IV
Pero el Falso Profeta y su incansable incalculable enemigo—así calificado porque él mismo quería creer que su persona social, cultural y ética encarnaba por así decir la inmensa mayoría de las personas individuales que conformaban las muchedumbres humanas encaminadas hacia su supervivencia bajo condiciones todavía humanas y en un pacto de equilibrio con la naturaleza y el resto del universo
No se lo puede culpar y yo menos que nadie, ya que en el fondo más o menos aislado en su tarea, bastante imprecisa por lo demás y que vagamente se enmarcaba—quería creer—en una concepción a la postre maniquea del bien que lucha con el mal—creo que ya he hablado de esto—común a todos los mitos y religiones, las interpretaciones históricas, incluso las más materialistas y científicas Y es que el Falso Profeta posiblemente se hacía las mismas ilusiones—desde su lado de la cancha—como centro delantero y arquero de su equipo también esperaba que se pudieran meter más goles. Para él también las camisetas de sus jugadores eran blancas o del color que sea que en su cultura simboliza la pureza y las de los otros negras o desprovistas de color, forma o características reconocibles, en otras palabras la Nada, pero eso sería más bien fruto de una mente que se formó en un medio bastante sofisticado, digamos en un país de la Europa Occidental o en la universidad de alguna urbe latinoamericana, preferentemente del Cono Sur.
V
Dime cuenta entonces que estaba desbrujuleado, que por seguir de la mejor manera posible mis impulsos, llevando por esa noción en la que esa cosa de la vitalidad, de los instintos, de obedecer a eso que se llama el inconsciente, que nos penaba antes cuando la razón era ama y señora, me lancé a escribir y a vivir en consonancia, una cierta cosa, en realidad no existía la vanguardia, no había existido nunca, se trataba de poder captar lo que estaba latiendo en los tropismos de todo un género, una especie, que ahora parecía que por fin se estaba encaminando a su extinción. Es que con un poqueque de masoquismo caído, con un ojo siempre puesto en la fuente de los morlacos, las menciones en artículos, las críticas donde convenía , pero al mismo tiempo haciendo sus numeritos, tomando, botándose a la bohemia para hacerse atractivos, los poetas estaban con el ojo al charqui para ver que podían sacar de todo esto
A eso no me ayudaba mi capacidad de meterme en toda clase de líos, ya sea de mujeres—debo reconocer que soy positivamente hetero—políticos, incluso cargando fierros cuando se suponía que había que cargarlos—y salir más o menos indemne hasta la otra vuelta, mientras mis coetáneos con menos dotes genéticas y un poco más lentos de sesera, o más vivarachos terminaban ya sea en la tumba o en las academias, con un buen pasar y con los galardones de las pasadas aventurillas para engalanar sus currículum
Llegado a la edad en que ya se avizora la mina definitiva, la Muerte que se sigue representando a la femenina, con vestido largo y negro, delgadita decidí que había que buscar la madre del cordero, total los otros ya se estaban jubilando de las pegas y ya no podían tirar como antes, tomar como antes, incluso comer como antes, y entonces se convertían en otros viejos como los otros más dejados de la mano de dios, con las mismas limitaciones y trataban de que les reconocieran el bolichito que se habían armado, los despelotes en que se habían metido, para ver si se les concedía un lugarcito en los libros de historia.
Algunos rememoraban con ternura, con lágrimas en los ojos, las andanzas juveniles y parecían querer decir que eran los mismos de antes, de los años bravos, pero no nos convencían y no se convencían ellos tampoco, pero nosotros, por nuestra parte y a medida de nuestras limitaciones, estábamos en las mismas.
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