Pero con el tiempo, ese comportamiento, esa actitud casi refleja de las personas sujetas a bombardeos continuos o periódicos o de esa gente que vive en circunstancias que los hacen sentirse permanentemente observados, se iba a convertir casi en una segunda naturaleza para la raza humana en general, especialmente en las ciudades. La gente se iba a sentir inconscientemente expuesta cuando caminaba por espacios abiertos. Iba a desarrollar la tendencia, quizás refleja, a evitarlos. O iban a mirar súbitamente a las ventanas como buscando ojos intrusos en algunas situaciones específicas, por ejemplo cuando hacían el amor o se sentaban en el inodoro. O se iban a mantener siempre conscientes, en guardia, cuando caminaban por las calles, seguros que algo, aunque no pudieran verlo por lo restringido de su alcance visual, daba vueltas allá arriba sobre sus cabezas o se incubaba a sus espaldas.
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En Santiago y en otras grandes urbes, este sentir se está acercando a la paranoia en muchas personas. La primacía de la seguridad está en sí mismo.