La tarde que como capullo claro se abre entre el ramaje gris y quebradizo del día—el pecado que desde mi conciencia alisa tu falda sobre los muslos—y tú que te enredas en el ovillo de tu propia vida con esa concentración casi animal y que no envejece—yo afuera al descampado sin entrar a la choza el palacio o la cueva—a la intemperie como cazador errante y culpable como mis antepasados dando vueltas en medio del frío y la niebla erradicado del seno tibio del paraíso
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