Hace más o menos una semana estaba mirando por la tele la concentración dominical de los camioneros y otros antivacuna aquí en Ottawa, Canadá, y de repente entre todos esos rostros blancos, rubicundos, y enmarcados por banderas quebequense, canadienses, y la ocasional estadounidense, aparecen en primer plano en la pantalla los rasgos ascéticos, enjutos, mediterráneos del Paco Ordaz, como recién salidos de una pintura de Velázquez o Soroya. “Coño”, exclamé casi en voz alta, aunque el español es él. Saqué mi celular e inmediatamente marqué su teléfono. Él, ya bastante viejo para andar en esos trotes, casi tanto como yo, se había arrancado del gobierno de Franco, es izquierdista más o menos extremoso y se define un poco en broma como independiente de ultraizquierda. Claro que cuando me contestó la llamada, mientras quedábamos de juntarnos para tomar un café, y después de que con un estilo condoriaco yo le dijera “exijo una explicación”, ya me estaba empezando a caer la chaucha. Lo que pasa es que Paquito es trosko. Lo que caracteriza a todos los troskos, no importa la época o la ubicación geográfica—aparte de la idea de la revolución mundial y permanente, que no creo que vaya a tener posibilidades ni siquiera remotas en los socialismos reales, es decir los que existen o han existido—es la práctica del entrismo, es decir, meterse en todo tipo de partidos y organizaciones para armar una fracción o una tendencia revolucionaria, y en el mejor de los casos tomarse la dirección. Y claro, me dijo, una vez ya sentados en el Starbucks y sin las consabidas máscaras covídicas, que esa gente que está en la calle protestando ahora contra las medidas de salud, en general no entiende nada de política, son fulanos jóvenes, niñas, o familias con críos que han estado enclaustrados casi dos años y que se aprovechan de la manif para salir a conversar, confraternizar, botar corriente, claro que la cosa de la presencia de los camioneros es otro asunto, ya que como en Chile, y un poco como en todas partes, son un gremio facho, “Jorge, lo que pasa es que en fondo, toos somos un poco fachos, por eso es que estas cosas así, sencillitas, nada de consignas complicadas, con su poco de cebolla, con hartas banderas, cunden como la mala yerba”. Claro, le repliqué, el hombre unidimensional de Marcusse, “unidimensional la puta que te parió coño”, me dijo, “ese señor inventó la pólvora y el paraguas, Marx ya lo había dicho, alienación, enajenación, pero hay también como una rebeldía desenfocada, sin brújula, fíjate que un par de chavales están bastante entusiasmados con eso de la huelga general del panfleto ese que imprimí y que andaba repartiendo y lo van a poner en el Twitter. La gente se las maneja como puede, como dios le dé a entender cuando decide qué es lo que consideran su libertad, su identidad, en fin”…Entonces con el calor de la conversa hace un gesto con la mano y derrama su café sobre un libro bastante grueso que había estaba leyendo cuando yo llegué—siempre llego atrasado a todas partes—“Mierda la hostia, me cago en San Dios, puta la virgen”, blasfema en voz alta, y entonces veo que ese libro es una edición empastada de Le Mystère des Cathédrales, del alquimista Fulcanelli. Me asombró bastante, ya que en mi lejana juventud en mi país de origen, me había entregado por un tiempo a la ingente tarea de traducir al castellano esa obra tan señera— en esos tiempos previos al ingreso a una vida militante que ahora prefiero omitir—. Ante mi profundo asombro, que se me debe haber notado, Paquito frota la tapa con una servilleta y se me larga en una perorata no tan descabellada como pudiera parecer “Jorge, mira, en realidad, el comunismo, nunca verdaderamente realizado y del que nos alejamos cada día que pasa, es como la alquimia: el pueblo, la humanidad es el hierro, el partido revolucionario es la piedra filosofal, que trasmutará a ese bajo metal en oro, en el oro alquímico del Hombre Nuevo…”. Entonces fue que miré la hora en mi celular y me despedí un poco apurado, me levanté y salí, ya que nos estaban empezando a mirar desde las otras mesas, cuando Paquito habla gesticula y alza la voz y esas cosas no son muy bien vistas en este medio después de todo todavía bastante anglo sajón.
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