017, Editorial Opalina Cartonera.
Pasaporte para dos, 2006, libro de fotografía.
Romualdo, álbum ilustrado infantil, aborda la adopción, 2005.

Antologías
No te pertenece, 2020, Verónica Jiménez Ed., Garceta Ediciones.
La otra Costilla, 2020, Ediciones la otra costilla.
Deja que todo el mundo te cuente lo que pasó, 2020, España, Editorial lo que no existe.
Formas Breves, 2020, Jorge Calvo Ed., Signo Editorial.
Antología Chile Uruguay, 2020, Editorial Colliguay.
Antología Literaria Alerce,
SECH,2019, Ediciones Alerce
Lecturas en la SECH, Paulina Correa Ed., Editorial Opalina Cartonera.
¡Basta! + de 100 mujeres contra la violencia de género, 2019, Pía Barros ed., Asterión Ediciones
Del sofá al SOFA, 2016, Camilo Marks, antologador, Editorial Libros de Mentira
Silencio roto, libro objeto, 2013, Asterión Ediciones, Editorial Ergo Sum
¡Basta! + de 100 cuentos contra el abuso infantil, 2012, Pía Barros ed., Asterión Ediciones
Voces sin fronteras, 2012, Éditions “Alondras”, Montreal.
El hechizo de los versos,2012, Editorial Alba.
Cuatro Huellas en el Camino, 2011, Mago editores

Obra de teatro
Princesa, una historia de sangre para niñas tristes, puesta en escena Teatro el Puente, Santiago
Publicaciones en revistas
Revista Entre Paréntesis
Alerce
Ojo de tinta
Lakuma pusaki
Peuco Dañe
La Cimarra
Nube Cónica

REJAS
Durante años tuve un adiestramiento eficiente para evadir la vida, hoy me sirve para no ver la muerte. Son las siete de la mañana, por el ventanal se ve el amanecer rojizo tras la cordillera. Los edificios se van dibujando, adivino movimientos imperceptibles, otros seres humanos despertando.
La rutina es fundamental, siempre lo fue. Recuerdo esas mañanas de infancia en que me levantaba para no ir a ningún lugar. Saltaba de la cama y empezaba las labores del día, la casa no era grande, pero a los cinco años lo parecía, viviendas sociales de los años cuarenta, para lo que hay hoy, un lujo, una casa de verdad.
San Bernardo era aún un espacio rural, el parrón, los árboles llenos de rocío. Recuerdo la felicidad al mirar el cerezo en flor, las abejas afanadas en cada rama, las gruesas gotas de resina que brotaban de su tronco, las cerezas cada vez más rojas.
Hoy me levanté y regué las plantas del balcón, examine sus hojas, espere ahí a que la luz hiciera visibles todos los rincones. Luego, las minuciosas labores de aseo, desde que todo esto empezó han cobrado además nuevos significados, la diferencia entre contagio y enfermedad, entre vida y muerte, puede estar detrás de una mopa con cloro.
Recuerdo los pisos de madera en casa de los abuelos, las tablas alargadas, cada listón tenía un color distinto, natural. La escalera era mi espacio, iba escalón por escalón sacando brillo, era un punto privado donde pensar y a veces llorar.
Son las ocho y media, mis hijos duermen. Yo ya me he conectado al computador, a mi vida, a reuniones en que todos hablan, pretendiendo que lo que ahí se discute es aún relevante, que no estamos amenazados por la muerte.
La casa de mis abuelos tenía un diminuto antejardín, unos rosales y a veces unos pensamientos que luchaban con el sol y el polvo de cemento que volaba de la fábrica de enfrente. Todos aspirábamos ese polvo, la casa, los muebles, las plantas, nadie lo cuestionaba.
La reja del antejardín estaba cerrada. No parece importante, pero lo era, eso marcaba la decisión de mis abuelos de no salir y de no dejar entrar a nadie, justo como ahora, una especie de cuarentena personal ante la vida, así año tras año, la reja solo se abría para escasos trayectos, el almacén, la feria, el colegio.
Son las once y media, he escrito correos, he estado en reuniones virtuales, planes y metas, es lo que se espera, de soslayo miro la punta de mi pantufla, luce sucia, imagino los pies de los demás, sonrío.
Cuando mi madre se casó a escondidas y se fue, se produjo el primer cierre de la reja, mis abuelos perdieron el sentido de las cosas, de la vida. La vergüenza, la pena, llenó los espacios, nunca más hablaron con los vecinos.
Termina mi mañana, mando unos archivos y me levanto a la cocina. Comienzo a picar cebolla, mis hijos despiertan, se asoman a verme, yo cocino con destreza, en un momento veo en las mías las manos de la abuela, morenas, venosas, ágiles, manos que convertían todo en cálidos alimentos, preparo la paila, todo se vuelve un ir y venir por la cocina, tengo poco rato antes que deba volver al computador y dejar de ser mi abuela.
Los niños comen animados, es el momento del día que compartimos, ese que da la idea que nada pasa, el rito del almuerzo puede exorcizar el miedo. En la cuarentena los he visto más, he notado matices, hábitos que no había percibido, antes llegaba tarde, ellos conectados a sus equipos, ahora hemos tenido que hablar.
La reja se cerró de nuevo el día en que mi madre me fue a entregar a los abuelos, en unas pocas bolsas venía mi breve historia. Mis padres se habían separado y ambos harían su vida sin mí.
El ropero estaba cerrado hacía años, al abrirlo los libros resbalaron por decenas y sentí que había encontrado un tesoro, olvidados ahí por mi madre, fue el golpe de suerte de mi infancia.
Ha terminado la jornada, me desconecto de la oficina, voy a mi pieza, ahora abro mi ropero y ahí están los libros, mis libros, y como entonces, en la escalera de los abuelos, me siento en el piso y me pongo a leer, está probado, así cruce rejas y puertas de niña, ahora cruzo a espacios inmunes y distintos, mundos en que los protagonistas tienen otras preocupaciones que una pandemia mortal.

