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Foto del escritorJorge Etcheverry

Conversa en el Billings Bridge

Hacía tiempo que no sabía de Alejandrina, nombre supuesto, periodista peruana exilada que vive y se las arregla en Ottawa y bastante más joven que yo—“hacía tiempo”, dije—porque pese a ser Ottawa una ciudad relativamente chica es muy extendida y está separada de su gemela francesa Gatineau por cuerpos acuosos y uno no se anda topando con sus amigos y conocidos todo el tiempo. Yo andaba en el Billings Bridge, un mall, buscando bagatelas en el Wallmart y decidí tomarme un café y unas donuts de Tim Hortons en la cafetería, donde se reúnen viejos italianos, árabes, eslavos a jugar a los naipes, dominó y ajedrez o a ejercitar el viejo arte de la conversa. Entonces estoy sentado con mi café, miro una pantalla gigante que tienen donde circulan noticias y siento su mano huesuda y urgidora en el hombro. “Hola terruca”, le digo “hola pata”, me responde. Y a boca de jarro estamos hablando de lo nuestro, la política, la cultura, ella me empieza a contar de un poeta recién llegado de Ecuador con el que está saliendo, y de lo desorientado que se siente de no conocer el trabajo de algún autor de aquí, lo que lo ayuda a uno a comenzar a entrar en el país. “Mira”, le digo “eso creo que ya lo hemos hablado. Lo que pasa es que si un escritor se exila en casi cualquier país de Europa o América, incluso Australia o Sudáfrica, etc. Japón, la India, you name it, uno ya conoce a autores que ha leído de ese país, o sus tradiciones o escuelas literarias, entonces uno se puede insertar más fácil, caso Francia, por ejemplo, ahí tienes a Raúl Ruiz, Waldo Rojas, el mismo Jodo (¿?) Jodorowsky, pues. Pero aquí en Canadá y aparte de un poco de Cohen o la Atwood, el escritor o la persona con ciertas lecturas recién llegada no tienen de dónde agarrarse, no hay autores del canon, del patrimonio universal, a lo mejor el MacLuhan, ahora último sí, está Leonard Cohen, como te decía, por eso del Nobel a Bob Dylan, y está el caso de innegable interés humano que representa la The Handmaid’s Tale, porque el Nobel que le dieron a Canadá hay algunos chilenos picados que dicen que se lo deberían haber dado a Parra, según ellos fue una movida geopolítica de los académicos suecos—los canadienses son buenos chiquillos, en el mundo actual uno de los países más libertarios e incluyentes—como nosotros—se deben haber dicho. Aunque para ir a recibir el premio dicen que si uno es mujer, hay que andarse con ojo, con el poto pegado a la pared”. “Bueno”, me pregunta “¿ y a ti cómo te va, ¿estás publicando?”. “No mucho por aquí, no hay mucho dónde, si bien hay algunas iniciativas de periódicos y editoriales hispanas emergentes, pese a la alharaca, no se trata de nada parecido ni con mucho por ejemplo a la prensa Yiddish en su momento en Estados Unidos. Pero me publican en Chile, de vez en cuando en antologías, o en algún otro país de este orbe cada día más pequeño en esta era de la noósfera cibernética (jeje)”. Y ella me dijo “sigues igual de cachiporra. No te pienso llamar”





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