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Falso profeta (continuación)

VI


El horror que se despliega se expresa con una sintaxis de crucifixiones decapitaciones. Se llena de tierra lentamente la boca de los enterrados vivos. Todo un hemisferio se apresta a decorar su versión de la economía de mercado con las babas sangrientas de una boa que a lo mejor se agazapa en lo que se llamaba inconsciente colectivo. La mueca sardónica del dios de turno bebe torrentes de sangre mientras sus sacerdotes recitan los mantras sagrados ebrios de la exaltación del aniquilamiento. Esas eran las parareflexiones que me agitaban la mente cuando minuciosamente y al nivel de mis escasas posibilidades reconstruía los pasos del falso profeta. Los sueños inconfesados de millones de personas normales se alimentaban en las fogatas humanas. El sangramiento de una mujer cuya sangre era recogida en un balde. Las ejecuciones colectivas de los narcos se aliaban con las inmolaciones rituales bajo el palio de la conciencia del espectador semiadormecido con la vista fija en su tableta.


VII


Así como otros obsesionados barajaban esas y otras imágenes similares como un juego de naipes que implicara su perdición irremediable ante la imposibilidad de aliviar ningún detalle, aminorar ningún exceso—o practicaban la negación de la realidad factual de estos elementos que se atribuían entonces a las maquinaciones enemigas que cuentan con la prensa y los medios y proceden a la composición y de fotos y videos alteración de medios visuales




VIII


Faltándome el financiamiento rastreable y el oculto del falso profeta, y financiamiento en general, abandonado por ex partidarios en su mayor parte por problemas de vejez, enfermedad o falta de interés, me dejaba caer a eso de las doce a un mall nuevo que inauguraron hace poco donde comía muestras gratis de pan, chips, galletas, y cubitos de frutas como piña y sandía, incluso torrejas de diversos tipos de salchicha o chorizo o minialbóndiga (meat balls). A unas doce cuadras hay un supermercado donde pude degustar de la misma manera espárragos envueltos en tocino, un par de camarones en una salsa, un guiso de salmón. Pero eso está vedado para el tipo o la mujer de la calle más corriente, digamos, obviamente al margen, con sus prendas de vestir que no armonizan, su mirada extraviada—muchos de ellos enfermos mentales lanzados a las calles para que el sistema ahorre en internación y tratamiento. Casi con remordimiento me dirijo a un café para pensar o anotar los próximos pasos a seguir en esta impenitente cruzada, nombre que adopto del lenguaje común dejando afuera las connotaciones religiosas


Los pájaros se levantan desde el cauce de ríos medio congelados que atraviesan esta conglomeración urbana, no por designio arquitectónico sino por la testarudez de la niña esta, la natura y esbozan sus círculos que para un espectador son casuales, pero que encierran en esas máquinas aparentemente endebles—sino cómo se pueden remontar así, como si tal cosa—pero diseñadas con una obsesiva minuciosidad. Eso si uno fuera de ese lote que cree que algún dios allá arriba diseño y armó todo este asunto. Pero no es el caso nuestro


Nuestros antepasados prevascos cuyo reconocimiento como el pueblo originario de Europa causaría dolores de cabeza a investigadores, centros universitarios, think tanks en la Comunidad Europea, Norteamérica, etc. llamaban a esa niña a que nos referíamos Mari, en un pobre ejemplo de adoptar un nombre de la lengua de los conquistadores godos, para ver si los dejaban tranquilos. Pero no somos antropólogos ni etnólogos ni estamos adscritos a ninguna universidad. Dios (que no existe) nos libre




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