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Foto del escritorJorge Etcheverry

Duermevela del pirata. A la memoria de Luis Miralles Manzo

Se escucha hablar del Caleuche. Aparece de repente en los ventisqueros. Los marinos llevan la cabeza dada vuelta para atrás, una pierna doblada contra la espalda, caminan a saltitos. Aparece en los libros y se estudia en las escuelas. Los cabros salen a la pizarra cuando los manda el profesor a escribir la h, la c mayúscula, haciendo chirriar la tiza. Hacen dibujos del Caleuche en la clase de artes plásticas. Pero nadie sabe de la plata enterrada en el cerro La Olla, un poco para las afueras de Antofagasta, no podría ser muy preciso. Nadie se preocupa de eso, y es mejor así. No se puede llegar subiendo al cerro porque la cueva está en el lado del acantilado que da al mar. Hay que instalar una especie de garrucha no es cosa muy segura porque los palos no se pueden clavar mucho es pura tosca por encima y más abajo es roca. No se puede trepar por abajo por el lado del mar al menos yo no sabría cómo, los tumbos pegan alto y está lleno de algas uno se refala. O sinó conseguirse alguno que pueda sujetar una cuerda, por arriba no hay rocas donde amarrar. Desde el falucho se ve la cueva pero no de frente. O sinó conseguirse alguno que pueda sujetar una cuerda, por arriba no hay rocas donde amarrar y no pueden subir vehículos hasta arriba no hay camino ni nada. Desde el falucho se ve la cueva. De lejos parece la sombra de una roca o una roca negra, mojada, uno se pregunta cómo llegan tan alto los tumbos pero al pasar como a unos veinte metros se nota la boca muy clarita en la piedra medio rojiza como si la hubieran hecho pintar y no pueden subir vehículos hasta arriba no hay camino ni nada.


Si me consigo entusiasmar alguno con plata que le pueda arreglar la micro del cojo para que la use y cargar con el cojo y sus achaques y comprar lo más indispensable los garfios, los picos, las cuerdas y cosas de boca, algunas lámparas de carburo y guantes gruesos, de esos que usan los albañiles y los que manejan máquinas perforadoras. Pero uno nunca puede confiarse de los ricos siempre andan tratando de embaucarlo a uno que le dan unos pesos y uno tiene que firmar un papel con letra chiquitita o le dicen a uno "voy al pueblo a buscar unas cosas hombre", como tienen buen vehículo y zas hacen la escritura a su nombre, si es mina, si es entierro se van a una oficina de propiedades y se compran el cerro de la noche a la mañana y a la vueta le ofrecen a uno un puestito de capataz de obrero o le dicen que se largue. Este negocio de buscar tesoros es para gente acostumbrada a trabajar sola, que sabe andar con la boca cerrada. Hay que andar a las vueltas, cuidando a todo el mundo si uno tiene socios, socios capitalistas sobre todo, gente que no es de la región, que uno no conoce, vigilándolos cuando hablan con gente que aparece de repente, si es que tienen cuidado de hablar andando escondidos, porque a las finales saben muy bien siempre lo que pueden hacer y si uno se les engalla.... Mejor poder ir juntando los pesitos uno mismo, solito, de a poco. De a poco levantar mapas y pasar por ahí de vez en cuando a las perdidas. Tengo unas marcas que hice en el cerro. Hace como veinte años marqué el cerro con un carbón y son como veinte cerros iguales con acantilados y me demoré como diez años en encontrarlo otra vez. Claro que nunca me he dedicado en serio a buscar. Hay que ganarse el puchero mientras tanto.

"¿Vino el cojo vieja?"—“No viejo"

Diría la vieja, si es que le pregunto. A la vieja no le gusta el cojo. Que me envalentona, dice, y me entusiasma a meterme en negocios sin destino, como el de la curtiembre. Y habría que esperar que el cojo suelte la botella y se decida alguna vez antes que nos muramos los dos de achacosos y viejos. Que me siga creciendo la barriga y me ponga como sapo.

