Los animales se inmovilizan majestuosos o se revuelcan vencidos en los escudos así llamados nacionales de los primates casi desprovistos de pelo, que ya no se exterminan mutuamente con garras y colmillos, aguijones y picos, espolones, exudación de venenos—pero han domesticado el fuego, los así llamados recursos naturales en una amplia parafernalia de armas de contacto o remotas, que sin embargo demuestran que no pueden llegar al exterminio total del enemigo por razones de religión, nación, linaje o simplemente la ansiedad de los bienes que las otras tribus atesoran o disfrutan, o el simple ejercicio de la fuerza para extraer el excedente que se disfruta o invierte en nuevas empresas de conquistas, explotaciones y exterminios. Los miro cuando míticos se inmiscuyen por las neuronas y se recombinan en dragones que se levantan gloriosos o se arrastran derrotados a los pies de San Jorge, se levantan palomas que son las que al fin de la jornada de innumerables días traen a Jonás la plantita en la boca, ostentan en vano la rama de olivo o simplemente se arrullan—se insinúa una predilección de pájaros, tan numerosos como las máquinas que nos aquejan según Fernández Gonzalo.
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