PENDIENTE
Escribí en la mañana en mi lista de cosas por hacer, Llamar. Te quedaste enredado en mi pensamiento, por eso quizás en la noche compré por error vino tinto, que no me gusta y a ti sí.
Al levantarme hoy el espejo me regaló tus ojos cansados y risueños, sonreí y entonces noté tus rasgos en mi rostro y tu piel morena, el gesto copiado.
Hace unos minutos me han avisado que ya no te puedo llamar, pasaste a ser un pendiente eterno. Sin embargo, asumo que será fácil verte, nunca fuiste un padre presente, pero ahora muerto siento que estás conmigo.

PARTIDA
Esta noche mi abuela tenía la mirada perdida, me arropó de manera automática, callada. Al amanecer me levantó, llevaba un vestido que no se ponía nunca, un auto nos pasó a buscar.
La ciudad se veía igual que todos los días, el frío de junio entraba por la ventana. Al llegar los adultos me saludaban serios, yo extendía la mano imitando a mi abuela, en cada apretón de manos ella se veía más pequeña, terminé por sujetarla. Nos acercamos al abuelo por última vez, ahí en ese ataúd que me daba miedo.
El camino al cementerio fue demasiado corto, la abuela y yo en el auto tras la carroza, no llores, me dijo.
Al llegar a la entrada de avenida La Paz las dos esperamos un instante, atemorizadas por la gente, por el orfeón que esperaba, al bajar mi abuela los músicos comenzaron, primero el himno fúnebre y mientras avanzaba el cortejo por las calles, Camaradas, camaradas en la vida, que la gloria se ha aprendido en el avión, el abuelo no volaba aviones, él los hacía con sus manos, algunos de sus amigos de entonces rodearon el féretro, artesanos del aire, un uniformado leyó su hoja de vida y al momento que su cuerpo era bajado a la tumba las tres salvas reglamentarias se descargaron en el silencio.
Se había cumplido. Las personas se diluyeron entre los mausoleos apuradas por reiniciar sus vidas, los del orfeón marchaban hacia la entrada a esperar otros deudos.
Nos demoramos mucho en partir, lentamente buscamos la salida, al tomar el taxi te costó explicar a dónde íbamos, me di cuenta de que te veías más anciana y que yo ya no era una niña.