"¿Pasó ayer tarde donde los niños vieja?" ?— "Tampoco viejo". Y con la micro que esta ahí tumbada, sin nadie que la trabaje, llenándose de tierra, de caca de pájaros, oxidándose, mientras el cojo arrastra su pata de palo y su lengua habladora de italiano entre los bares, conversando con los viejos y dándoles ideas a otros. Se contenta con hablar de las cosas, después de que uno se ha pasado la vida pescando los tesoros sin hacerle caso a la habladurías de la gente ni a que se rían de uno en su propia casa.

Porque es cierto que Drake pasó por Serena porque no tenía otra parte por donde pasar y andaba bastante apurado. Uno se pone en el lugar de él, porque para algo sirve leer libros, no están de balde. Para qué voy a llevar a los niños, sólo para que se rían del viejo con sus chifladuras, para eso sí que están listos. No me vine a enterrar de balde en este cerro todos estos años. Si quisiera sacar caracoles negros de esos de Los Choros, para hacer concheperla, que andan los japoneses detrás de eso, lo mismo que la lama que aquí no queda nada y allá en la isla de Los Choros se mete uno al agua diez metros y saca a montones y no hay gente que robe la lama seca de la playa para irla a vender. Claro que ¿Cómo se la lleva uno después donde los gringos, a pata? Si el Negro no fuera tan cabeza loca me lo llevaba pero si me voy con él se me arranca y pilla cualquier bar o clandestino, aunque sea en medio de las piedras y a los dos días sabe todo Dios lo de las lamas, los caracoles o lo que sea. Con el yerno que trabaja en el liceo de Santiago ni qué pensar en asociarse. No maneja ni para cigarros y sale todas las mañanas a las ocho y está todo el día lidiando con los chiquillos y peleando con los otros profesores, sudando adentro del terno, yo el único cuando me muera, bien tiesito, de palo, después los quiero ver si algún día resulta algo ya se van a reír. O puedo sacar las barras de plomo de la playa esa todavía la tengo en la cabeza sería cuestión de remover unos diez centímetros de arena o que la remueva el viento. Pare eso se necesita uno que tenga camión, o que se pueda conseguir alguno, y que no resulte un vivo y averiguar si la playa es de algun ricachón o las va a reclamar el gobierno o sale alguna compañía de vapores como le pasó al turco Nehme con el asunto de los pesos de plata. Puros problemas. Antes uno pillaba su entierro o una mina y era del que lo sacaba con su trabajo, porque la tierra es de todos, y lo inscribía. El Norte está lleno de entierros. Ha andando mucha gente por aquí, desde hace mucho tiempo. En cualquier cerro uno anda pateando puntas de flecha. Cuando se abren hoyos para el alcantarillado se las dan a los cabros chicos para que jueguen. Lo que hay que conseguir es que los niños empresten la micro y llevar al cojo como sea para que haga las mediciones, se ahorra mucho tiempo de andar haciendo hoyos por aquí y por allá.

Claro que uno cree que está cerca y cava y nada y puede estar años haciendo hoyos como le pasó a los gringos de Guayacán y después se les acabó la plata y dejaron lleno de hoyos total eran amigos del alcalde. Para eso el cojo es topógrafo, y para que haga los papeles. Y de todo salía, huesos de ballena, flechas enteras, petrificadas, conchas enormes y unos revoques como de yeso duro que decían que eran de los jesuitas, que parece que tenían todo el país agujereado. Cuando me vean llegar "Como te fue ahora viejo", todos esperando como por hábito para qué perder el tiempo en explicar que no se pudo conseguir agua para lavar la arena, que el viento cambió las dunas pero que están todas las señales. Como si fuera llegar y hacer hoyos. "Como les fue viejo". Y ella como si uno fuera un cabro chico que viene de jugar a las bolitas y es posible que esta vez hubiera ganado mientras los niños vuelven al taller y las chiquillas se arremolinan en la puerta porque creían que era algo más importante, y decirles, o mejor no decirles nada y sacar de la bolsa una o dos piedras brillantes, que todos puedan reconocer o mejor dos monedas brillantes, para eso hay que llevar un poco de brazo. Y el pirata se duerme sentado al sol en el alféizar de la ventana



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