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Domingo en la mañana

Veo un helicóptero fumigador y su crespón de humo blanco. Pienso en los aviones acrobáticos de mi niñez, dibujando figuras contra el cielo. Pero los tiempos han cambiado: una nueva mutación de la influenza se cierne sobre nosotros, que ya no tomamos sol por miedo al cáncer cutáneo No salimos por los mosquitos, sino tapados con velos como ninfas talibanas. Escucho a un pastor predicando la semejanza del hombre (y la mujer) al creador. Cambio de canal. Me dicen que el hombre es la obra maestra que culmina el proceso evolutivo. Pero veo por la ventana gaviotas y cuervos, versátiles, adaptables, revoloteando en pos de mi basura y la de mis vecinos, quizás elucubrando una escala que pone en primer plano a los seres que vuelan, reinando sobre los habitantes de la superficie, sobre el abyecto gusano bajo tierra. Reduciendo a la nada nuestro manejo del medio ambiente, nuestra cultura. Si fuéramos objeto de investigadores interplanetarios, nos verían como habitáculo de las formas dominantes del planeta, virus y bacterias, que no necesitan ni siquiera un cuerpo multicelular. Cierro la ventana, apago el televisor. Miro en el reloj las horas que me separan de la siesta.








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