VIDA
Santiago Martínez se levanta, desde la ventana de su habitación ve las luces de la ciudad, el tono deslavado del amanecer. En la cama su esposa duerme, es otro día más.
Se arregla, revisa su maleta y con un gesto cariñoso se despide de su mujer, pasa por las habitaciones de sus hijos, le da una palmada cariñosa al perro y parte. En el taxi, añade en su celular la hora de Berlín, sonríe levemente.
La familia ya está acostumbrada a sus viajes, les resulta indiferente cuántos días y dónde va, solo hay expectación cuando de la maleta salen regalos de destinos lejanos, luego vuelven a sus asuntos.
Martínez al comienzo contaba historias detalladas, anécdotas de viaje, después se dio cuenta que nadie lo oía. Él siempre había querido entrar al servicio exterior, pero su sueño quedó como tal, el matrimonio terminó por sepultar sus ambiciones y se resignó a una vida plana.
Desde hace cuatro años ha cambiado de empleo, trabaja en una gran torre corporativa. Los colaboradores de la empresa viajan por el mundo visitando Singapur, Londres, Toronto, Mumbai, una vida agitada y llena de contactos internacionales.
Ocho de la noche, Santiago llega al apart hotel de siempre, el conserje lo saluda por su nombre, le pregunta por el viaje. Ordena su ropa, se ducha, se cambia y espera.
Las nueve, tocan a la puerta, como siempre el reencuentro es alegre y apasionado, la muchacha es bonita, joven, lo admira. Él le entrega regalos que le ha traído de Ámsterdam, le habla de su trabajo, cuenta historias del mercado de flores, de los tulipanes, y que le habría gustado que estuviera con él.
Hacen el amor, salen a comer a un restaurante de moda, una velada perfecta. Santiago despierta en medio de la noche, observa con ternura a la chica durmiendo a su lado, toma el celular y manda un mensaje a su esposa, avisa que ha llegado sin problema.
Sale al balcón, siente con agrado el frío de la noche, se siente por fin tranquilo, relajado. La chica despierta y lo llama, Santiago siente que ella lo quiere, al principio pensó que era el atractivo de sus viajes, los regalos, la imagen de hombre de éxito, pero ahora lo quería.
Tal vez sería momento de dar un paso adelante en la relación, cerrar el capítulo de su matrimonio.
A la mañana siguiente sale a trabajar. En el ascensor se encuentra con varios que van o vienen de algún destino exótico, breves saludos formales, Santiago los observa en sus trajes a medida, suspira y sale a la calle.
Camina unas cuadras, entra a una tienda exclusiva de productos gourmet del mundo entero, cara y exclusiva. El esfuerzo siempre vale la pena, piensa, compra una mostaza de Baviera, un vino de la selva negra, chocolates.
Esa noche él y la muchacha van a un bar de moda, él le propone hacer un viaje a Marruecos, pasan la noche discutiendo los detalles.
Han viajado antes, siempre en verano, una semana, diez días, él elige con cuidado todo, es solo entonces que siente cumplirse su sueño, viajar por el mundo y ser feliz.
Duermen abrazados, Santiago ya imagina esos días en Marruecos, saca cuentas de los créditos que va a pedir y vuelve a dormir.
Al día siguiente deja el apart hotel, entra a la oficina con su pequeña maleta, lo ejecutivos lo miran con curiosidad, pero nadie pregunta.
Despacha trámites, mira por la ventana en dirección a su casa, se pregunta si ya es momento de terminar con esa parte de su vida.
Durante el día ha visto precios de vuelos, de hoteles, revisa horarios, se
entusiasma. Envía mensajes llenos de ilusión a su amada.
Al final de la jornada, cierra el computador, saca de la bolsa los regalos, los revisa les saca los precios y etiquetas, los mete en la maleta y sale a tomar un taxi.
Al llegar a su casa su perro le hace fiestas, sus hijos no salen de sus habitaciones, hasta que él los llama a viva voz, su mujer duerme en la habitación, recibe los chocolates y los comienza a comer con cierto desdén.
Pregunta por la universidad, las clases, el colegio, le contestan con monosílabos, la menor le pide una entrada a un concierto, les entrega sus paquetes, va a esbozar una pequeña narración del viaje, cuando ve que se ha quedado solo.
Guarda la maleta, piensa que no la usará en unos días, es necesario ahorrar para las vacaciones, entre todo le saldrán varios millones y tiene ya un crédito, por el viaje a Europa que hizo con la chica.
Santiago pasa los días siguientes sumido en la ilusión de Marruecos, tiene hecho un presupuesto, una reserva de hotel, uno que le pareció romántico y aunque algo caro, pensó en que se lo merecía, estas ocasiones eran las únicas en que cumplía su sueño.
Abstraído en los preparativos, Santiago cruza la calle frente a la oficina al descuido, un bus lo atropella de manera frontal y muere al instante.
En la vereda contraria el conserje del apart hotel reconoce a su pasajero frecuente y cruza veloz, solo para comprobar que ha muerto.
Al mismo tiempo dos secretarias han visto el atropello y dan aviso de que Santiago Martínez, el jefe de archivo, ha sido atropellado, el encargado de personal sale, y da sus datos al policía que ha llegado.
Cae la noche en la ciudad, la mujer de Santiago le entrega un traje a los de la funeraria que han venido para que firme los papeles, sus hijos están en sus piezas, hay silencio en la casa, el perro espera junto a la puerta.
En otro lugar de la misma ciudad la muchacha espera que él le envíe el wasap avisando que ha llegado bien a Australia, pero ésta vez Santiago Martínez no viaja más.

