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Foto del escritorJorge Etcheverry

Falso profeta

IX

Pero sin que lo supiera el falso profeta, formado y perfeccionado en planteles educaciones de lo más granado y caro del occidente—aquí ya no sabemos si se está hablando de la misma persona. Muchas incidencias que incluso se oponen, para una vida tan corta—

Un enjambre tan nebuloso como vasto, abejas parece, entontecidas se lanzan contra los cristales de los edificios nuevos de cristal parece, porque reflejan o más bien son parte

Del cielo que se encapota súbito, como parece que siempre sucede en estas latitudes que todavía nos son extrañas

Que se encabritan como yeguas en celo—incólumes y persistentes—la marca de la (así llamada) civilización no podrá nunca amansarlas Aunque borre y tape los paisajes—así las abejas se lanzan ciegas y embadurnan los cristales al reventar contra ellos—su brújula instintiva indicando flores que ya no existen

Así, sin que lo supiera, lanzado como otra abeja u otro animal pese a la cuidada musculatura que se arquea en la polera con un logo reconocible y reconocido, arquea las addidas el fuerte empeine, los muslos, pantorrillas y glúteos bajo los pantalones fit con cada paso elástico

Entrando saliendo del mal del café mientras guarda su tableta y atrae las miradas de las niñas, de las señoras jóvenes

Pero se pueden entregar algunas precisiones: 1) Entre los malls que hay en la ciudad el mejor para gente como uno es el de Billings Bridge, en cuya cafetería se pueden ver viejos eslavos jugando a las cartas y al ajedrez, a somalíes hablando y gesticulando, que a veces asustan al paseante casual que no sabe que no están peleando sino que es su estilo de hablar

2) La mesa a la que se sientan ciertos personeros para dividirse lo que queda del mundo es larga, los comensales son numerosos. Uno de los discípulos renegados afirma que no se trata de 12, sino de 12 x 12, 144. No vamos a disputar sobre cosas de números, puede que sean hasta 666. Las insignias, distintivos, símbolos de los que atienden el banquete son variados, y uno podría decir, incluso opuestos. El estudioso o el interesado (no soy ni uno ni otro) podrá reconocer algunos emblemas milenarios entre algunos muy nuevos. Tampoco queda claro quién hizo, o envió, las invitaciones, o si se autoconvocaron. O cómo.

Ellos a medias han llegado a creer lo que dicen las teorías conspirativas que proclaman gran parte de la edípica izquierda anglosajona: una conspiración de estadistas, magnates y empresarios que se dividen el mundo—que inventan guerras y ocupaciones—financian y entrenan movimientos y grupos. Desconfiados escudriñan las expresiones de los otros asistentes. Al menos eso es lo que quisiéramos creer. Por doctrina sin embargo sabemos que esta imagen oculta una pavorosa dialéctica sin sujeto.


X


Los humores recorrían las venas y arterias, impregnaban los tejidos de este protagonista, incluso su cerebro mismo. Su piel respondía a las variaciones de la humedad ambiente y llevaba ese mensaje a las terminaciones nerviosas ellas mismas viscosas hasta el instante y lugar mismo de la sinapsis con otras como ellas, donde por un instante florecía la energía eléctrica, pura y seca, luminosa, antes de perderse otra vez en ese miasma acuoso que identificaba ese ser con la otra infinidad de la vida a la postre marítima. Un científico premunido de todos los adelantos y avances de la ciencia en un laboratorio intocado por las múltiples guerras debido a su auspicio por un consorcio de las mismas corporaciones que financiaban el armamento de las facciones en luchan y que a través de intermediarios les vendían productos de diversa sofisticación y poder de fuego infirió que ese momento electrónico era el que señalaba el nacimiento del espíritu.


En otro extremo del planeta el artista urbano no concilia el sueño pese a dos masturbaciones, la lectura de viejos comics, dos cigarrillos y unas uvas, ¿es acaso el despeñadero de la historia contemporánea que en las pantallas, la chica y la grande, se desbarranca en multitudes sin fin de fanáticos que enceguecidos por la religión de desmiembran, crucifican y decapitan entre sí, avizorando allá en lo alto multitudes de vírgenes, ríos de miel y leche? ¿O simplemente que decide que el único libro que lo puede entretener o divertir es ése que tendrá que escribir él mismo, pero que nunca podrá publicar?



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