Hace más de un año que no escribo una crónica, que así se pueden llamar estos textos, pese a que son bastantes sueltos y disparados. A veces yo mismo leo algunos escritos antes y no veo para dónde van. Bueno. Mi amiga Guagua L’Amore ya no trabaja de estriptisera, desde que pasó un susto con un traficante de drogas local, quei se la violó en su camarín a vista y paciencia del manager, casi en presencia de varios policías de civil que estaban tomando cerveza en una mesita casi al lado de los camarines. Pero no nos vamos a explayar sobre esa relación confortable e implícita entre la policía y muchas instancias sociales con el crimen organizado, o desorganizado, tan común ya no tan solo en América del Norte o en la Europa Central o del Este, la misma Italia y si nos fijamos bien un poco por todas partes.
Bueno. Pero otra vez se me está yendo la onda. Cosas de la vejez, supongo. Ella (Guagua, nom de guerre profesional), cuyo verdadero nombre es Evangeline, pero le dicen ‘Line’, que en inglés quiere decir ‘línea’, o Eve, que es Eva. Y no hay duda que es tanto una hembra de primera como una mujer de corazón. Ella no es una costilla que le sacaron a un redneck que estaba durmiendo siesta, sino una mujer plena, inteligente, solidaria y nurturienta, una Eva en todo el sentido de la palabra. Entonces ahora paso a veces a tomarme a veces un jugo con un sándwich al café donde ella está trabajando, igual de monona y absorbiendo como loca las propinas de los empleados de gobierno de las oficinas cercanas que vienen a tomar café o a almorzar (lunch), muchos me imagino eligiendo este café entre la miríada de los de este sector por razones obvias de cercanía y quizás también por la portadora de esa faldita negra y cortita de las que ahora se están volviendo a usar y que me presenta a ese tipo rubio, joven, vagamente familiar no sé de dónde, y que me pregunta si le puedo traducir al español una cosa cortita que va a publicar él mismo en su blog, porque no es una
teoría muy convencional, y que él ya tiene muchos lectores que lo siguen, en Facebook, Twitter, en Instagram. Ahhh, le digo, ahora que me acuerdo, yo lo he visto varias veces por ahí en las noticias locales. Hace un par de años fue candidato a concejal por el Partido Verde, pasó por mi departamento con una rubia estupenda, y yo le dije que no tenía para qué convencer a un convencido, que la única beneficencia pública a que contribuía era justamente al Green Peace, ya que todos los meses me descuentan una módica suma de mi cuenta de ahorros que va a dar directamente a las arcas de dicha organización, que ojalá se viera preñada con innumerable otras donaciones grandes y pequeñas para alguna vez dar a luz un hijo verde, mejor un Mesías verde que cree un infierno para tostar a muchos, entre otros a los dueños, ejecutivos y accionistas grandes de las compañías petroleras canadienses y extranjeras y una gran parte de la minería de este mismo país, que en el extranjero ejerce prácticas que recuerdan a sus antepasados filibusteros. Mientras me guardaba en el bolso el sobre con el texto para traducir me pareció raro que recurriera a mí, ya que me imaginaba que los verdes estaban bastante conectados, tenían medios y debían contar con su propia infra, como le llamábamos a este tipo de cosas en un pasado más bello.
Una vez que se instaló, me acomodé para escucharlo. Cuando comenzó a explayarse, tuve la impresión de no entender, o de entender mal. Debo decir que últimamente he leído unos textos bastante raros y que estoy acostumbrado. Al entrar a un Mall en el centro hay un adonis negro afroamericano que una vez me entregó con reluctancia un par de hojas. Una versión preapocalíptica de Louis Farrakhan. Textualmente se afirmaba que sobre cada ciudad grande de Estados Unidos hay una nave interplanetaria en acecho, onda Independence Day, y no estamos hablando de perros chicos, ya que ese profeta tiene cientos de miles de seguidores. Allá ellos. Por eso es que a las finales lo que me decía este otro fulano no me pareció tan asombroso. Él se había cambiado de trinchera, no es que le hubiera llegado un cheque de alguna corporación petrolera o automovilística. Su razonamiento era más o menos el siguiente: la naturaleza a nivel microcósmico—o medio, ya que no estamos hablando de átomos ni partículas intraatómicas, sino de planetas, y del planeta tierra—tiende al equilibrio y a una evolución o cambio más o menos lentos, si es que no cae un cometa y borrón y cuenta nueva (caso dinosaurios). El ser humano rompe este equilibrio y con su expansión demográfica, consumo de recursos y modificación del medio ambiente, está poniendo en peligro el ecosistema. Cosa bastante conocida y yo ya estaba empezando a bostezar, pero el fulano siguió diciendo que lo que separaba al hombre de toda la materia cósmica encarnada en astros y constelaciones, hoyos negros, enanas blancas y gigantes rojas, etc., era su intervención en el plano natural, ese acto destructivo del hábitat de un planeta. Eso le daba la distinción de ser absolutamente único, de ir más allá del aburridor ciclo animal de vivir, reproducirse y morir. Mediante este acto surrealista supremo—la destrucción de la vida en un mundo—obtendría una potestad semidivina: si no podía crear al mundo en siete días, al menos lo podía destruir en setenta o cien años. Yo no podía creer lo que me decía este potencial líder de los medioambientalistas, que me trajo a la memoria a otros chaqueteros memorables, por ejemplo a Judas, al Torquemada, judío converso que dedicó su vida a la destrucción de su pueblo, y a otros caracteres de la historia y la ficción, mientras medio oía al joven que me decía que además estaba bastante deprimido, que casi no salía de su pieza, como esos centenares de miles de jóvenes y niñas japoneses que se dejan vegetar en sus diminutos cuartos roídos por la angustia, el rechazo social y la impotencia en esa sociedad de pesadilla. Entonces agarré mi bolso, me levanté y me acerqué a Guagua que coqueteaba con unos empleados públicos jóvenes desde detrás del mostrador, la llevé a un lado, le pagué mi consumo y el del fulano cabizbajo que seguía sentado a la mesa, y le dije que me iba a desaparecer del café por un tiempo, que no le diera a nadie mi número de teléfono.
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