OTOÑO
Entro al salón y te veo rodeado de gente, familiares que conversan sobre
pequeñas cosas, una tarde de otoño simple y plana.
En un momento alguien prende el televisor y todos comentan un programa de trivia, las miradas enfocadas en la pantalla, nadie mira a nadie, todos abstraídos por las imágenes, evitan mirar a la persona que tienen al lado.
Crucé la ciudad para verte, es literal, tras una hora pasada en este cuadro de familia, tú y yo no hemos hablado más de cinco minutos, somos una pareja, extraña pero pareja.
Decido irme, tengo una razón valida para excusarme, pero lo cierto es que siento que soy una pieza que no encaja en la foto, insistes en ir a dejarme a casa, en el camino inicias una conversación profunda, últimamente el auto se ha vuelto nuestro espacio más privado, es ahí en el trayecto que decides hablar de lo que importa.
Hablas de los hijos, todo a propósito de tus amigos que están empeñados en tenerlos en segundas relaciones, nosotros no vamos a ser padres, no al menos juntos, yo ya no puedo y tú creo que nunca has querido serlo.
La pena empieza a filtrarse en mi espíritu, ruego por que el trayecto acabe pronto, me cuestiono todo, tú de improviso me preguntas si estoy cómoda en nuestra relación, la forma de preguntar me parece insólita, pero contesto de una manera escueta, casi como si habláramos de un asunto profesional y no de sentimientos, te digo que sí, que está todo bien porque estamos enfocados en tu nuevo proyecto de vida, pero no es cierto.
Asumo que es mi culpa no decir la verdad, que me justifico en que quedan pocas cuadras para llegar y no es el momento ni el lugar, pero sobre todo que no tengo soluciones que ofrecer para nuestra relación y entonces es una misión sin objeto el cuestionarlo todo.
Miro tus ojos y conservan el brillo del primer momento, me digo que vale la pena todo por poder verlos.
Estacionados frente a mi casa repetimos el rito de despedida, en esa ambigüedad que atraviesa todo lo nuestro apuramos y retardamos los abrazos, los besos, salgo del auto y camino a la reja, me vuelvo y aún estás ahí.
Entonces me digo que mi vida ha sido racional, lógica, un mundo ordenado y práctico, salvo por este amor que desordena todo.
En el ascensor una lágrima, al llegar a mi piso la borro con el torso de la mano, así mismo como al cruzar mi puerta borro tu presencia, quizás para que mi hija no te alcance, ella me recibe con ese tono desenvuelto que usa para marcar que soy una mujer mayor, alguien que ya tiene una vida en decadencia. Te odia, quizás porque me mantienes viva y retardas su definitiva toma de poder de nuestro breve reino.
Me quedo absorta contemplando tu ausencia, quizás exista un tercer escenario, algo nuevo y de los dos, un lugar nuestro sin despedidas, tomo el teléfono y te escribo para proponerte la fuga, observo la pantalla, el mensaje sigue ahí sin ser leído.

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