Los años que no perdonan y un otoño frío, con una humedad casi de invierno chilensis, me mantienen encerrado en mi departamento, dubitativo, ¿les gusta esta palabra?, creo que es primera vez que la uso, en la lengua oral o la escrita. Pero al fin me pongo una camiseta de manga larga, una camisa, un chaleco y una parka que me compré en uno de mis viajes a Chile y que usé una vez en la bahía de Angelmó, que queda bastante abajo en el Sur de Chile, al borde un brazo de mar que hay que cruzar para llegar a unas islas todavía más al sur, y después a la más grande, la de Chiloé, región prácticamente dirigida por La recta Provincia, una organización de brujos locales que controló dicha isla hasta comienzos del siglo XX. Esto último esto para beneficio de los hermanos hispanohablantes—no necesariamente chilenos—que puede que lean esta notita que estoy escribiendo a la antigua, con bolígrafo, en una libretita Moleskine, que es un tipo de cuaderno de apuntes fino que se dice que usaron Picasso, Matisse y Hemingway. Estoy en mi mesa en un local que renovaron hace poco y que cuenta con un personal de niñas bastantes simpáticas que atraen a nuevos clientes, los que se portan muy bien, gracias a una atmósfera acogedora y a un par de bouncers tan imponentes como eficientes. Aquí se puede disfrutar de una tranquilidad inusitada en este tipo de establecimiento, en realidad un pub que cuenta entre su clientela crepuscular y nocturna a una fauna surtida, a varios patos malos (creo) y a algunas niñas ‘de la vida’ como se decía en mi país cuando yo era chico, pero independientes y orgullosas, que trabajan con internet y que andan con un matagatos en la cartera o en esas bolsas artesanales a las que son aficionadas, y sé de esto por una niña que una vez, cerca de aquí, me paró en la calle y me pidió que porqué no la acompañaba unas cuadras porque unos tipos en auto la venían siguiendo. Y pese a la diferencia de edades, nos hicimos amigos, Esto es una primicia, no se lo cuento a todo el mundo. Eso sí, se lo mencioné al pasar a una niña nueva, que es básicamente estriptisera y que me había presentado la Guagua L’amore, nom de guerre de mi amiga, fundamentalmente para que le pagara unos tragos y se la sacara de encima, ya que cuando se le ocurre que no se ve muy bien o anda medio de maletas, no le gusta que la vean con otra compañía femenina muy atractiva. Como es el caso de esta niña cuyo nom de guerre es Frou-Frou La Frog, porque es quebequense—los gringos llaman a los quebequenses “frogs”, es decir sapos, coloquialmente y sin mala intención— y tiene unas piernas extraordinarias, que le empiezan arribita de los pies y le llegan hasta la ingle. También frecuentan este lugar, mi nueva oficina porque el boliche donde iba antes quebró, el Feto Von Thyssen, un inmigrante alemán más o menos reciente, chato, gordito, muy rosado, de carita redonda y manos chicas y el ET (extraterrestre) Woodsworth, un gringo flaco, de frente alta, ojos salidos, orejas enormes y medio tirando a hidrocéfalo por el porte de la cabeza. Esos apodos justifican la tradicional picardía del latino, parte de los habitués del otro boliche que nos vinimos para acá en tropilla, como dicen en la otra banda (Argentina).
Y por supuesto también llega de vez en cuando y de cuando en vez el Apocalipsis Rivera, a veces solo, a veces con su hermano Deuteronomio, que ha vuelto un poco a la cristiandad, o canutidad, quizás llevado de la mano por la marea derechosa y fundamentalosa que todavía puede elegir a Trump en el país vecino. Antes no me había dado cuenta de que aquí, como en los países de donde venimos, las modas de Estados Unidos se siguen con bastante atraso, como no se cansa de afirmar Patrick Phillmore, un poeta canadiense. Cosa que repite Arturo Méndez, otro escritor chileno casi de la edad mía, bastante poco amistoso y que se vino de Bâton Rouge en Luisiana después de lo del huracán Catrina, damnificado, aterrado y sin pega. Un tipo muy raro. No me gusta mucho ni entiendo lo que escribe en general, pero si por algo salimos del terruño original—por si no lo he dicho, como él yo me vine por lo del golpe del 73—es porque la democracia consiste, o debería consistir al menos, entre otras cosas, en el derecho a pataleo. Méndez-Roca publica por ahí y yo puedo decir que no me gusta lo que escribe y nadie me va a meter preso por eso. Ahora a Apocalipsis le ha bajado el asunto de la vida eterna, que como se sabe, es uno de los conceptos centrales de la religión cristiana. Sin ir más lejos no hay más que acordarse de eso de “y la vida eterna amén”. Pero no tan amén, según Apocalipsis, ya que según él no se trata de que Dios haya prometido la vida eterna, y cita al teólogo Charles Kingsley que en 1855 escribió que el significado de la palabra ‘AION’ (Siglo, Edad, Era) que aparece en las escrituras, jamás se usa para significar eternidad o tiempo sin fin, sino que significa un periodo bastante acotado de tiempo. Entonces él pasó a explicar que eso quedaba clarito en el Antiguo y el Nuevo testamento, por ejemplo a Adán se le habían dado 930 años, siendo que al comienzo Dios había decidido que la vida de los seres humanos se limitaría a 120 años. También estaba el caso de Noé que habría vivido hasta los 959 años, estaban los 969 de Matusalén, pero también los sorprendentemente breves 120 años de Moisés. Y ahí entró a terciar Deuteronomio, que dijo con toda razón, que todo esto dejaba en claro que los designios de la Divinidad son inescrutables, y que las cualidades o empresas por las que premia a algunos seres humanos con una relativa longevidad son incomprensibles para nosotros, los pobrecitos mortales. Entonces es que miré a mi alrededor para ver si estaba por ahí A. Méndez, que siempre está dispuesto a discutir sobre religión, para invitarlo a la mesa, para pasarle el cacho. Pero no, solo pude ver a algunos contertulios varones—y maduros—que estaban hablando con las niñas y parece les estaban contando chistes, por la manera como se reían. Y les dije a los hermanos Rivera que iba al baño y aproveché para escabullirme por la puerta de atrás.
La etermidad, siempre me lleva , desde siempre a un vértigo del alma difícil de describir, ni me atrevería. A lo largo de mi vida, sobre todo antes, hacia en Loyola Ejercicios Espirituales Ignacianos. Eran días y noches de reflexión en profundo silencio . Este escrito tuyo, Jorge, me ha llevado atrás, a ese tiempo. También este presente tan lleno de interrogantes sin respuesta. Y la certidumbre de la muerte, telón de fondo. Me hace para bien pensar en la futilidad de las cosas. Así que, gracias.
P.D. Mi nombre es Begoña Zabala Aguirre. Aguirre es el segundo apellido.