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Foto del escritorJorge Etcheverry

OVNIs sobre Chile

Con esta cosa del virus, asuntos que debieran ser más relevantes tienden a pasar desapercibidos, aunque bien podrían proyectar una luz esclarecedora sobre la aciaga situación por la que estamos atravesando. Impulsado por el aburrimiento de la cuarentena vi por televisión un capítulo de Ancient Aliens (los alienígenas antiguos) sobre Chile y creo que bastante reciente. Para mí fue una sorpresa enterarme que Chile es el país del mundo donde más se avistan OVNIS, que hubiera una repartición o departamento, el Comité de Estudios de Fenómenos Aéreos Anómalos (CEFAA), un organismo oficial de la Aviación Civil, que se dedica a contabilizar casos y que alienta a que se informen. En el programa mostraban unos diseños enormes en el desierto de Atacama, solo visibles desde vehículos en vuelo, que apuntan hacia el sur. Este desierto sería “el más árido del mundo, cuyas condiciones se asemejan a Marte”, y es hacia estos dibujos que apuntan los universalmente conocidos diseños pétreos de la meseta de Nazca. Después seguían testimonios y entrevistas a chilenos de todo nivel educacional, grupo etario y proveniencia social, que dejaban en el televidente la impresión de que la visualización de OVNIS es un hecho tan corriente y aceptado en Chile que casi no ocasiona extrañeza, sino es la de unos cuantos turistas entrevistados, algunos de los cuales dijeron haber presenciado esos fenómenos.

En general, ese interés por la cosa de los OVNI, extraterrestres, o alienígenas como se les dice ahora, es algo que me ha acompañado desde mi tierna infancia. Mi padrastro sostenía haberlos visto y mencionaba a un señor Anfruns, que decía que Ercilla había descrito extraterrestres en La Araucana. Pero este tema tiene una mayor presencia en el estelar Hugo Correa, que realizó magistrales versiones chilenas del panteón, o anti panteón, lovecraftiano, sobre todo una de Ithaqua, el caminante de los vientos. También gracias a mi padrastro tuve la suerte de frecuentar las páginas de la revista argentina Más Allá, que divulgaba lo más reciente de la ciencia ficción, sobre todo anglosajona, sin que por eso faltaran las contribuciones argentinas. Me viene a la memoria el cuento de Martín Jordán, “Cuco”, y sobre todo esas palabras con las que uno de los personajes se refiere a la cultura de un mundo en el cual aterriza su nave “Tienen ciudades, pero fundadas sobre un horror tal, que no puedo hablar de ello”. O más o menos así, si no me falla la memoria.


Pero no nos salgamos del tema. Lo que resulta curioso es que el interés en la lectura, divulgación y cultivo de la ciencia ficción y la literatura fantástica en Argentina, ilustre y de larga data, no tenga una correlación con los casos reportados de OVNIS en ese enorme país, cuya superficie es equivalente a la de la India. Quizás sea precisamente la escasa presencia de discos voladores en los cielos del país vecino y de alienígenas en su población, lo que ha producido ese interés en la ciencia ficción. Una versión compensatoria, que sería más o menos acorde al carácter por así decir dramático de nuestros vecinos. Recordemos por ejemplo al científico Florentino Ameghin, que proclamó el origen argentino del ser humano. Más cercana al tema que nos preocupa es la insólita historia del líder trostzkista J. Posadas que en sus últimos momentos afirmó tener una alianza con los extraterrestres para salvar a la humanidad mediante una revolución mundial.

Pero lo que llama la atención en Chile es el fenómeno contrario, ¿Cómo un fenómeno habitual como el avistamiento de OVNIS no ha producido alarma, primeras planas, una literatura que lo enfoque? ¿Es eso casual u obedece más bien a un designio? ¿Quién o quiénes están interesados en que se desvíe la atención? Que la literatura brinda la imagen que los pueblos y naciones se hacen de sí mismos es incuestionable. Chile es La Araucana y Francia es LaChanson de Roland. El descrédito de la ciencia ficción en Chile por décadas, el desaliento que se inculcaba en los escritores nóveles que se interesaban en este género, y posteriormente, la carencia de una literatura de ciencia ficción “dura”, es decir la que examina la realidad y el entorno con mirada crítica, científica, y de ahí extrapola, se vio acoplada con el surgimiento inevitable de una literatura de ciencia ficción más ligera, fruto de la globalización y a veces de la imitación de los modelos extranjeros.

Sé que escribir estas palabras puede ser peligroso, pero a estos años y en estas circunstancias, creo firmemente que se hace necesario. Los diseños de Nazca apuntan hacia los de Atacama, que a su vez apuntan hacia más el Sur, a sus confines, que se despliega en innumerables islas, una de las cuales es la isla Friendship, que ahora curiosamente ha desaparecido de las noticias. Espero que por lo menos algunos lectores de esa larga, sufrida y angosta faja de tierra presten atención a estas palabras antes de que sea demasiado tarde.



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