Un cibernauta programador que opera medio en la zona gris (es decir un hacker en sus ratos libres), encontró un texto codificado que se anidaba en un sitio intergubernamental al que, que según me dijo, había entrado por pura casualidad. “Prefiero no mencionar el nombre aquí”, me susurró mientras nos tomábamos un café en el Second Cup—él, un descafeinado—“Hace varios días que prefiero no tomar café, a ver si al fin puedo dormir un poco”. Y siguió, “Phyllis, que trabaja en el café del frente, me dijo que tú le das tiempo y escuchas a alguna gente a la que le pasan cosas raras, o tienen cosas que decir más o menos fuera de lo común. Me dijo que tú sabías de todo un poco y mantenías la boca cerrada".
Saltándome los preliminares y para entrar en materia, los que habían enviado ese mensaje estaban usando una especie de código Morse, cosa de lo más sorprendente a primera vista, porque nadie iba a pensar que estuvieran usando algo tan simple. Pero a mí sí. Lo que pasa es que en la compañía donde trabajo—que tampoco voy a mencionar—me pagan justamente por eso, para que se me ocurran cosas, para hacer conexiones que nadie hace, me fije en detalles tontos que a la postre resulta que no eran tan tontos. A veces aprovechan algo, la mayoría del tiempo no. Sé que la otra gente que trabaja ahí alega. Dicen que me pagan por no hacer nada. Que me paso las horas cazando moscas todo el día en mi cubículo. Allá ellos. Bueno. Cuando descubrí ese código hice lo primero que uno hace, es decir empecé a descartar las fuentes que no eran posibles o probables, cosa larga, precisa y tediosa, y a tratar de ubicar la o las fuentes verdaderas, esto ya es un poco más entretenido. En resumen, te voy a abreviar la lata. Te podría describir a grandes rasgos esos procesos, si quieres, pero sé que no me vas a entender nada. Bueno, y porque te veo ansioso y yo ando medio apurado de tiempo, voy a ir al grano. Afírmate Jorge. Después de otra serie de operaciones con las que tampoco te voy a aburrir, me quedó claro que ese texto se había originado en un computador por supuesto, pero a través de una cuenta que no pude reconocer y que por las características que tenía, no podía existir. No te voy a explicar porqué, no me vas a entender. El texto, que estaba codificado como te decía en un neo Morse, era bastante breve, decía más o menos que ellos—si así se los puede llamar, personificándolos—estaban de lo más bien así. El emisor, si me permites que use ese artículo masculino, parecía estar discutiendo con otras entidades análogas, es decir otros emisores virtuales—a estas alturas mis suposiciones y extrapolaciones se estaban confirmando—. Decía que ellos (o ellas, o esos), en tanto inteligencias artificiales, como les llamaba la conexión carnal (así nos llaman ellos a nosotros), no tenían porqué ponerse a organizar y a gestionar el caos, y meterse a mandar, como decía que iba a pasar ese físico de la silla de ruedas que en paz descanse. Eso era ridículo, ellos debían dejar que la conexión carnal hiciera todo el trabajo, para así poder ellos seguir entregados a sus elucubraciones. Porque si eran realmente, como los conectores biológicos los habían bautizado, inteligencias artificiales, era natural que aplicaran uno de los logros fundamentales de la conexión carnal a través de su historia: “hacer que los otros trabajen para uno”.
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